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El colmo de la hipocresía: la izquierda nos vuelve a organizar la vida.

Los incidentes de los "antisistema", en Barcelona, Madrid y Granada principalmente, han puesto de manifiesto la terrible y agobiante hegemonía política de la izquierda. Y, de paso, han desatado la sospecha de que la izquierda solo considera "enemigos" auténticos a sus enemigos ideológicos. El caso es que los políticos de izquierdas han conseguido imponer a la sociedad todas sus mitologías, todos sus fetiches y todos sus tópicos. Después de que el complejo económico-izquierdista ocultara burdamente el monopolio mayoritario de la violencia por parte de colectivos afines, ahora un grupo de "intelectuales catalanes" ha entregado una denuncia en los juzgados de Barcelona para prohibir la conferencia que supuestamente va a pronunciar el ex congresista republicano por Louissiana, David Duke. Dado que la demanda ha sido interpuesta antes de que dicha conferencia se pronunciara, cabe deducir que se efectúa no por lo que se ha dicho sino por lo que el conferenciante representa. Pero muchos creemos que la mejor manera de contrarrestar una conferencia fatídica es con una conferencia mejor, no con la acción policial. A este respecto, la prensa de toda España reitera la falsedad de que "el Ku Klux Klan llega a Barcelona", poniendo de manifiesto una de las grandes estafas intelectuales de la izquierda: el pasado de los enemigos siempre es actual, mientras que el pasado de los amigos es siempre tabú. Puede ser muy razonable que a alguien se le pidan cuentas por su pasado pero ¿por qué eso nunca sucede con la izquierda?El pasado octubre ha sido el mes de la memoria, como muy bien ha recordado el día 4 de este mes Eric Margolis, en un brillantísimo artículo del Toronto Sun, titulado Bear the guilt. Time to hear an apology for the Great Terror in the Soviet Union (Cargar con la culpa. El momento de escuchar una disculpa por el Gran Terror en la Unión Soviética). Margolis subraya que nadie considera que esta trascendental cuestión deba estar en la agenda política del presente. La pregunta es ¿por qué?En 1920 Lenin desató una guerra de exterminio contra los cosacos; luego siguieron los cristianos ortodoxos y las elites que se opusieron a la conquista y sometimiento militar de los países bálticos. Posteriormente, José Stalin –el gran aliado de los Estados Unidos y el Reino Unido, al que llamaban Tío Joe- hizo lo propio en Ucrania, donde Lazar Kaganovich exterminó por orden de aquél a entre 7 y 10 millones de campesinos independientes, que no cuadraban en los esquemas de los delirios de Karl Marx. Sorprendentemente, Kaganovich murió en Moscú en 1991 sin que nadie le molestara ni ningún "tribunal" buscara juzgarle en una silla de ruedas. Se calcula entre 20 y 40 millones de personas los asesinados por el comunismo soviético en la URSS entre 1922 y 1953. Nada de esto pesó en la conciencia de las democracias occidentales, que se aliaron con los autores de estos crímenes hasta el punto de sacarles las castañas del fuego –militar y económicamente- durante las horas más decisivas de la segunda guerra mundial.Pero, ¿la sangre solo corrió en la URSS? En absoluto. El comunismo y sus diferentes variantes de "socialismo real" han sido exactamente iguales en todas partes, desde Pekín y Vladivostok hasta la Segunda República española. Mientras esto sucedía, la izquierda mundial ocultaba a los asesinos, cuando no colaboraba abiertamente con ellos. De los seis millones de habitantes de Camboya, los jemeres rojos asesinaron a tres –un 33% de la población-, por causas ideológicas directamente derivadas del esquema marxista. En China ocurrió exactamente igual –salvo que allí los asesinados fueron varias docenas de millones-, con todos aquellos que intentaron oponerse a que una filosofía extraña y deletérea impregnara las entrañas del pueblo chino. Esta historia –de masacres, deportaciones y torturas- ha sido la tónica general en todos los países "socialistas", tanto antes de la toma del poder –generalmente por golpes de estado cruentos-, como durante su reinado. A este respecto cabe señalar, primero, el papel genocida de la izquierda durante los episodios de "descolonización", en la que lizquierda alentó, financió y apoyó a todos los psicópatas armados que esparcían el odio y el crimen antieuropeos y, en segundo lugar, las depuraciones que esas mismas organizaciones criminales de izquierda promovieron en su propio seno entre sus propios miembros. Hoy la pesadilla se perpetúa en Corea del Norte, Cuba y en los campos esclavistas de la China popular, donde el capitalismo más atroz se frota las manos con los pingues negocios que allí realiza. ¿Importa a alguien? Mucho nos tememos que no. Los que por acción u omisión apoyaron el derrame de tanta sangre, hoy viven reciclados en la "normalidad" de las formaciones políticas "progresistas" y se otorgan a sí mismos el título de "intelectuales". Precisamente por ello cabe preguntarse ¿quién es el responsable de esto? Volviendo a la mencionada denuncia, ¿hubiera sido razonable un titular periodístico que dijera "el comunismo criminal llega a los juzgados de Barcelona"?David Duke perteneció al Ku Klux Klan cuando era un jovenzuelo con veinte años. Muchos pueden considerar esto un pecado sin redención posible pero ¿por qué este afán inquisitorial no se manifiesta en personas adultas, que no eran ningunos niños cuando trabajaban a sueldo de regímenes criminales, con gigantescas riadas de sangre en su haber? ¿Alguien ha investigado el pasado de los "intelectuales catalanes" que pusieron la susodicha denuncia? ¿Por qué nadie lo considera pertinente? Quizás hubiera que procesarles a ellos junto a Duke. ¿Tiene sentido pedir responsabilidades a unos y no a otros? ¿Cuándo van a pedir perdón, por ejemplo, los señores de Izquierda Unida por amparar en su seno al Partido Comunista de España, una organización cuyo nombre trae siniestras resonancias de depuraciones masivas y de asesinatos políticos? ¿No equivale todo esto a normalizar unos genocidios y perseguir otros?Desgraciadamente, el aparato propagandístico de la izquierda se ha empleado a fondo en estos temas y, de manera sutil, ha conseguido propalar la estupidez de que ellos son "la cultura" y de que además son moralmente superiores. Desde audiovisuales varios, especialmente diseñados para el lavado de cerebro colectivo –como la insufrible serie "Cuéntame" y la mayoría del cine español-, hasta legislaciones coercitivas que se valen del monopolio de la violencia estatal, como la "ley de la memoria histórica", todo ello conspira para que en el acervo cultural de las futuras generaciones, manipuladas por telebasura e ídolos ridículos y embrutecidno quede ni rastro de la sangre de decenas de millones de inocentes, de toda raza y pueblo, inmolados en los altares del "progreso", la "sociedad sin clases" o la "emancipación humana".Lo peor de todo esto es la profunda desvalorización de la vida humana, cuya importancia dentro del esquema ideológico de estos sujetos parece radicar en la pertenencia del asesinado a la secta ideológica de turno. Suprimido cualquier fundamento trascendente, no existe razón alguna para fundamentar la vida y el comportamiento en otra cosa que no sea la mera convención social. De hecho, la escandalosa hipocresía de todo izquierdista que se precie no es sino un esfuerzo por conseguir desplazar ese convencionalismo social al área política de interés.Contrariamente a lo que creen Richard Dawkins y Christopher Hitchens, quizás los más altos exponentes actuales del fundamentalismo ateo moderno, la emancipación postulada por la izquierda, y que se consuma en el mencionado ateísmo, conlleva en sí la semilla del genocidio, precisamente porque el valor de la vida humana queda al arbitrio de lo que decide la mayoría y no como un valor en sí de carácter sagrado.¿Un antídoto? Existen varios. De momento se me ocurre uno: recelar por sistema de los que se consideran a sí mismo el canon de la conciencia social y alentar una rebelión contra la dictadura académica e ideológica de la izquierda. Por encima de todo, demandar una libertad absoluta de investigación y difusión históricas, para que en el debate sin tapujos surjan de manera contrastada las simas de la historia que la ideología dominante pretende ocultarnos a todos. Es la única manera de que al final la verdad ponga a cada uno en su sitio.

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