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El callejón
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El largo adiós

La capacidad de resistencia del ser humano no conoce límites. Precisamente, es en esta innata fortaleza donde reside su dominio sobre el resto de las especies y es por ello que resultan frecuentes las pruebas de su prodigiosa voluntad y de que, en efecto, querer es poder.

Así, este afán hegemónico (que no es más que puro instinto de supervivencia) se traduce en asombrosas proezas, como la macrofiesta de fin de año, que llegó a reunir a unas tres mil personas en el viejo aeródromo de Benagéber (Valencia), durante cinco días consecutivos (de música electrónica a la intemperie, con temperaturas por debajo de los cero grados), entre el pasado 31 de diciembre y el 4 de enero, o como los treinta meses de atroz agonía que ha debido de soportar el etarra Josu Uribetxeberria Bolinaga, quien exhaló el último suspiro sin arrepentirse de ninguno de sus múltiples pecados.

En el caso de este último, esbirro (y mártir) patético de un régimen, el Tercer Reich, que se nos antoja eterno, sorprende que ni uno solo de los principales centros a la vanguardia dentro de la investigación oncológica en todo el mundo se haya interesado lo más mínimo por la sorprendente longevidad de un enfermo desahuciado como terminal hace mucho tiempo.

Es presumible que, a la vista de la integridad ética, moral y cívica y de la auténtica dimensión humana de tan siniestro sujeto, el interés de la Ciencia por sus pútridos despojos sea nulo, ya que, en su actual estado, los restos mortales de dicho individuo no servirían ni siquiera como comida para los perros a los que tanto amó en vida y a los que, sin duda, se sentía unido por estrechos lazos familiares.

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