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La erupción de La Palma enseña cómo también los volcanes moldean la evolución

Europa Press.

Desde que Darwin publicó “El origen de las especies”, la ciencia tiene tan claro que las islas oceánicas son laboratorios naturales que buena parte de los caminos que ha seguido la evolución los atribuye al aislamiento, pero… ¿y si resultase que los árboles no dejan ver el bosque y no todo se debe a la isla, sino al volcán que la hizo emerger?

Es la tesis que esbozan en la revista “Scientific Reports”, del grupo Nature, doce investigadores que siguieron casi en directo en La Palma de qué manera afectaba a la biodiversidad un fenómeno tan impactante como es una erupción volcánica, que no siempre se puede estudiar a esos niveles, por su peligrosidad o porque duran tanto o se repiten con tanta frecuencia que resulta muy difícil extraer conclusiones, como ocurre con el Kilauea o el Stromboli.

En cambio, Cumbre Vieja les ofreció un escenario ideal: una erupción de una duración moderada (85 días), en una zona que llevaba medio siglo sin sufrir un fenómeno así (desde el Teneguía, 1971) y que atesoraba una enorme biodiversidad: en La Palma están descritas 5.979 especies de flora y fauna terrestre, el 18 % endémicas.

Este artículo, cuyo primer firmante es Manuel Nogales, del Instituto de Productos Naturales y Agrobiología IPNA-CSIC, expone las conclusiones de un seguimiento casi diario del impacto del volcán Tajogaite en la flora y fauna asentadas en el lugar donde estalló, o en los cientos de hectáreas que quedaron sepultados por la lava o la lluvia de cenizas con el curso de las semanas.

Las masas de pinos canarios más cercanas al volcán fueron aparentemente devastadas por el tremendo calor, por la caída de piroclastos, por los gases volcánicos o por algunos episodios de lluvia ácida, lo mismo que los bosques termófilos.

Las poblaciones de invertebrados colapsaron (desapareció el 97 % de su biomasa), lo que hizo que se resintieran los reptiles y las aves más pequeñas. Y en una reacción en cadena, la cadena trófica cambió, dando lugar a comportamientos no descritos hasta la fecha en animales como los cernícalos, que cazaban pajarillos y palomas a falta de insectos y pequeños lagartos de los que alimentarse.

Pero el impacto no fue permanente. Algunas plantas comenzaron a recuperarse el mismo día que cesó la erupción, el 13 de diciembre de 2021, empezando por los pinos canarios. Se esperaba, porque su adaptación al fuego es casi legendaria, pero esta erupción ha mostrado realmente hasta qué límites llega, subrayan los autores.

En los 300 metros más cercanos al cono del volcán, en la “zona cero” de la erupción, el 90 % de los pinos canarios sobrevivió. Bastaron dos semanas para que troncos aparentemente abrasados y desprovistos de toda hoja comenzaran a verse salpicados de brotes verdes, incluso en la zona más cercana al cráter del Tajogaite.

Incluso resistió un tipo concreto de liquen que suele crecer en su tronco. En el bosque termófilo (sabinar-palmeral) algo más alejado sufrieron mucho la lluvia de cenizas y escoria volcánica especies como los helechos, que quedaron arrasadas, pero aguantaron relativamente bien las plantas leñosas.

Los autores remarcan que muchas de las plantas que componen esos ecosistemas son herbáceas en el resto del mundo, pero en Canarias las mismas especies son leñosas. Se pensaba que podía deberse a las peculiares condiciones de las islas oceánicas, pero ahora se sospecha que ha sido el resultado de una adaptación a un fenómeno que en Canarias puede repetirse varias veces cada siglo: las erupciones.

En cuanto a los reptiles, muchos lagartos y gecos autóctonos desaparecieron sepultados por su costumbre de esconderse en agujeros o grietas que quedaron cubiertos de lava o piroclastos. Pero en la cuarta semana de erupción ya se vio a varios de estos reptiles explorando los campos de cenizas a solo 2,5 kilómetros del cráter.

Las respuestas como las que la flora y la fauna de La Palma mostraron ante la erupción suelen asociarse en biología a la adaptación al efecto isla, recuerda este trabajo. De algunas, como las del pino canario, se conocía su relación con los volcanes; pero en otros casos, como el predominio de la leñosidad en las plantas florales en Canarias o la capacidad de algunos vertebrados de cambiar su alimentación, nunca se habían asociado a los volcanes.

Por eso los autores de este artículo defienden que “merece la pena considerar y debatir si estos procesos evolutivos mencionados anteriormente también están vinculados a repetidos episodios volcánicos en islas oceánicas”.

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