El viaje en avión duró menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Tras veinticinco minutos escasos de vuelo desde el aeropuerto de Los Rodeos (Tenerife Norte- Ciudad de La Laguna, que dicen se llamará o se llama en la actualidad) aterrizamos en el de La Palma, en Mazo. Hacía una tarde estupenda, mágica diría, en la cual lucía un sol esplendente en un azulísimo cielo. Como no llevábamos equipaje, salvo dos mochilas a la espalda, nos fuimos directos a la parada del bus, nos subimos en la guagua que acababa de llegar; pagamos los dos tickets de rigor, y tras varios minutos de espera sentados en la que, además, íbamos cuatro gatos, arrancó con destino a Santa Cruz, pasando, antes, por Los Cancajos.
Yo iba emocionado, como me ocurre siempre que vuelvo a Santa Cruz de La Palma. A esa ciudad seductora, adorable y hechicera que, como al descuido, siempre me traslada a tiempos pretéritos de su historia, de su misterio, de su cabalista cosmología. A esas reminiscencias cubanas que impregnan su ambiente urbano y sus recuerdos. A esas balconadas floridas de oriundez lusitana. A rememorar a los tantísimos palmeros que se fueron, que emigraron, que tuvieron que irse, y de los poquísimos que regresaron con el sobrenombre de Indianos. A esa añorada y llorada Bodeguita del Medio, con su exquisito ron Aldea y su no menos sabroso, jamón ibérico. A ese inigualable aroma del puro palmero (¡el mejor del mundo entero!, incluido el cubano)
Así, y tras dejar en el aposento que habíamos reservado previamente los dos morrales que conformaban nuestro bagaje viajero, nos lanzamos a la cautivadora, seductora y adorable calle Real (O’ Daly) – en la que ya se oía una gran algarabía de chiquillería. Había más gente que en la guerra; mayormente, chiquillos, esperando la salida de los Mascarones y Cabezudos – Papahuevos (Papagüevos), les llaman en Las Palmas – que salían provistos, algunos, de escobas para arrear leves escobazos a la chiquillada al correr tras ellos, con motivo de cumplir con las tradiciones de las Fiestas de Mayo. Concretamente, las fiestas de las Cruces y los Mayos que se celebran en toda la isla.
Detrás de los principales protagonistas de la fiesta, los niños y adolescentes, y los Mascarones y Cabezudos (como la representación de Churchill, del Liliputiense, del gran Biscuit enano casi gigantesco, etc) respectivamente, iba una banda de músicos interpretando temas musicales, cuales fueron “Pasa la Tuna”, “Las Leandras” y “Bajo la Doble Águila”, que animó, muchísimo, el festivo ambiente en esa tarde soleada y preciosista.
Después, cuando acabó aquella especie de desfile jolgorio, y nos hicimos unas fotos con el amable gran Biscuit, junto a engalanada cruz – (¿los Terceros o Terreros, de nombre?) – que hay en la entrada a la Alameda, nos fuimos a cenar algo; nos habíamos levantado muy temprano, aunque luego demoramos un poco la salida desde Tenerife por otras razones, y estábamos famélicos y cansados. Aun así, estuvimos haciendo tiempo para ver y oír los fuegos de artificio anunciados para las doce de la noche en la playa de la Avenida Marítima, pero, ya desde las diez de la noche no había un alma en la calle, y dado el cansancio que nos iba pudiendo, sin más demora, nos fuimos a descansar e, ignoro, por tanto, si los fuegos artificiales se produjeron o no.
Nos levantamos a las cinco de la mañana del siguiente día, porque había anunciada una Diana Floreada a las siete. Después de asearnos (¡ese día tocaba!), salimos a la Calle Real, pues en una de sus hospederías nos alojábamos, que estaba más sola que la una; la hollábamos, solamente, nosotros y algunas empleadas del Servicio de Limpieza (barrenderas se las llamaba antes, dicho ello sin sentido peyorativo alguno). Hicimos el tiempo suficiente para que apareciera la Banda de Cornetas y Tambores entonando la Diana Floreada. Y como pasaba la hora y no venía nadie ni se oía clangor alguno, nos acercamos hasta la plaza de la Alameda a desayunar porque el resto de los bares, aún permanecían cerrados.
Acabada la precisa ingesta matutina y cuando ya nos íbamos, hartos de esperar, apareció una banda, que más que músicos parecían estar superando una resaca, y siento decir esto. El paso, el ritmo y la presencia, dejaban mucho que desear. Acaso, quizá, tal vez, quién sabe, estuvieran cansados por no haber conciliado bien el sueño y el descanso.
Después, reanudamos el paseo subiendo por la calle A. Rodríguez López, en la que nos topamos con una adornada y bonita cruz y multitud de Mayos vestidos de mil maneras distintas. Ya en la Calle Real, en sus balcones y ventanas habíamos divisado algunos. Pero no tantísimos como en esta calle. Seguimos nuestro periplo y llegamos a la Iglesia de la Virgen de la Luz, que estaba abierta y podía visitarse. Tenían puesto, algunos Mayos en la puerta y aledaños, incluso uno con un pastor y una cabra con sus ubres repletas.
Siguiendo, vía arriba, llegamos a la Plaza Quisisana, con su vistosa cruz adornada. Y en el barrio de San Telmo, donde vimos otra preciosa cruz, con unas cariátides de compañía. Y ya bajando, topamos con un señor bastante mayor – don Juan Peni – que nos advirtió que entre la calle Tres de Mayo, y continuando por la Calle Morales y el Callejón Guanil, había multitud de mayos. Y no faltó a la verdad. Allí había más de cien mayos, junto a la respectiva, adornada, bella y venerada cruz. Incluso había una especie de tren turístico (compuesto por una máquina y dos vagones; de esos que recorren las calles de cualquier ciudad turística), hasta los topes de “pasajeros mayeros”. Y hasta un Volkswagen de color azul celeste, el famoso y ya desaparecido “escarabajo”, repleto de ocupantes.
Y como nos había dicho don Juan Peni, allí estaba su recreación en un carrito de helados con él detrás, pues esa había sido su profesión, según nos contó. Nos topamos, allí mismo, con un señor que, siendo niño – nos dijo -, le había comprado helados a aquél. Tras subir a la Encarnación para ver la Cruz de la Plaza – muy original, por cierto, pues tenía pegadas, una a una, todas las hojas de hiedra de su madero vertical (stipes) y su travesaño horizontal (patíbulum).
Y desde allí, sin prisa, pero sin pausa, nos fuimos directos a casa don Melchor, sito al principio y en un lado de la Alameda, a comer, mientras esperábamos que pasase la procesión del Pendón. Sentados en dos poyetes que tiene la ventana que da a la calle, pudimos apreciar todo lo que se movía. Pero hete aquí, que al momento de, casi, pasar la procesión por delante del local, el encargado del establecimiento, nos pidió cerrar la ventana – por respeto, nos dijo – mientras pasaba la procesión. Obviamente, y pese a nuestra pequeña renuencia, pues estábamos comodísimos viendo el séquito, hubimos de cerrar la ventana hasta tanto pasara la comitiva.
Por ello, no nos quedó más remedio que pedir que nos sirvieran la comida que ya habíamos solicitado al camarero. Y, sinceramente, estaba exquisita. La ensaladilla rusa y las gambas al ajillo, regados con frescas cervezas, cañas nos sentaron del diez. Pensé pedir, igualmente, un plato de moros y cristianos – no los he vuelto a probar desde principios de mi llegada a La Laguna, cuando vine a estudiar desde Las Palmas, allá por el año 1971 -, pero hacía mucho calor para tal menester.
Acabado el ágape, nos dimos otra vuelta por la calle Real, y llegando a la fonda en la que nos hospedábamos, cogimos nuestras cosas, dos mochilas, y salimos directos, – en la guagua, línea 500 -, para el aeropuerto en donde tuvimos la suerte de cambiar el vuelo que teníamos para las dieciocho horas, para el de las dieciséis.
En suma: los pasamos como lo hacen un cojo y un nudo cuando se juntan, amén de, nuevamente, estar encantado de haber vuelto a esa capital tan encantadora, bonita y señora.
Humildes sugerencias:
-Observamos un predominio excesivo, diría, de los Mayos sobre la Fiesta de la Cruz. Esto es: muchísimos Mayos y pocas cruces. Acaso, deban separarse dichas fiestas para que, cada una, se luzca per se
-Los fuegos artificiales, tal vez, deban encenderse más temprano para que el público esté presente cuando los lancen al cielo. A las 24 horas, o doce de la noche de la víspera de la fiesta, casi no hay nadie en la calle.
-Una Guía Explicativa, indicando dónde están ubicadas las distintas cruces que tanto cuestan elaborar y tan bonitas son.
-Otra Guía Explicativa, indicando qué son los Mayos, de dónde proceden y qué significan.
Gracias por recibirnos, por la belleza de sus tradiciones y por el exquisito trato que nos dispensó el Gran Biscuit (el Enano Gigante, participante en el desfile de Mascarones y Papagüevos, junto con otro señor que nos explicó los temas musicales que habían interpretado).
Amenazamos con regresar el año que viene.
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