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El callejón
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Carta publicada en Twitter el pasado miércoles por una aficionada del Atlético de Madrid, en respuesta a la despectiva pancarta mostrada en la grada del Santiago Bernabéu.

Carta publicada en Twitter el pasado miércoles por una aficionada del Atlético de Madrid, en respuesta a la despectiva pancarta mostrada en la grada del Santiago Bernabéu.

A mi amigo, paisano, compañero y camarada rojiblanco, Saturnino Alberto Barreto Pérez: a ver si al leer estas líneas se anima a seguir la vuelta contra el Panathinaikos desde el sofá del salón de su casa

En cuanto supe que la eliminatoria iba a ser contra ellos, me propuse no escribir ni una sola palabra en este blog, salvo en el hipotético caso (ahora improbable quimera) de que mi equipo disputase su cuarta final, esta vez contra la Juve (tan claro tenía que el Mónaco iba a resultar poco más que un agradecido y vistoso convidado de piedra en su cruce con los italianos), aunque, de haber sido así, el texto lo habría colgado en esta página en vísperas del encuentro de Cardiff.

Pues bien, de nuevo, servidor propone y, como siempre, Dios, el azar, la fortuna, el destino, las constelaciones celestes o vaya usted a saber, disponen y aquí estoy, otra vez, bolígrafo en ristre, forzado a desdecirme y a dar rienda suelta a la faceta más irracional y pasional de mi naturaleza. Y conste que no lo hago empujado por ninguna clase de rencor justiciero o de afán revanchista: la derrota inapelable encajada el pasado martes, dos de mayo, no dejó lugar a la duda; fue contundente, indiscutible y merecida. Sin embargo, ha sido en la desmedida y hasta cierto punto justificada euforia con que los aficionados rivales (y todo su entorno de sonrojantes aduladores, bufones y cantamañanas mediáticos) acogieron el guarismo de este primer round donde uno, cuya piel de hincha está curtida por infinidad de reveses muchísimo peores que este último marcador en contra, encuentra, con todas las reservas y todo el escepticismo que se quiera aceptar, las diminutas, casi inexistentes ascuas, con las que reavivar el fuego de una fe absurda, insensata, hecha a prueba de golpes y fatalidades.

A esa esperanza vana, loca y, si lo prefieren, infantil, nos aferramos quienes aún creemos que no todo está escrito de antemano, que la cabeza solo se agacha para besar tu propio escudo y que un verdadero escarmiento merece tanta arrogancia, tanto desprecio a los demás, a los que no comulgan con vuestra vieja vanidad prefabricada, con vuestro júbilo hortera y ridículo, partida de guanajos, que, para fortalecer vuestro ego de perdedores, necios y mediocres, no se os ocurre otra cosa que restregarnos por los bezos, con pésima educación deportiva, vuestros dos últimos entorchados europeos, ganados en buena lid, pero obtenidos ambos en situaciones límite y con ayuda de vuestros dos aliados favoritos: el que va de negro y la suerte, casi siempre generosa con el poderoso.

Pero para un club que, junto al PP, Aznar y Bertín Osborne, conforman los únicos vestigios que, como rancias ruinas prehistóricas, aún perviven del régimen franquista, de cuyo aparato de propaganda formó parte, al ofrecer la (falsa) imagen de una España triunfal, blanca e inmaculada, que sólo existió de verdad en los noticiarios del No-Do, en las piernas de Di Stéfano, en los regates en seco de Héctor Rial, en las frenéticas galopadas de Gento y en el gol de Marcelino a la Unión Soviética, todo lo que no sea ganar es sinónimo de fracaso. Por eso (y porque a muchos de vuestra grey la inteligencia no les da para más, puesto que demostrado está que ignoráis en qué consiste la empatía, la asertividad o la resiliencia) no comprenderéis jamás nuestra idiosincrasia rebelde, ni nuestra negativa a acompañar al rebaño hasta el redil de vuestras propias frustraciones.

Como en su día le dijo Unamuno a Millán-Astray: “Venceréis, sí, pero no convenceréis”.

Y todavía nos quedan noventa minutos para demostrarles a estos ilusos, en su mayoría sonajas, si descontamos a unos pocos ingenuos bienintencionados, lo mucho que se equivocan al abrazar con fuerza un espejismo.

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