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Desenmallando el futuro de un digno oficio

Hay fotografías pletóricas e intensas, tan cargadas de significados que ofrecen en su polisemia tantas connotaciones y versiones como sujetos observadores se atrevan a explicar o a describir lo que esa imagen simboliza, no solo por lo que muestra sino por lo que sugiere, por cómo conmueve e incita a recrear la realidad con historias variopintas ordenadas o dispersas que puede llevar a narrar sin necesidad de hablar.

Esta fotografía apareció de improviso —como suelen suceder los grandes desafíos —, una mañana de domingo paseando por el muelle de los pescadores del Puerto de Tazacorte. Supe desde el momento que la hice que abordar su lectura para intentar transcribirla sería difícil y complejo, porque la urdimbre de la misma te avasalla y son tantas las metáforas que pueden despescarse del interior de la nasa… Y es que pasear por el muelle de los pescadores es como callejear por las calles del casco antiguo de una ciudad histórica, solo que en vez de murallas, calles empedradas, patios frescos en el interior de casas típicas, balcones adornados con geranios y petunias, y fachadas encaladas con zaguanes centelleantes de azulejos; hay casetas para las artes de pesca que no dan abasto y para entrar en ellas hay que hacerlo con movimientos de lagarto, hay nasas aún no terminadas encaramadas sobre esas casetas, hay paños aún por armar o reparar, boyas que hay que identificar con un soldador, y algún barco varado pintando de nuevo sus nombre y su casco, o reforzando con fibra la madera ya podrida.

Pasear por la margen izquierda del muelle, donde los barcos de pesca de los pescadores profesionales aún conservan algo de espacio frente a las embarcaciones deportivas, es como remontarte a la perspectiva de un oficio cada vez más minoritario porque justo enfrente de él más y más pantalanes tienden líneas de flotación a la pesca deportiva y de recreación. Un oficio, el de pescador, áspero como la piel de las manos que curte, y de mucha dedicación, para muchos pescadores heredado por tradición familiar de sus abuelos, quienes por la mañana asaban caballas frescas para desayunar. De un sector en la isla, el de la pesca, que aún faena a pesar de un sinfín de exigencias, normativas, trabas y una vigilancia férrea. Un equilibrio tan delicado que quizá por ello acometer estas líneas sea también como un acto de escritura sobre el cable (aprovechando que ha venido el circo a la isla).

La primera idea que rondó mi cabeza contemplando al gato dentro de la nasa fue la de la poesía visual del magistral fotógrafo Chema Madoz. Recién llegada a Madrid tuve la oportunidad de descubrirlo en una exposición en el Museo Reina Sofía. Hay exposiciones que te dejan impresiones de por vida, y esta es sin duda una de ellas, por los juegos de sentido de sus fotografías, muchas de ellas en blanco y negro, sus detalles más nimios como extracto principal de su significado solapado, o sus metáforas visuales donde la poesía se transforma en imagen y los versos son el contraste de luces y sombras de sus obras. La fotografía de este gato encerrado dentro de una nasa de pescado hubiera sido irresistible para el objetivo de tal consagrado fotógrafo.

A simple vista pareciera que hay gato encerrado (y lo hay como en cualquier terreno, ya sea la política, la gestión, los negocios, la economía…), pero lo que más llama la atención es que ante la ausencia de carnada hasta los gatos pudieran servir para alimentarnos en un mundo cada vez más disparatado. Y es que el tema de la pesca (a pesar de la redundancia) es una pescadilla que se muerde la cola (o una morena en el tambor enroscada): la carnada escasea, las artimañas para pescar son múltiples y variadas, la piratería suplanta los códigos de honor de antaño y algunos pescadores ya no respetan ni siquiera las nasas de otros barcos, la Guardia Civil siempre al acecho más aún si hay boyas en las líneas divisorias de las zonas restringidas de la reserva, la cuota del atún se prorratea tratando de obtener algo de beneficio; y vuelta a empezar, y la capitanía exigiendo medidas e inspecciones periódicas tan seguidas que hay más reformas que acometer que días para trajinar, y las cofradías como entes ingobernables tampoco consiguen zarpar hacia puertos de progreso. Y mientras los grandes barcos de arrastre esquilman los mares, por un puñado de nasas y paños, el oficio de pescador tiende a estar en peligro de extinción como oficio amenazado; y eso que se intentar promover la cultura de lo artesanal, supongo que más fuera que dentro del mar. En fin, todo un cúmulo de artes de pesca que sin un buen liderazgo es imposible encauzar satisfactoriamente en este sector pues para ello tendrían que remar todos en la misma dirección. Es como un dilema eterno, que estaría bien que todos los agentes implicados se concienciaran sobre él y tomaran las medidas necesarias para salvaguardar un oficio que brinda los mejores manjares de las profundidades marinas de la isla (brotas, salemas, sargos, bocanegras, muriones, caballas, viejas, catalufas, gallos, congríos…) imprescindibles para una dieta sana, que está ligado al pasado de muchas familias que se transmitieron de boca en boca la sabiduría popular que no se escribe porque siempre se narró de forma oral, y que podría ofrecer una salida laboral para muchos jóvenes.

Preservar las valores auténticos debiera ser una prioridad porque si lo turístico es lo único que prevalece, la isla se convertirá en una carpa de circo y ya no habrá pescadores profesionales o los que queden simplemente llevarán a los turistas a pescar en barcos de pesca-turismo —pues les será más rentable—, y las pescaderías cada vez menos abastecidas también cerrarán o tal vez solamente vendan pescado procedente de Mauritania teniendo el océano aquí al lado, y las nasas inutilizadas en el puerto serán el lugar favorito para los gatos y los perros y sus siestas a la sombra de los hierros forrados de mallas.

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