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Opinión
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Agustín R. Fariña

El voto y la razón

  • Aquí no vale el amiguismo, ni la familia, ni siquiera mi gusto personal

Una vez más nos encontramos sumergidos en la algarabía de una nueva votación política, desde luego prevista desde la última, dado la carencia que tienen gran parte de los políticos para dialogar y ceder en algunas cosas.

La tele, la prensa, los coches altavoceros, los mítines, los saludos de algunos políticos que antes pasaban por ti sin apenas mirarte, las presiones más o menos disimuladas de otros aconsejando por quien votar, etc.

Y el caso es que el voto en sí es un deber, una obligación para todos y principalmente para quien luego quiera criticar o confirmar una actuación de un gobierno o una ley que, de cerca, en años, va a afectarnos guste o no. Es de poca responsabilidad y ser poco ciudadano no intervenir serenamente en las elecciones y luego decir con voz profesional, que todo le parece mal, sin siquiera mojarse libremente con su voto.

Al fin y al cabo, lo que estamos haciendo con nuestro voto es proponer a aquellas personas, como si fuesen nuestros apoderados, que van a administrar nuestro dinero, pagado en impuestos de varios tipos, repartiéndolo con justicia y seriedad. Seguro que, si particularmente tienes un gran o pequeño negocio, o simplemente quien te ayude en un simple quehacer, estudiarías bien sus capacidades organizativas y conocimientos.

El problema, que es a lo que quiero referirme, es que el Voto es asunto del cerebro y no del corazón. Es pensar detenidamente qué es lo que precisamos para mejorar la economía en general, lo que nos acercaría a mejorar la nuestra particularmente, o viceversa. Aquí no vale el amiguismo, ni la familia, ni siquiera mi gusto personal. La pasión que el corazón siente cuando uno es del Real Madrid o del Barcelona, Tenisca o Mensajero, para que gane aunque juegue mal, con trampas, o "ayuda" del árbitro, aquí no vale. Ni siquiera, en casos, mi "tendencia" política. Ni las palabras del que se cree salvador de la patria (nuestro chiquito o gran país o pueblo), si no nos da de comer, un mejor convivir y una justicia limpia judicial o humanista, rápida. Primero que lo demuestre con hechos y razones del celebro, no jugando con los sentimientos de los aplausos callejeros. Ni el chorro de palabras que te ofrece de todo, pero sin decirnos su costo, su posibilidad, su respeto a la realidad que nos rodea y al bien común (de todos). Ni del que ofrece resolverlo todo tal como si pontificara, principalmente ablando mal de los otros partidos.

Necesitamos quien presente la realidad del ahora y del futuro, con todos sus beneficios y sacrificios. Y cómo lo van a encarar. Si al empleado o administrador al que dejamos gobernar nuestra casa o negocio le exigimos que utilice la inteligencia (nuestro cerebro), cuanto más a los políticos.

Pero, se dirán muchos, ¿qué sé yo de economía? Yo les diría que piensen como si se tratara de controlar nuestro sueldo para que llegue a fin de mes, o nuestra empresa para que subsista. Pues en general, aunque sea a gran distancia en volumen a lo que maneja el Estado, la Región o Ayuntamiento, los principios son similares: No se puede gastar más que lo que se tiene; las deudas hay que pagarlas; al que ha tenido la desgracia de que las cosas le vayan mal sin él tener culpa, hay que ayudarlo y ser justos sin gestos partidistas. En fin, oír al pueblo tanto individual como colectivamente. Al que no tiene nada por ser un gandul o derrochador, hacerle ver la realidad de que la vida es trabajo, inteligencia, voluntad y convivencia responsable.

Agustín R. Fariña

 

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