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Sexo, corazón y vida
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FUEGO EN LA ISLA DE LA PALMA

Dicen que La Palma es el lugar que más se parece al paraíso.

La isla es un círculo titánico lleno de escondites, valles y hondonadas. Orlas de pinares y círculos de color verde formado por barrancos profundos.

La isla de La Palma pertenece a un mundo especial, a un mundo donde parece que el tiempo se ha detenido. Un lugar de ensueños, arroyos encantados y pinares. Miles de pinos apretados unos contra otros. Especies únicas. Un mundo que todos queremos hacer nuestro, pero, desgraciadamente, por accidente o intencionadamente como ha ocurrido en la mayoría de nuestros bosques, alguien prende fuego y destruye nuestra belleza. Destruye la riqueza que generación tras generación hemos luchado por conservar.

Y una vez más, el cielo se ha puesto brumoso y las paredes de las montañas envueltas en sombras comienzan a moverse,  igual que un oleaje, con la misma celeridad. El fuego se apodera de todo el monte, y en seguida el verdor se convierte en cenizas.

Mi isla se está quemando, el fuego ruge. Y contempló atónita la fiereza de las llamas, la explosión de las hogueras avivadas por el viento. El fuego que cruza los abruptos terrenos, chamusca todo lo que encuentra por delante: higueras, pinos, chozas, conejos que corren como si el alma se la llevara el diablo. Las brasas suben por las paredes de las montañas parecen juntarse con el horizonte.

Se escuchan voces, después ladridos de perros, cabras balando, los sonidos llegan de todas partes.

No hay tiempo que perder. Los servicios contraincendios actúan junto a héroes anónimos, luchan contra el viento, se sumergen como buceadores, penetran en el interior de un monte que igual que un volcán brama. Mientras una señora con los brazos abiertos clama a todos los santos, otros con la garganta seca hablan de cosas triviales o aterrorizados filman la escena.

Se escucha el grito de nuestras almas retumbar en el aire.

Dicen que esta vez fue un alemán, un inconsciente quien prendió fuego a un papel. Las llamas se elevan igual que las burbujas de jabón. Poco a poco tocan la cima de las montañas, las alturas, se embeben entre las nubes. Todos luchan, desesperadamente, por apagarlo y en esa lucha, uno de los agentes del Medio Ambiente, Francisco José Santana ha perdido la vida. Quedó encerrado en una zona difícil con muchos barrancos y pinos de gran altura y las llamas lo sorprendieron. ¡Qué tristeza!

Todo es tan fugaz, todo se destruye tan rápido. Todos los veranos lo mismo ¿Cuándo van a cesar los incendios forestales?  ¿Cuántos hombres van a seguir muriendo entre llamas?

Pienso en la muerte, miro el bosque, sueño con el rumor de la lluvia. Y no me queda más que construirme una esperanza, una esperanza lejana, extraída de la experiencia del pasado. Porque sé que los pinos en la isla de La Palma después del fuego, la tierra –en una especie de milagro- reverdece con nuevos brotes que crecen de las raíces no alcanzadas por las llamas. Y sé también que el corazón de algunos árboles –no se sabe cómo- vuelven a latir, quizás sea el aliento, el tesoro que esconde el volcán…

Entonces una vez más, sin consuelo, pienso en Francisco José Santana, contemplo el fuego y lloro amargamente.

 

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