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Domingo Acosta y Cueva Chica: un sueño hecho realidad

El doctor en Historia y jefe de servicio de Patrimonio del Cabildo, Jorge Pais, explica la valiosa donación a La Palma de Domingo Acosta Felipe

La colección de Domingo Acosta Felipe es impresionante, tanto por la cantidad de piezas con que cuenta como, sobre todo, por la extraordinaria información que puede proporcionar sobre la vida y cultura de los benahoaritas.

Domingo no es un coleccionista al uso que se dedicaba a recopilar restos arqueológicos bonitos, espectaculares y enteros, que es lo que buscan y aprecian los expoliadores sin otro afán más que el engrandecimiento de su ”museo particular”. Domingo sabe exactamente dónde y cuándo se descubrieron cada uno de sus materiales, por muy pequeños que éstos sean. Los restos aborígenes donados al Cabildo de La Palma proceden, en más de 90 %, de un único yacimiento benahoarita y de ahí, precisamente, deriva su extraordinario interés.

Su colección comenzó a gestarse a principios de la década de los años 70 del siglo XX, cuando recorría la isla acompañando a su padre, el periodista, Domingo Acosta Pérez. Por ello no debe extrañarnos que mantuviese contactos, y enseñase conjuntos prehispánicos, a los arqueólogos de la época como Luis Diego Cuscoy, Mauro Hernández Pérez, etc. Así mismo, empezó a colaborar con Miriam Cabrera Medina en la reconstrucción de vasijas, dejándole en custodia algunas piezas únicas como, por ejemplo, el denominado “cochinito” de Cueva Chica (Puntallana). Además, debemos tener en cuenta su estrecha relación con la Sociedad La Cosmológica y la Organización de Juventud Española (OJE), a quienes cedió extraordinarias piezas que, en la actualidad, se encuentran en paradero desconocido. Esta colaboración también alcanzó a instituciones académicas, entregando un buen número de restos arqueológicos, especialmente colgantes y cuentas de collar en hueso y conchas marinas, al Departamento de Arqueología de la Universidad de La Laguna, que fueron traídos a La Palma para la apertura del Museo Arqueológico Benahoarita en 2007 y algunos de los cuales forman parte de la exposición permanente.

A todo ello hemos de añadir que Domingo posee una formación arqueológica bastante sólida proporcionada por su participación en diferentes proyectos de investigación como, por ejemplo, el descubrimiento y excavación de la necrópolis de La Palmera (Tijarafe), en 1985, dirigida por Juan Francisco Navarro Mederos y Ernesto Martín Rodríguez. Formó parte del equipo de arqueólogos que trabajaron en las últimas campañas de excavación en la Cueva del Tendal (San Andrés y Sauces), dirigidas por los investigadores anteriormente reseñados.

Finalmente, durante los años 1986, 1987 y 1988, junto con el que suscribe, formamos el equipo que llevó a cabo las tres primeras campañas del Inventario Arqueológico y Etnográfico del Parque y Preparque de la Caldera de Taburiente, que fueron financiadas y auspiciadas por el entonces denominado ICONA (Instituto para la Conservación de la Naturaleza).

Domingo Acosta, en los grabados de La Erita, en 1987.

Domingo Acosta, en los grabados de La Erita, en 1987.

Todas esas experiencias formativas le sirvieron de ayuda para emprender un camino en solitario, bastante arriesgado, en el que los propios arqueólogos teníamos serias dudas sobre su viabilidad. Domingo estaba empeñado en demostrar que la información que proporcionan las excavaciones arqueológicas va mucho más allá que la mera recopilación de restos y que, al menos en La Palma, la posición estratigráfica de los fragmentos de cerámica, así como la distinta coloración, no eran óbice para que “casasen” entre sí, dando forma a cuencos que se podían reconstruir en buena medida.

También es verdad que en la antigua Benahoare, hasta la fecha, no se ha excavado ningún yacimiento en extensión. Sólo se han efectuado sondeos estratigráficos o excavaciones en zonas concretas, muchas veces las menos ricas en materiales de todo tipo, que han impedido hacernos una idea fiable de la ocupación y utilización total de los yacimientos. Por otro lado, no debemos olvidar que los restos procedentes de muchas de esas excavaciones se han perdido, como son los casos de Los Guinchos y El Humo (Breña Alta) o se trasladaron a Tenerife, como sucedió con los trabajos de Luis Diego Cuscoy en Belmaco y Roque de La Campana (Villa de Mazo).

La experiencia alcanzada durante las excavaciones en las que participó le llevó a buscar un yacimiento en el que pudiese corroborar, o no, sus teorías e intuiciones. El destino le condujo a una cueva natural de habitación del cantón de Tenagua, a la que dio el nombre de Cueva Chica, aunque no es tan pequeña como pudiera parecer y que, en realidad, a tenor de los restos extraídos y la información recopilada, debiera denominarse Cueva Grande o cualquier otro adjetivo de connotaciones parecidas.

En definitiva, las investigaciones de Domingo sobre los materiales aparecidos en Cueva Chica nos permiten constatar tres ideas fundamentales: 1) La ingente cantidad de horas y paciente trabajo que ha dedicado a intentar reconstruir las vasijas, cachito a cachito, hasta conformar un registro que supera el centenar de cuencos de los que podemos conocer su forma, capacidad, motivos decorativos, etc. Además, absolutamente todos los materiales han sido lavados, signados y registrados con una extraordinaria meticulosidad; 2) La información que la Cueva Chica aporta a la arqueología de Benahoare es significativa y nos permite completar o matizar algunas cuestiones que teníamos firmemente asumidas. La experiencia de Domingo, junto con los estudios de los científicos, serán enormemente valiosos a la hora de revertir una situación de abandono prácticamente total, durante casi treinta años, de las excavaciones arqueológicas en La Palma, volviendo a retomar el papel que tuvieron antaño y que encumbraron a La Palma a la cabeza de la Arqueología de Canarias y 3) quizás la más importante, es que esta colección nos viene a demostrar, una vez más, que apenas si sabemos algo de la etapa prehispánica insular por lo que, es evidente, debemos seguir trabajando y aunar esfuerzos hacia una meta común marcada por el conocimiento sobre nuestros antepasados aborígenes.

Una buena parte de la colección de Domingo Acosta llevaba más de 30 años depositada en La Laguna (Tenerife). Durante dos décadas ha permanecido perfectamente resguardada y embalada en cajas esperando la oportunidad de ser trasladada a la antigua Benahoare, su lugar de procedencia. A partir de 1989 perdimos todo el contacto y la comunicación con Domingo, salvo esporádicos encuentros ocasionales en La Laguna o Santa Cruz de La Palma.

Esta situación de olvido cambió completamente, tras un reencuentro casual e inesperado, en mayo de 2016. Solo bastaron treinta minutos de conversación, junto a un “posuelo” de café en un bar de la Calle Trasera de Santa Cruz de la Palma, para que todo comenzase a girar en el sentido correcto, sin prisas pero sin pausas. A partir de ese momento ya no perdimos la comunicación, si bien no volvimos a vernos hasta el 24 de noviembre en La Laguna. El día siguiente nos reunimos en La Orotava, durante la celebración del I Congreso de Museos de Canarias y, con la aquiescencia de la Dirección General de Patrimonio Cultural de Canarias, decidimos que ya no había vuelta atrás y que los restos arqueológicos regresarían a La Palma en cuanto fuese posible. Después de treinta años, el 27 de noviembre de 2017, pude ver, por segunda vez, la maravillosa colección de Domingo Acosta Felipe en su domicilio lagunero.

El lunes, 19 de diciembre de 2017, nos trasladamos a Tenerife, acompañados por el restaurador Jorge Afonso Álvarez, quien se encargó de embalar y colocar adecuadamente todos los materiales para que no sufriesen daños durante el traslado. Un técnico de la Dirección General de Patrimonio Cultural de Canarias levantó acta de las 19 cajas con materiales benahoaritas que, esa misma tarde, fueron embarcados en Los Cristianos y, sobre las 22,30, pisaron, nuevamente, Benahoare, de donde habían salido hacía demasiado tiempo.

Domingo y Jorge Afonso, preparando los restos para su traslado a Benahoare.

Domingo y Jorge Afonso, preparando los restos para su traslado a Benahoare.

A finales de enero de 2017 Domingo se trasladó a La Palma para organizar y seleccionar los restos que formarían parte de la presentación a los medios de comunicación, que tuvo lugar en el Museo Arqueológico Benahoarita el 7 de marzo de 2017. Durante casi tres semanas pudimos comprobar como Domingo iba, poco a poco, haciendo emerger vasijas de montoncitos de fragmentos de cerámica aparentemente informes. Lo más asombroso de todo es que, después de 20 años guardadas en bolsas y cajas, recordaba, con sólo echarles un vistazo, a qué cuenco pertenecían unos trocitos ínfimos de barro cocido con apenas unas rayitas de decoración.

Si bien la colección de Domingo Acosta Felipe está formada, en su inmensa mayoría, por restos arqueológicos procedentes de Cueva Chica (Puntallana), también cuenta con piezas aisladas rescatadas en otros municipios de la isla: Tijarafe, El Paso, Fuencaliente, Villa de Mazo, Santa Cruz de La Palma, Breña Alta, Puntallana, San Andrés y Sauces y Los Llanos de Aridane.

Pero, sin ningún género de dudas, la trascendencia de la colección de Domingo estriba en el hecho de que más del 90 % de sus piezas proceden de un único yacimiento, Cueva Chica (Puntalllana), en la que se han diferenciado tres estratos naturales, si bien el más rico, con diferencia, es el Estrato II. Los materiales más llamativos son miles de fragmentos de cerámica, de todas las fases identificadas en la isla de La Palma, lo cual indica que la cueva fue habitada desde el inicio del poblamiento prehispánico insular, en torno al siglo II a. C., hasta finales del siglo XV, con los que se puede reconstruir más de un centenar de vasijas. Este dato no tiene parangón, ni de lejos, con cualquier otro yacimiento conocido de la arqueología palmera. A todo ello hemos de añadir una variedad tipológica y de motivos decorativos desconocidos hasta la fecha.

Domingo, con una de las vasijas donadas al Cabildo de La Palma.

Domingo, con una de las vasijas donadas al Cabildo de La Palma.

Aunque la cerámica es lo más espectacular y llamativo, no le van a la zaga, en interés, otras industrias. Así, por ejemplo, los utensilios pétreos son de una extraordinaria belleza, variedad y tipología, estando elaborados en basalto, obsidiana y sílex. Los núcleos y utensilios de mayor tamaño de estas dos últimas materias primas que se conocen en La Palma proceden, precisamente, de Cueva Chica. La riqueza en industria ósea es fabulosa, destacando bastante más de un centenar de punzones enteros, así como una gran cantidad de cuentas de collar y colgantes en hueso que enriquecen sobremanera los datos que ya conocíamos sobre este tipo de artesanía benahoarita. Idéntica abundancia y variedad nos la encontramos en los objetos de adorno elaborados en conchas marinas (lapas, púrpuras, columbellas, cypreas, burgados secos, etc.)

Los materiales de Cueva Chica también nos ofrecen una información muy interesante sobre la forma de vida de quienes la ocuparon, puesto que nos encontramos con trozos de madera quemados; innumerables fragmentos óseos de fauna doméstica (cabras, ovejas y cochino), destacando una gran cantidad de huesos de una misma cabra de unos 6 meses de vida; de animales silvestres, como aves, pescado y hasta restos de lagarto gigante extinguido. A todo ello hemos de añadir una colección única de pipas de palmera, muchas quemadas, semillas y hasta cáscaras de frutos silvestres utilizados como cuentas de collar; pellas y adujas de barro, algunas con huellas dactilares de quienes las manipularon y un reducido número de restos humanos con varias piezas dentarias y pequeños trozos de calota craneal.

Presentación de la colección de Domingo Acosta en el MAB (7-III-2017).

Presentación de la colección de Domingo Acosta en el MAB (7-III-2017).

La historia que acabamos de contarles, y de ahí el título de este trabajo, nos demuestra que los sueños, a veces, se hacen realidad. Y, lo más sorprendente de todo es que, en ocasiones, esos deseos y esperanzas, no sólo satisfacen a una persona, sino que provocan la alegría en una gran cantidad de espíritus que, lejos de abandonarse a la desesperanza, lucharon y creyeron hasta el final. Porque todo comenzó como un sueño, el de Domingo para demostrar que sus intuiciones eran reales; el nuestro, que se había ido apagando con el transcurrir del tiempo como consecuencia de la incomunicación y, por último, el de muchos palmeros que han recuperado para su intrahistoria unos bienes culturales que han permanecido demasiado tiempo en el olvido.

Felipe Jorge Pais Pais

(Doctor en Arqueología)

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