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Sexo, corazón y vida
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José Martí y José Rizal

Diego Casimiro, Rosario Valcárcel, Juan Francisco González-Díaz.

Honrar a la Patria es una manera de pelear por ella, José Martí.
El que no sabe mirar atrás, de donde viene; nunca llegará a su destino, José Rizal

Hace unos días, la artista filipina Isabel Echevarría con la colaboración de Diego Casimiro y el área cultura AC/DC, donaron a la Casa Museo León y Castillo de Telde dos retratos del cubano José Martí y del filipino José Rizal realizados por la pintora. Dos retratos realizados en acrílico y óleo sobre tela y que estarán junto a D. Fernando León y Castillo en el Salón de actos de dicho museo.

El acto fue presidido por el coordinador general de cultura del Cabildo de Gran Canaria, Larry Álvarez, así como el director del Museo, D. Antonio María González Padrón. Asimismo el cubano, narrador y poeta D. Juan Francisco González Díaz, leyó el poema de José Martí titulado Yugo y estrella, y la también narradora y poeta Rosario Valcárcel leyó "Mi último adiós" de José Rizal.

Rizal y Martí fueron dos hombres que tuvieron en sus vidas sueños y memorias parecidos, que tuvieron muchas cosas en común, ya que ambos fueron considerados héroes de la independencia en sus respectivos países. Ambos descendían de españoles, hablaban el castellano, fueron políticos, escritores, poetas, filósofos y libertadores. Ambos amaron a una Patria y a esos enormes amores se aferraron. Ambos fueron masones y los dos murieron víctimas del colonialismo español. Y de ambos oímos y oiremos sus voces a través de los siglos.
Martí cayó en la batalla de Dos Ríos, en 1895, luchando contra las tropas colonialistas.

En su obra literaria la poesía penetra en el paisaje de su palabra. Nos dice el destacado poeta narrador y ensayista cubano, Cintio Vitier que la obra de Martí es creación poética en el más vasto sentido. Porque la poesía está en sus novelas, crónicas, discursos, cartas, diarios, apuntes…

Yugo y estrella

Cuando nací, sin sol, mi madre dijo:
-Flor de mi seno, Homagno generoso
De mí y de la Creación suma y reflejo,
Pez que en ave y corcel y hombre se torna,
Mira estas dos, que con dolor te brindo,
Insignias de la vida: ve y escoge.
Éste, es un yugo: quien lo acepta, goza:
Hace de manso buey, y como presta
Servicio a los señores, duerme en paja
Caliente, y tiene rica y ancha avena.
Ésta, oh misterio que de mí naciste
Cual la lumbre nació de la montaña,
Ésta, que alumbra y mata, es una estrella:
Como que riega luz, los pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida,
Cual un monstruo de crímenes cargado,
Todo el que lleva luz, se queda solo.
Pero el hombre que al buey sin pena imita,
Buey vuelve a ser, y en apagado bruto
La escala universal de nuevo empieza.
El que la estrella sin temor se ciñe,
Como que crea, crece!
Cuando al mundo
De su copa el licor vacío ya el vivo:
Cuando, para manjar de la sangrienta
Fiesta humana, sacó contento y grave
Su propio corazón: cuando a los vientos
De Norte y Sur virtió su voz sagrada, –
La estrella como un manto, en luz lo envuelve,

Se enciende, como a fiesta, el aire claro,
Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
Se oye que un paso más sube en la sombra!
-Dame el yugo, oh mi madre, de manera
Que puesto en él de pie, luzca en mi frente
Mejor la estrella que ilumina y mata.
                                                 José Martí

Dicen que cuando Rizal comprendió que había llegado el momento de su partida, aquella noche anterior al 30 de diciembre en Bagumbayan, se confesó, comulgó y se casó con su novia, la belga Josephine Bracken. Después finalizó su poema Mi último adiós.

Fue fusilado por las tropas colonialistas que ocupaban las islas Filipinas. La obra de Rizal se estudia en todas las escuelas de Filipinas en inglés y en tagalo, la lengua hablada mayoritariamente en las Filipinas.

Mi último adiós

Adiós, Patria adorada, región del sol querida,
perla del Mar de Oriente, nuestro perdido edén,
a darte voy, alegre, la triste, mustia vida;
y fuera más brillante, más fresca, más florida,
también por ti la diera, la diera por tu bien.

En campos de batalla, luchando con delirio,
otros te dan sus vidas, sin dudas, sin pesar.
El sitio nada importa: ciprés, laurel o lirio,
cadalso o campo abierto, combate o cruel martirio.
La mismo es si lo piden la Patria y el hogar.

Yo muero, cuando veo que el cielo se colora
y al fin anuncia el día, tras lóbrego capuz;
si grana necesitas, para teñir tu aurora,
¡vierte la sangre mía, derrámala en buen hora,
y dórela un reflejo de su naciente luz!

Mis sueños, cuando apenas muchacho adolescente,
mis sueños cuando joven, ya lleno de vigor,
fueron el verte un día, joya del Mar de Oriente,
secos los negros ojos, alta la tersa frente,
sin ceño, sin arrugas, sin manchas de rubor.

Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo.
¡Salud! te grita el alma que pronto va a partir;
¡salud! ¡Ah, que es hermoso caer por darte vuelo,
morir por darte vida, morir bajo tu cielo,
y en tu encantada tierra la eternidad dormir!

Si sobre mi sepulcro vieres brotar, un día,
entre la espesa yerba, sencilla humilde flor,
acércala a tus labios y besa el alma mía,
y sienta yo en mi frente, bajo la tumba fria,
de tu ternura el soplo, de tu hálito el calor.

Deja a la luna verme, con luz tranquila y suave;
deja que el alba envíe su resplandor fugaz;
deja gemir al viento, con su murmullo grave;
y si desciende y posa sobre mi cruz un ave,
deja que el ave entone su cántico de paz.

Deja que el sol, ardiendo, las lluvias evapore
y al cielo tornen puras, con mi clamor en pos;
deja que un ser amigo mi fin temprano llore;
y en las serenas tardes, cuando por mí alguien ore,
ora también, oh Patria, por mi descanso a Dios.

Ora por todos cuantos murieron sin ventura;
por cuantos padecieron tormentos sin igual;
por nuestras pobres madres, que gimen su amargura;
por huérfanos y viudas, por presos en tortura,
y ora por ti, que veas tu redención final.

Y cuando, en noche oscura, se envuelva el cementerio,
Y solos sólo muertos queden velando allí,
no turbes su reposo, no turbes el misterio:
tal vez acordes oigas de cítara o salterio;
soy yo, querida Patria, yo que te canto a tí.

Y cuando ya mi tumba, de todos olvidada,
no tenga cruz ni piedra que marquen su lugar,
deja que la are el hombre, la esparza con la azada,
y mis cenizas, antes que vuelvan a la nada,
en polvo de tu alfombra que vayan a formar.

Entonces nada importa me pongas en olvido;
tu atmósfera, tu espacio, tus valles cruzaré;
vibrante y limpia nota seré para tu oído:
aroma, luz, colores, rumor, canto, gemido,
constante repitiendo la esencia de mi fe.

Mi patria idolatrada, dolor de mis dolores,
querida Filipinas, oye el postrer adiós.
Ahí, te dejo todo: mis padres, mis amores.
Voy donde no hay esclavos, verdugos ni opresores;
donde la fe no mata, donde el que reina es Dios.

Adiós, padres y hermanos, trozos del alma mía,
amigos de la infancia, en el perdido hogar;
dad gracias, que descanso del fatigoso día;
adiós, dulce extranjera, mi amiga, mi alegría;
adiós, queridos seres. Morir es descansar.
                                                       José Rizal

Un gran poema que crece y crece, que reflexiona y nos ayuda a comprender el comportamiento de Rizal en esos últimos momentos de su vida o como decía T. S. Elliot el reino soñado de la muerte. Sus pensamientos son palabras, palabras que quizás le permitieron sosegar su alma. Palabras que expresó "sin escenas" y que yo adivino temblorosas, emocionadas, que hablan sobre la familia y el amor de su divina Patria… Palabras con las que podemos llegar a entender lo que significó morir como un mártir.

La sombra de estos dos grandes personajes, héroes de la Independencia de sus países, sigue planeando por todos los rincones de Latinoamérica. José Martí y José Rizal, hombres inteligentes con gran liderazgo y humanidad, con obras de esplendorosa sencillez y belleza, que han adquirido una dimensión universal.
José Martí y José Rizal se han convertido en seres inmortales.

Blog-rosariovalcarcel.blogspot.com

 

 

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