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El callejón
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Otoño caliente

Tras un largo y tórrido verano, llega el otoño, envuelto en este bochorno africano y sudoroso, que es una prolongación, incómoda y jaquecosa, de este tiempo sin estaciones, sin equinoccios ni solsticios, en el que hemos encerrado al planeta como si todo él estuviese cautivo dentro de un reloj de arena.

El otoño ya está aquí y aparece por ensalmo, con la titubeante convicción de que nada se ha resuelto y el presente es una espesa niebla de incertidumbres. Por tercera vez en diez meses, la ciudadanía vasca y gallega es llamada a las urnas y flota en el ambiente la sensación (quizá más el deseo que la certeza) de que el resultado de estos comicios servirá para deshacer el nudo gordiano que Pedro Sánchez y sus adláteres han cerrado en torno a la gobernabilidad de España.

Finaliza septiembre con el poso y el peso triste de una asamblea general de la ONU, que es la gran sala de la diplomacia internacional, donde se pronuncian serias y nobles palabras, también cínicas e hipócritas, en medio de una multitud de asientos vacíos. En ese sentido, el discurso de Felipe VI resultó mucho más sincero e incluso arriesgado que la soflama antiMoscú que pronunció el siempre previsible y vacuo Barack Obama.

Da la impresión de que las primeras potencias mundiales, preocupadas por la recesión y la incierta salida de la crisis, no saben o no quieren saber qué hacer con los refugiados, mientras el flujo de esta multitudinaria y famélica legión de desesperados intenta encontrar su lugar al sol, ese viejo camarada del que volvemos alejarnos, poco a poco, órbita a órbita, hasta el próximo estío.

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