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De cuando no aprendí solfeo en la Banda de Música de Los Llanos

Banda municipal de Los Llanos de Aridane, en la década de 1950.

Vivíamos en la calle Cabo, a un tiro de piedra del lugar donde ensayaba la Banda Municipal de Música de Los Llanos de Aridane, en la calle Convento. Yo debía tener 10 o 12 años, de modo que les estoy hablando aproximadamente de 1959 o 1961. Y mi padre, Anastasio León Capote -al que tanto le debo porque se preocupó mucho porque yo aprendiera cosas variopintas- se empeñó en llevarme con don Domingo Ferrera para que aprendiera solfeo y, a ser posible, me integrase algún día en la Banda. Don Domingo era un lagunero profesor de Matemáticas en la Academia de don Pepe Lavers, la única forma de recibir enseñanza secundaria en aquella época. Don Domingo tenía fama de concienzudo y también de poseer cierto mal genio.

La Banda Municipal era buena, incluso viajaba a Tenerife en aquella época en que ni había aeropuerto, y participaba en concursos con otras bandas celebrados en la Plaza de Toros, y hasta quedaba bien clasificada, le dieron un premio especial, creo recordar. Supongo que los métodos de enseñanza han variado algo, porque aquello del do-re-mi-fa-sol-si-la no se me daba en absoluto. Era una maniobra casi esotérica que había que interpretar gesticulando con la mano arriba y abajo, a derecha e izquierda. Aprender a solfear, casi nada. Nunca aprendí a solfear, de la misma forma que tampoco logré entrar -menos mal- en aquella OJE que se reunía en las canchas de baloncesto junto al estadio Aceró.

Con tal de echarme una mano, mi padre pretendía también que yo me pusiera la camisa azul de Falange y que creciera derechito como una vara, y que aporreara el tambor en la banda de cornetas y tambores que salía en las procesiones. A ver si me daban una beca, decía. Porque los de Falange tenían más posibilidades de ser beneficiados. Pero por suerte, ya digo, no superé el ceremonial. Más en serio he de decir que me parece admirable el hecho de que la Banda de Música de Los Llanos de Aridane haya cumplido 150 años. En nuestro entorno es difícil que las cosas duren, por aquello de que no tenemos mucha constancia. Pero es más que centenario el Casino Aridane y también es mucho más que centenaria la Banda de Música. De la misma forma que son más que centenarios los tupidísimos laureles de la Plaza. Espero que pronto salga a la luz, en La Caja Literaria, un libro titulado Los dioses palmeros donde hablo de algunas historias de la infancia, y entre ellas aparecen los laureles de Indias que vinieron de Cuba y arraigaron espléndidamente.

Bien, regresando a la Banda me vienen a la mente las procesiones de la Patrona. Las procesiones del Viernes Santo, que llenaban la Calle Real de pasos, hermandades masculinas y femeninas, un gentío expectante. Las procesiones eran hermosas porque la Banda imponía solemnidad, cadencia. Cuando había procesiones eran días de mucha solemnidad y por eso la gente procuraba estrenar zapatos, pantalones, faldas. Las chicas brillaban con sus faldas nuevas, y sus madres no digamos. Me viene a la mente también alguna ceremonia fúnebre importante, en la cual la Banda interpretaba algún Réquiem, no sé si de Verdi o Chopin. Por entonces en las procesiones de esta pequeña ciudad de Los Llanos -que tanto ha cambiado en los últimos años- me olía a las azucenas que lucían los tronos. En ningún otro lugar del mundo he podido oler unas azucenas tan fragantes como las de Aridane. La banda sonaba bien. Era de las mejores. Para mi padre, un patriota llanense de mucho cuidado, sin duda alguna era la mejor. Cuando venía de La Palma a Gran Canaria para pasar unos días conmigo mi padre siempre pronunciaba sus latiguillos. Decía, por ejemplo: "este queso está bueno, pero como el de La Palma ninguno." Estoy seguro que si hubiese asistido a algún concierto de una banda de música grancanaria habría dicho: "esta banda suena bien, pero como la de Los Llanos ninguna".

No quiero extenderme demasiado, pero sí he de agradecer la oportunidad que me brindó María Victoria Hernández para solidarizarme con la Banda Municipal en su siglo y medio de vida. La Banda tiene un largo mérito sostenido en el tiempo y debemos reconocerla. Un largo capítulo que comenzó cuando la isla era tan pobre que casi todos sus hombres se iban a Cuba, a Venezuela, a un lugar donde encontrar un espacio acogedor, una tierra grande, un solar generoso. La Banda, ya digo, es un pequeño milagro de permanencia en una sociedad poco motivada para las cosas de la cultura y el pensamiento. Una sociedad que debe seguir atenta a la defensa de su paisaje y de su identidad, único modo de progreso.

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