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El callejón
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Murgas

Hace más de cuarenta años que Manuel Hermoso Rojas, avispado perito industrial, vendedor de muebles y prefabricados, que supo incrustarse en el Instituto Nacional de Industria de Franco, en el momento justo y con el tiempo necesario para, a continuación, sumarse a la emergente UCD y servirse de dicha plataforma para lanzar su exitosa candidatura al Ayuntamiento de Santa Cruz, supo que, dada la peculiar idiosincracia de las Islas (remotas, abandonadas a su suerte, errantes y erráticas, tan desorientadas como ensimimismadas en su propia ignorancia y carentes por completo de conciencia cívica y de la menor autoestima), una forma altamente eficaz e inocua de vertebrar la iniciativa ciudadana en una sociedad tradicionalmente fragmentada y mayoritariamente iletrada, cuando no analfabeta, radicaba en potenciar la intervención municipal en los barrios, diseminados a su vez en núcleos densamente poblabos y sin apenas conexiones entre ellos.

Con esta mentalidad fuertemente intervencionista y vertical, es decir, de arriba a abajo, influida por el modelo de sindicalismo falangista que había funcionado en todo el país desde la postguerra hasta bien entrada la década de los sesenta, Manuel Hermoso auspició el asociacionismo vecinal que poco antes había dado unos primeros y tímidos pasos, gracias a las cédulas del aún clandestino Partido Comunista infiltradas en los enclaves obreros y a la labor catecumenal desarrollada por la vertiente más socialmente comprometida de la Iglesia, aquella que había despertado a raíz de las encíclicas del Papa Juan XXIII.

Y, para dar mayor cohesión y homogeneidad a estas entidades vecinales, dispersas, heterogéneas, el más tarde presidente de la comunidad autónoma se sirvió del Carnaval chicharrero, festividad pagana, profundamente enraizada en el acervo popular, superviviente durante la dictadura, debido a la paradójica, intencionada e inteligente mediación de la máxima autoridad eclesiástica, que las disfrazó de Fiestas de Invierno, de Interés Turístico Internacional, y a la que Hermoso financió con los recursos públicos disponibles, alimentó con oportunos patrocinios privados y terminó por convertir, finalmente, en lucrativa industria para unos cuantos bolsillos y casi principal fuente de ingresos para tiendas de textiles, talleres de costura y familias de feriantes. Asimismo, como herramienta de propaganda política y actividad de ocio devenida en poderoso elemento de distracción, a la que entregan su tiempo, con una pasión desmedida y una generosidad inaudita, miles de santacruceros desde que tienen uso de razón, el Carnaval se ha revelado, con su habitual cosecha de polémicas, conflictos e incidentes, como la más eficaz de las adormideras con las que entretener a la opinión pública, ajena, cual Panem et Circenses, a una siniestra realidad cotidiana, caracterizada por un altísimo paro, demasiado empleo en precario, una deficiente sanidad pública y recortes presupuestarios en la práctica totalidad de los servicios asistenciales.

Así las cosas, por un capricho del destino o vaya usted a saber por qué, la jornada del sábado nos deparó la posibildad de disfrutar (más bien de sufrir), casi en simultáneo, con el espectáculo desabrido, tedioso, interminable, de las siete murgas que disputaron la final del concurso anual, en el Recinto Ferial de Santa Cruz de Tenerife (no olvidemos: monstruoso adefesio engendrado por la iluminada mente del valenciano Santiago Cataltrava, genial diseñador de ninots de dimensiones arquitectónicas), al mismo tiempo que el Partido Popular aclamaba como presidente, por cuarta vez consecutiva, a Mariano Rajoy Brey (registrador de la propiedad que ha elevado el dontancredismo a la categoría de arte); que la andaluza Susana Díaz se dejaba querer por sus compañeros y compañeras, alcaldes y alcaldesas, en una multitudinaria comparecencia, donde Abel Caballero ofició de maestro de ceremonias; y que los dirigentes de PODEMOS, Iglesias y Errejón, Errejón e Iglesias, fumaban la pipa de la paz, entre gritos a la unidad, sonrisas mal disimuladas y la inquietante sensación de que, ocultas a la mirada de todos, en las respectivas faltriqueras, ambos líderes guardaban sus albaceteñas, ansiosas de sangre contraria.

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