Cuando uno visita el país y recorre sus ciudades milenarias, sus mezquitas, la algarabía de sus mercados, se da cuenta de que se trata de una sociedad de contrastes. Hoteles de lujo y hacinamiento, mezquitas espléndidas y zocos medievales, pobreza y una casta dirigente de sultanes. En síntesis: una sociedad casi feudal en la que no todos están de acuerdo con el régimen político que soportan.
Fez, Meknes, Marrakesh, Erfoud, Ouarzazate y todo el sur donde subsisten los poblados de adobe de los bereberes, el magnífico Atlas, son postales turísticas. Palmerales, gargantas del Todra, agua de rosas. Pero cuando uno se acerca a las ciudades fronterizas con Argelia y comprueba el despliegue militar allí instalado se da cuenta de que los gastos de Defensa son cuantiosos. El culto al Rey, una figura divinizada que te observa desde todos los rincones, no oculta los problemas. Cuando te llevan a poblados del Atlas observas a los niños caminando kilómetros desde el colegio a casa por las carreteras mochila a la espalda, el hacinamiento es visible en las grandes ciudades.
En el sur que es puerta del desierto uno comprueba las semejanzas del paisaje con Canarias, y se emociona al reconocer que de tales lugares debieron venir las tribus de pastores expulsadas por Roma a las Islas del Olvido. Y cuando uno advierte el deterioro en el Sáhara Occidental a uno le entra la mala conciencia habitual. España ha descolonizado pésimamente y lavándose las manos como Pilatos no consigue lavar su conciencia. Pues lo que está sucediendo y lo que va a continuar sucediendo nos salpicará en gran medida. La sangre riega el desierto y la comunidad internacional, esa gran hipocresía, mira para otro lado. Dentro de Marruecos hay quienes piensan que no está bien la ocupación. Pero con una prensa férreamente controlada, con esta monarquía dictatorial de Mohamed VI, sin libertades en los cielos alauitas no puede circular la verdad.
La economía, gran madrastra, tiene atado a Madrid: son tantas las inversiones, tantos los intereses. Es tanta la influencia de Francia y de Estados Unidos que Marruecos goza una posición intocable en esta partida de ajedrez. Qué ridículo tan espantoso el que protagoniza la novísima y despistadísima ministra de Asuntos Exteriores, tan guapa chica ella y tan tonta perdida. Qué ridícula su petición a Hillary Clinton cuando le pidió que EEUU se implicara en este asunto y la otra le respondió que iban a estudiarlo.
Para colmo, los vecinos siempre amenazan con Ceuta y Melilla y con dejar vía libre a las pateras y a los terroristas de Al-Qaeda. Aquí en las islas hay asociaciones de amistad con Marruecos bien dotadas de fondos por el consulado de Las Palmas, pero algo nos dice que por cada simpatizante de la causa marroquí hay cincuenta que estamos con los saharauis. Luego está la "guerra psicológica" de saber que Canarias siempre figura en los mapas del reino de Marruecos. Geográficamente está clara nuestra posición en el planeta, pero ni por cultura ni por sociología somos África. Ya lo decía Adán Martín: si Canarias optara por la vía independentista en pocos años nuestra renta sería similar a la de Cabo Verde.
Por otra parte, más de una vez hemos escuchado frases similares a esta: cualquier día los marroquíes invaden a Canarias y España se lavará las manos, igual que ha sucedido otras veces. Quien dice esto no conoce la pobreza endémica de Marruecos, sus bajísimos salarios, la precariedad de sus habitantes. El hecho insultante es que nuestras islas, a pesar de todas las crisis económicas, tenga una renta per cápita tan superior a la de los países vecinos del Magreb.
Los últimos acontecimientos han sido sangrantes: periodistas expulsados, saharauis detenidos y encarcelados. ¿Cuántos muertos hubo realmente en las revueltas del campamento en las afueras de El Aaiún?
Y ¿hasta dónde se puede tolerar que el gran capital de occidente sepulte las aspiraciones de los saharauis por vivir en su país, libre al fin? Sangre en las calles y Sáhara en el corazón de los canarios.