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El callejón
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El ángel miope que tocaba la armónica

El belga Toots Thielemans, fallecido en agosto pasado, a los noventa y cuatro años de edad, emana, casi a la perfección (si es que existe tal absoluto), el perfil más exigente y cotizado del músico de jazz: entendiéndose por ello aquel intérprete, altamente eficaz y versátil, capaz de cumplir con sobresaliente solvencia cualquier compromiso contractual que haya adquirido previamente.

Quiere esto decir que Thielemans no sólo era un competente profesional sino también un comedido e inconfundible virtuoso, dotado de un estilo (o sonido) propio, singular. Hábil y generoso instrumentista, era un cualificado guitarrista y silbaba como sólo lo harían los ángeles si estas etéreas criaturas poblasen realmente el firmamento, aunque pronto se decantó por la armónica (instrumento cromático, muy difícil de dominar), que le proporcionó una longeva carrera sobre los escenarios de todo el mundo y una voz melancólica, dulce, reconocible e imperecedera, que asociamos a temas que jamás nos cansaremos de escuchar: BlussetteDesayuno con diamantesCowboy de medianocheLa huidaBarrio Sésamo.

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