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El callejón
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El recambio

Un cinéfilo cachondo colgó hace poco en youtube esta versión íntegra de la vertiginosa “Uno, dos, tres”: la sensacional y feroz sátira sobre la Guerra Fría que el genial Billy Wilder perpetrara en 1961, poco antes de la construcción del Muro. Una joya.

"Ése de la barbita lo único que quiere es mandar"

Manola Concepción Pérez

Como diría Luis Eduardo Aute, con esa voz sin voz que Dios le ha dado, al final llegó "el día más temido más allá del mar" y los PPpitufos sembraron de azul y blanco el mapa político de España que, más o menos, vuelve a tener el mismo aspecto que hace siete años y ocho meses, que es el tiempo que ha ocupado la presidencia de nuestro país el político más inepto y pusilánime de cuantos hayan ostentado tan alto cargo en la aún corta historia de la democracia que sucedió al cruel, arbitrario e interminable régimen franquista.

Dada la actual tesitura socioeconómica por la que atraviesa esta nación de naciones (discutidas y discutibles), el arrollador triunfo electoral del partido que lidera Mariano Rajoy, que cierra el año con su principal y centenario oponente sumido en la peor crisis desde la forzada marcha de Felipe González (su mayor líder espiritual después del fundador, Pablo Iglesias), puede considerarse como una auténtica manzana envenenada. Con una tasa de paro brutal, las arcas públicas pidiendo agua por señas y la desconfianza extendida entre los inversores como una pandemia de proporciones monstruosas, el panorama que se le presenta al nuevo Gobierno augura un largo y tortuoso camino de ajustes, restricciones y, sobre todo, de recortes, que son exactamente las medidas que los gestores socialdemócratas no han sabido, no han querido o no han tenido el coraje cívico de tomar en el último trienio, en el que la impericia, la torpeza y la más absoluta falta de responsabilidad han caracterizado a quienes ahora pasan a contemplar los toros desde la bancada de la oposición.

En este sentido, si de veras existe una izquierda en este país, ha llegado el momento de que, dejando a un lado las rencillas, los recelos y las diferencias, asuma la auténtica dimensión de la crisis a la que nos enfrentamos (y que, por ejemplo, ha servido de excusa para que los mercados y no los ciudadanos decidan quiénes han de formar gobierno en Grecia e Italia) y trate de organizar una alternativa rigurosa, verdaderamente conjunta, plural y democrática a las fuerzas políticas conservadoras (y, por tanto, involucionistas e insolidarias) que encarnan tanto el PP como los nacionalismos periféricos y ultraperiféricos.

Hoy más que nunca España necesita una izquierda unida, con vocación europeísta, que haga valer los principios fundamentales sobre los que se asienta la actual civilización, a partir de la Revolución Francesa. Es por ello que, a fin de abrir el debate y emprender un lento pero seguro retorno a las esferas de poder, todas la formaciones progresistas que se sientan partícipes de la necesidad de un cambio sustancial en la configuración orgánica y estratégica del corpus ideológico común han de abordar una serie de cuestiones inaplazables, de iniciativas y actuaciones que se nos antojan imprescindibles si queremos que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos hereden algo más que una hipoteca sellada con sangre, sudor y lágrimas con CajaCanarias o con Emilio Botín.

Entre dichas decisiones, que proporcionarían la necesaria revitalización de nuestra democracia, debemos mencionar como más urgentes las que atañen a:

1. La reforma del régimen electoral general, de modo que se implante un procedimiento que garantice la proporcionalidad, con listas abiertas y un límite temporal para el desempeño de cargos electos, ya que la política está al servicio de la ciudadanía y no al revés.

2. La modificación de la forma política del Estado español, que debería convertirse en una república federal, como superación del modelo obsoleto de la monarquía parlamentaria (y de su corte urdangarina).

3. La supresión del estado de las autonomías, lo que supondría una reformulación del Senado, que o bien desaparecería o bien se reconvertiría en una auténtica cámara de representación territorial con menos de la mitad de los miembros con que cuenta hoy. Engendro donde los haya, el actual modelo de descentralización territorial ha degenerado en un desbarajuste (marcado por el caos y el despilfarro) que, inevitablemente, ha de dar paso a una federación de regiones que ejerzan un número limitado (y racional) de competencias bajo el control férreo del gobierno central, tal y como ocurre en la República Federal Alemana, que, dicho sea de paso, sirvió de punto de referencia para los redactores de la Constitución de 1978.

4. La reforma del poder judicial, a fin de que se refuerce la total independencia de los jueces y magistrados de los partidos políticos, de los agentes económicos y de los grupos de presión que todos conocemos y que nadie quiere mencionar.

5. La redistribución del gasto público, en el sentido de mejorar y fortalecer las principales áreas asistenciales (sanidad, educación, empleo y pensiones) y reducir las partidas presupuestarias para aquellas actividades que no repercutan directamente en el bienestar de los ciudadanos (como defensa, política exterior, presidencia o turismo).

Todo lo que sea eludir, dilatar, demorar, parchear o falsear la toma de decisiones sobre estas materias es persistir en el error de pensar que el mundo del siglo XXI se arregla con recetas y remedios del XIX.

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