No cabe duda de que en esta era global estamos asistiendo a los grandes miedos globales. Primero fue el 11-S que dejó aquella terrible incertidumbre en la primera potencia del mundo. Luego hemos tenido otros miedos desencadenados, cada vez con mayores y peores consecuencias. Vino el 11-M en los trenes de Madrid con la feroz reivindicación de Al-Qaeda, empeñada en recuperar Al-Ándalus porque si España le perteneció durante ochocientos años no va a ser cosa de dejarla escapar. En el actual rumbo de los tiempos, cada año son fabricados un buen lote de miedos, contagios colectivos que no dejan títere con cabeza: así el miedo a la gripe aviar, al inminente fin del mundo, el terrible miedo a la gripe A y ahora últimamente el miedo a la nube de ceniza del volcán de Islandia. Existe la idea de que con algunos de estos miedos algunos listos han hecho fortunas. Por ejemplo, los gobiernos europeos compraron millones de vacunas para frenar la terrible pandemia de la gripe A, y ahora resulta que el miedo lo exageraron algunos médicos listos, vinculados a ciertos laboratorios. Los gobiernos se han quedado con la cara torcida ¿a quién reclaman, qué harán con las vacunas inservibles? Ahora, en plena crisis económica, han sido anulados miles de vuelos, se han quedado en tierra millones de pasajeros, se han perdido millones y millones de euros como consecuencia de la nube de cenizas del volcán nórdico. Algunas aerolíneas dicen que todo ha sido exagerado, que la burocracia europea se ha equivocado una vez más, que se podía haber seguido volando con ciertas precauciones. ¿Qué hemos de pensar de todo ello? Como decía un documental de Michael Moore, estamos en la era de los miedos globales. Ah, también he de recordar que la mitad de la isla de La Palma se hundirá en el 2012, y que la ola gigante provocará un tsunami sobre Nueva York. Avisados están: salgan huyendo.