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Opinión
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MaryNieves Hernández/Caracas

Haciendo caminos

  • El canario no se aleja de su tierra por gusto o placer

Mary Nieves Hernández, una palmera que vive en Venezuela. Archivo.

                               ¡Oh corazón, si tu pudieras palpitar                               en dos mitades!

                             Entregaría cada parte como entera

                             para oír tus latidos por igual

                             en cada una de mis patrias

¡Hola, queridos compatriotas! Les escribo desde el otro lado del océano. Desde este país tan nombrado en esos lugares y que ha sido también, tan querido y anhelado por muchos canarios: Venezuela. Por eso es que, me siento complacida de poder hacerlo y agradecida por esta oportunidad que se me brinda, gracias a la generosidad de las personas que dirigen este "nuestro" periódico Digital Palmero. Es que, llevo tiempo, queriendo contarles cosas que, segura estoy, las nuevas generaciones ignoran, y que les gustará saber. Los que conocen estos lugares, revivirán conmigo épocas pasadas. Los que no, se sorprenderán. Aquellos, que por suerte no han tenido que ausentarse de nuestras islas, posiblemente no imaginan el dolor de ser emigrante. Con conocimiento de causa, puedo decirles que, ser emigrante no es tan sencillo como parece, y lograr el éxito siéndolo, más complicado aún.

Quizás, conociendo sus vicisitudes y luchas, puedan apreciar el valor de sus logros y el por qué de tantos reveses. Segura estoy de su extrañeza si se  sumergieran en el conocimiento de estas vidas tan disímiles como interesantes, con sus altibajos y peripecias, pero siempre colmadas de incansables luchas. Con sus triunfos y fracasos, llenas de aventuras y de riesgos. Unas, con la suerte de la mano, otras, que parecieran encontrarse  una piedra en cada paso.

El canario no se aleja de su tierra por gusto o placer. Cuando el canario toma esta decisión es por necesidad apremiante: Sus padres, sus hijos, su familia en general, requieren de su ayuda. Y la única salida está fuera, lejos, en otros continentes. Y en el siglo pasado era América el que más oportunidades ofrecía: primero Cuba, Argentina y Uruguay, después Venezuela.

Cuando te vas de tu tierra, dejas todo lo que más quiere, incluso, parte de ti mismo. Tu familia, tus amigos, tu casa con esos rincones llenos de recuerdos… Atrás quedan los colores de las estaciones que tanto miraste, las noches de vigilia bajo aquel cielo estrellado. Aquellos olores del verano… Y tantas otras cosas…

Cuando te adentras en el mar viendo alejarse las costas de tu isla, sientes como el corazón se te hace añicos… Quieres abrazarte a ellas para llevarte algo contigo, mientras que en tu interior, callando gritas: ¡Te quiero, te quiero, no me olvides! Y ¡Cómo duele! No sabes cuándo volverás a verlas, ni siquiera, si algún día volverás… Te alejas lleno de tristeza, de incertidumbre por no saber qué te espera del otro lado del océano. Por suerte, _ más para los que quedaron que para los que se fueron_, la mayoría, pudieron mejorar su situación, gracias a ese gran sacrificio de los que de ahí salieron, aunque ahora no quieran reconocerlo. Muchas han sido las mejoras y reformas que se hicieron en Canarias, gracias al dinero enviado por los emigrantes. ¿Se habrá preguntado alguien, alguna vez, cuánto sacrificio se encuentra detrás de esas ayudas, recibidas tan alegremente y tan poco valoradas?

Muchas son las cosas que los canarios han conquistado en estos pueblos de América, desde el siglo XVII, cuando la emigración se hizo más intensa. Muchas son también, las huellas dejadas por su labor en los distintos ámbitos sociales, todo ello, sin perder  la vista de la tierra que los vio nacer. Porque al canario, ni el tiempo ni la distancia le quiebra el arraigo, ni le apaga la querencia por aquellas cosas que lleva con el desde la cuna.

Orgullosos debemos sentirnos todos, los de allá y los de acá, por el significado de nuestra raza. Por la fama que en el mundo se ha ganado a base de honradez y de trabajo. Posiblemente, más valorado en el exterior que en su propia tierra.

Son muchas las cosas que nos unen, porque, queramos o no, estamos hechos de lo mismo. La sangre de nuestros ancestros aún corre por nuestras venas. Nuestra voluntad es férrea como los acantilados de las costas que nos circundan. El corazón  ardiente como el calor de nuestros volcanes, que ha moldeado siempre el temperamento de nuestra raza. Vigorizantes como los vinos, erguidos y resistentes como los pinos…¡Así somos!

Marynieves Hernández H.

 

 

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