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El callejón
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El monstruo que surgió del frío

Como un escenario por el que desfilasen, brumosas y espectrales, todas las peores y más atroces pesadillas, el panorama internacional que ha seguido al deshielo de la denominada Guerra Fría ha ido derivando, degenerando, decenio tras decenio, en una especie de leviatán, cruel e imprevisible, cuya policefalia e inexpugnable constitución dificultan cualquier esfuerzo encaminado a su exterminio.

La bestia, de faz ambivalente y moralidad retorcida, según las circunstancias adquiere una apariencia u otra, dependiendo de aquello que esté en litigio o, más concretamente, de los intereses en disputa, por parte de quienes fijan las reglas de tan siniestro juego. Así, unas veces el monstruo adquiere la fantasmal naturaleza del terrorismo islámico y, en otras ocasiones, la nauseabunda y pestilente fisonomía del tirano de turno.

La variedad de especímenes dentro de este último género comprende toda clase de indeseables, con total independencia de su apellido (Erdogan, Jong-Un, Maduro, Putin…), y campan a sus anchas, en tanto en cuanto los frágiles equilibrios que sostienen a la comunidad internacional no se vean seriamente amenazados, debido a sus caprichos, delirios o simples desafueros.

En la repugnante nómina de sanguinarios dictadores contemporáneos, excretados, cual heces inmundas y putrefactas, por la confrontación de bloques hegemónicos, destaca el presidente sirio, Bashar Al-Assad, quien no satisfecho con condenar a su país a una guerra civil, que ya va por su sexto año y deja un reguero de más de doscientos sesenta mil cadáveres y casi cinco millones de refugiados, esta misma semana ordenó el bombardeo con armas químicas sobre población civil. Tal vez embriagado por la impunidad que le proporciona su alianza con rusos y chinos, Assad no contaba con que la citada matanza (infame carnicería propia de los criminales nazis con los que tanto simpatizaba su señor padre) podría despertar los escrúpulos de un individuo de su misma calaña y así se ha encontrado con la rápida respuesta de su homólogo norteamericano, que ha hallado en el incalificable ataque de las fuerzas sirias un pretexto para demostrar al mundo que no le tiembla el pulso a la hora de pararle los pies a su indigno socio.

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