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Opinión
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Dejarse cargar por el volcán

Durante estos dos meses desde la erupción de Cumbre Vieja, ha habido que dejar sitio al volcán. Al menos con la actual capacidad técnica, un fenómeno natural de esa intensidad y violencia no permite oposición alguna. El volcán carga con lo que tiene delante y la única posibilidad que nos deja es quitarnos de en medio.

Jon Sobrino SJ sobrevivió a los asesinatos del 16 de noviembre de 1989 donde mataron, entre otros, a Ignacio Ellacuría SJ, rector de la Universidad José Simeón Cañas (UCA), de El Salvador. Sobrino pertenecía a aquella comunidad de la que asesinaron a todos los miembros que dormían allí aquella noche. Sin embargo, él estaba en Tailandia en labores docentes. Tuvo que vivir el duelo por sus compañeros, a la vez que la extrañeza de permanecer vivo. Cuando habla del pensamiento de su compañero Ellacuría, Sobrino proponía que, además de hacernos cargo de la realidad, de cargar con la misma y encargarnos de la realidad, también hay que “dejarse cargar por la realidad”. Efectivamente, la realidad nos carga, porque es algo previo, dado, que no depende de nuestra capacidad de comprenderla, interpretarla o trabajar sobre ella. Es un don.
Por supuesto que podemos hacer respecto al volcán muchas cosas y en entregas anteriores propusimos: primero, la necesidad de hacer un acercamiento profundo, técnico y sapiencial, a una realidad compleja; segundo, el esfuerzo por dotarnos de criterios éticos apropiados para comprender cuál puede ser nuestra actuación; en tercer lugar, una serie de tensiones que se nos vienen planteando a la hora de encargarnos de la tarea que el volcán supone en nuestras vidas. Tratamos ahora de tematizar, de modo más narrativo, cómo lo que nos pasa (que el volcán nos carga) es también importante a la hora de comprender quiénes somos y qué debemos hacer. El volcán es el sujeto de estos tres acercamientos: el volcán construye nuestra casa, nos sitúa y nos convoca.

En primer lugar, el volcán construye nuestra casa. Mi familia vive junto a la Montaña de la Breña (565 m), un viejo cono volcánico completamente cubierto de laurisilva en su vertiente norte. Desde su cresta se divisa la fajana lávica sobre la que hoy se asienta el aeropuerto palmero, junto a la costa este de la isla. También se contemplan las paredes externas del este de la Caldera de Taburiente, donde está el Pico de la Nieve (1949 m), la zona geológica más antigua de nuestra isla y en la que ningún estudio sugiere una erupción próxima. Cuando se mira al oeste, aparece imponente el pico Birigoyo (1807 m) con más de veinte mil años; ligeramente al norte del mismo se eleva la columna de humo de la actual erupción en Cumbre Vieja. Nuestra vida, nuestra memoria actual (quienes tienen más de 50 años han vivido tres erupciones en Canarias y una más quienes son mayores de 72 años), nuestra historia y la de quienes nos precedieron en la isla son posibles gracias a las sucesivas erupciones que elevaron nuestras cumbres y permitieron que los alisios y la lluvia pusieran el suelo que hemos cultivado, en el que se construyeron nuestros pueblos y sobre el que se trazaron nuestras carreteras.

En segundo lugar, los volcanes nos sitúan. Me impresionó mucho aquella fotografía de la Tierra, tomada el 14 de febrero de 1990, realizada por el Voyager a 6000 millones de kilómetros.  Carl Sagan puso por título Un punto azul pálido a una de sus obras inspirándose en aquella fotografía que muestra lo pequeños que somos. Recuerdo cómo en casa cantábamos una popular canción religiosa de los setenta que decía literalmente “sube hasta el cielo y lo verás / qué pequeñito el mundo es / como un juguete de cristal / que con cariño has de mimar”. En realidad, somos unas pequeñas criaturas que viven en la epidermis de ese punto azul pálido y a veces lo olvidamos. La nueva erupción de Cumbre Vieja nos sitúa, nos hace comprender lo pequeños que podemos resultar y cómo ante determinadas fuerzas de la naturaleza lo único que nos queda es quitarnos de en medio mientras tratamos de aprender lo máximo sobre la misma. La erupción denuncia la actitud engreída con la que, en ocasiones, tratamos nuestro entorno geográfico y nos invita a una humildad que a su vez alienta toda nuestra curiosidad y todo nuestro afán de conocimiento.

Finalmente, el volcán nos convoca. El actual PEVOLCA (Plan Especial de Protección Civil y Atención de Emergencias por Riesgo Volcánico en la Comunidad Autónoma de Canarias) actualizó en 2018 al ya existente en 2010, previo a la erupción en el Mar de las Calmas en El Hierro. El PEVOLCA es una respuesta desde las instituciones que tienen como misión promover el bien común. Ha funcionado. Por supuesto, con sus aciertos y desaciertos, pero estos dos meses han movilizado a personas e instituciones que han tratado de poner lo mejor de sí mismas. Efectivamente, el volcán nos moviliza y nos convoca. Ese es su don: personas de toda la isla y de otras islas, empresas y Ong, ayuntamientos, cabildos, gobiernos, cuerpos de protección civil, policía, ejército, bomberos… Muchísimas personas a título personal, voluntariado, donantes.
El caso es que en Canarias vivimos sobre volcanes y algunos de ellos están activos aunque no estén permanentemente en erupción. No es el único caso en el mundo ni esta es la primera vez que constatamos la capacidad destructiva y creadora de los volcanes. Sabemos donde vivimos y sabemos que vamos a la espalda del volcán, nos carga el volcán: nos da el suelo en el que vivimos, confronta nuestras alucinaciones de poderío y nos convoca como sociedad compleja para dar una respuesta apropiada. El volcán carga con nuestras vidas, ese es su don.

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