Los vecinos del barrio fueron tras esta leyenda en varias ‘expediciones’ por la costa
Puerto de Gallegos.
Digna Martín. Barlovento.
La memoria se pierde en el tiempo y los recuerdos son confusos. Pero son muchos en Gallegos los que recuerdan cuando este barrio de Barlovento creyó que en la zona de la costa había enterrado un tesoro. De hecho hay quien recuerda haber participado en una de las varias ‘expediciones’ que hicieron grupos de vecinos para intentar hallar ese tesoro legendario, que hacía soñar en un futuro más próspero frente a un presente marcado por la penuria de los tiempos de la posguerra y la emigración.
Uno de los testimonios que hemos recogido recuerda que la leyenda tuvo un origen onírico. Al parecer, un vecino que se llamaba Benito tuvo un sueño que le indicaba que “había un tesoro enterrado en el puerto, antes de la entrada del almacén”. Pero cuando llegó, acompañado de otra persona, para comprobar si efectivamente el mensaje que había recibido era real, se encontró que “estaba todo carbonizado, sólo había habido carbón”.
Según nuestro informante, “la gente contaba que al llevar a otra persona con él, el tesoro se había carbonizado el tesoro. Tenía que ir solo, porque el sueño le había dicho que el dinero era solo para él”. A partir de entonces “la gente empezó a abrir hoyos por el callado”, añade. De hecho, recuerda que, a mediados del siglo pasado, “siendo un muchacho de 10 o 12 años, bajamos un grupo por el callado de Franceses con azadas y estuvimos escarbando, pero no encontramos nada”. “Entonces teníamos miedo de que salieran los muertos, porque decían que eran los difuntos quienes habían enterrado el tesoro”.
Otro vecino de Gallegos recuerda que tiempo después, siendo joven, mientras cuidaba de las cabras, vio bajar al barranco de Franceses, al lugar que se conoce como el Cavoco de los Presos, a un grupo de más de 12 vecinos de Gallegos, “con azadas y barras para escarbar abajo”. Al parecer, según su testimonio, un cabrero había “encontrado algo por allí, una vasija o algo así”, que avivó la leyenda del tesoro.
La realidad es que, al menos que se sepa, nadie encontró ese mítico tesoro, cuya leyenda se extiende por otros rincones cercanos, como en el lomo galleguero de La Crucita o en la costa de Topaciegas. La costa, puerta de entrada y salida de este barrio antes de que existiera la carretera, alimentaba también los sueños y las esperanzas del pueblo.
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bajamelajaula
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Nuestro tesoro en Gallegos.
Debían de correr los primeros años de la década del los cincuenta, cuando dos de mis primos y yo, que a la sazón estaba de visita a mi abuela barloventera, decidimos ya que era verano, hacer una excursión hasta Gallegos, por aquellos tiempos lugar bastante lejano y desconocido para los barloventeros de la zona baja del municipio, y más para nosotros que desde luego no tendríamos más de diez años, pero que en aquellos tiempos ser del campo y tener diez años no era motivo para no emprender algunas aventuras.
Salimos a media mañana por los empinados caminos de La Cuesta para enlazar en el Pueblo con el camino de Gallegos, por aquel tiempo a menudo transitado por transportistas que a lomos de mula recorrían los enrevesados vericuetos,
La verdad es que el primo que hacía de guía y único que acompañando a su padre había visitado tan lejano y para nosotros mítico rincón de Gallegos, debió calcular mal, porque una vez que desandamos la empinada cuesta de bajada y subida a lo que se conocía por “el puerto”, eran ya horas de almorzar.
Acelerando el paso volvimos a cruzar de vuelta el profundo barranco y una vez que alcanzamos La Palmita, el primo responsable de habernos metido en tal aventura, con más hambre ya que el perro del ciego, pues las fuerzas empezaban a desfallecer, comentó muy animado “mira´allí arriba vive una señora que llaman “La Chivita”, que es amiga de abuela. vamos a verla que seguro que ella nos amasa gofio”.
A nosotros nos alegró mucho la idea, aunque no se nos quitaba de la cabeza lo que estuviera pensando la familia, dada la hora que era y habiendo por el camino tantas “fugas”.
Nuestro gozo en un pozo, pues resultó que en casa de la tal señora no había nadie, y nuestro primo sintiéndose responsable de aquel desaguisado ponía carita de cordero degollado y repetía “tiene que estar cerca cogiendo comida para las cabras “. Más no pasaron muchos minutos que nuestro primo de marras pegó un grito como si hubiera encontrado el “tesoro de Gallegos” pero en La Palmita y señalaba dentro de la típica caja que colgaba del ahumadero del queso a la entrada de la casa. Recuerdo que la estampa era prometedora, con varios quesos doratidos por el humo y con unos olores que hizo que se nos hiciera la boca agua.
Pero claro, después de dar unos cuantos gritos a ver si la señora volvía con el “feje” a la cabeza por aquellas veredas, nuestro primo que siempre fue decidido dijo, “ya sé que esto no podemos hacerlo, pero yo hablo con papá y vuelvo mañana para pagárselo, al mismo tiempo que apañaba por el queso que le pareció más pequeño, (no en vano los muchachos de aquellos tiempos eran pobres pero honrados).
La verdad es que yo me volví para las Breñas y nunca más le pregunté a mi primo si volvió a pagarle el queso a la buena señora a día siguiente como prometió, cosa que pongo en duda, y si la señora tenía los quesos contados, estaría, supongo, mirando al gato con recelo
Y ese hecho, sesenta años más tarde, aun lo recordamos de vez en cuando, los tres primos, si coincidimos al pasar por las hoy bien trazadas carreteras de camino a San Antonio del Monte, Dios nos conserve la salud por muchos años y nos haya perdonado aquel “almuerzo” tardío venciendo el remordimiento de nuestras tiernas conciencias pero dándonos energías para desandar el largo camino de vuelta con la broca familiar asegurada por mantener a la familia en vilo.
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