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El callejón
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Tiempos modernos

Estrenada en 1936, “Tiempos modernos”, de Charles Chaplin, sigue siendo tan actual, divertida y maravillosa como hace setenta y cinco años. Con esta farsa, Charlot caricaturiza los desmanes de la industrialización y del sistema productivo capitalista.

1

En el fondo de todos los caramelos aparece Charlot con su pirueta de letra minúscula dándonos los buenos días mientras el mundo se viene abajo.

2

Cada vez que el niño se carcajea con Charlot vagabundo, su abuelo resucita.

Anelio Rodríguez Concepción, Relación de seres imprescindibles

Hace cosa de cinco años, sentado en la barra de un bar de Madrid, a primera hora de la mañana, mi amigo David Cánovas, que es realizador de televisión pero, sobre todo, cineasta, asistió impávido a una escena tragicómica de película, tan real como la vida misma: un tipo trajeado aleccionaba a otro (más joven) sobre sus posibilidades como agente comercial y le revelaba las claves del éxito, al tiempo que le mostraba toda su sabiduría, entre paternalista y protectora, para, a continuación, dentro de la misma arenga, proceder a notificarle el correspondiente despido.

Impresionado por la fuerza (y la dureza) de aquella anécdota urbana, que es el pan nuestro de cada día en un país en el que, más temprano que tarde, seis millones de parados podrán pasear por las grandes alamedas al fin libres, mi amigo decidió convertir el incidente en una ficción cinematográfica.

Después de barajar diferentes opciones y múltiples puntos de vista, que incluían un desenlace completamente irreal (e irrisorio), en el que ambos (presuntos) empleados representaban la escena como un mero ejercicio de interpretación, ya que se trataba de dos actores que acudían a un casting, seguía sin ver una película en esta historia insignificante sobre seres insignificantes. Entonces, en un desesperado intento por encontrar la perspectiva adecuada, como guionista me planteé la pregunta decisiva: ¿cómo habría contado esto mismo Chaplin? Y claro, de inmediato, casi por arte de magia, salida de su bombín, encontré la solución.

Es infalible. Hagan ustedes mismos la prueba. Echen mano de cualquiera de sus joyas, que constituyen la forma más genuina y auténtica de expresión artística del siglo pasado, y comprueben hasta qué punto Charlot nos devuelve la esperanza de que no todo está perdido, de que la vida merece la pena a pesar de que, a veces, sea increíblemente difícil hallar un motivo para no arrojar la toalla.

Es indestructible. Pasan los años; el cine ha envejecido tanto que hoy resulta irreconocible; los espectadores, que han desertado de las salas para buscar refugio frente al televisor, que ofrece no sólo una amplísima variedad sino también la máxima calidad sin salir de casa, consumen productos audiovisuales a través de la telefonía móvil; la contemplación de historias (el arte de la simulación) ha sido reemplazada por la participación en historias (la simulación del arte), mediante juegos interactivos; y, sin embargo, resulta conmovedor verificar, año tras año, cómo los alumnos del instituto, que abominan de todo aquello que desconocen, quizás porque han crecido en el miedo y la ignorancia (y de ambas se alimenta el mismo sistema productivo que habrá de triturarlos cuando ya sea demasiado tarde para ellos, para todos), superadas sus reticencias al blanco y negro y a la ausencia de diálogos, se parten de risa cada vez que se tropiezan con el "señor del bigotito" (como lo rebautizó Arón Álvarez, un pibe con cierto retraso mental, que siempre me pedía que trajera películas de Charlot, profe). Y al reír, aunque ellos no lo saben, están aprendiendo que se puede perder todo pero jamás se debe renunciar al humor. Y al amor.

Y cuando, al final de Tiempos modernos, él y ella se alejan, cogidos del brazo, por esa carretera que conduce al mañana, que es ese tiempo sin tiempo en el que malvivimos mientras nos acercamos a la muerte, los chicos, que no se dan cuenta, están descubriendo el gran secreto de la existencia: no estamos solos.

* * *

Ahora les dejo con la primera versión del guión de Cuestión de actitud, co-escrito junto a Rubén Sánchez. Aunque en su versión definitiva la película difiere en algunos aspectos de este texto, me gusta pensar que el posible encanto de este cortometraje (que fue distinguido por el jurado del Foro Canario, en el X Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, con una mención especial, "por tocar un tema de tanta actualidad como es la deshumanización de las relaciones laborales y por la habilidad del director para desarrollar un buen guión de una manera sencilla y eficaz, capaz de conectar con cualquiera de nosotros") se debe, en buena medida, a la bendita influencia de mi admirado, de mi querido e imprescindible, Charles Spencer Chaplin.

SECUENCIA ÚNICA / BAR CAFETERÍA / INTERIOR-EXT./DÍA

 

La primera imagen de esta historia muestra el interior de un bar corriente, uno de tantos bares vulgares y anodinos que existen en cualquier barrio.

Primera hora de la mañana. Un reloj en lo alto de la pared donde se encuentra el estante con las bebidas marca las siete y cinco. Desde el equipo de música instalado detrás de la barra SE ESCUCHAN LAS SEÑALES HORARIAS DE LAS SIETE DE LA MAÑANA. A continuación, SE OYE EL BOLETÍN DE NOTICIAS DE UNA EMISORA DE RADIO.

En el interior del local apenas cuatro personajes ocupan el cuadro.

En primer lugar, vemos cómo DOS MUJERES se están terminando de sentar en una de las mesas pegadas a la pared del fondo. LA MAYOR DE LAS DOS supera los cuarenta, es alta, esbelta, atractiva y lleva puesto un elegante traje de chaqueta y pantalón de color claro. Su rostro, de expresión algo seca y concentrada, denota un carácter de persona firme y decidida. LA otra mujer, MÁS JOVEN y también más baja, bien parecida pero sin llamar la atención, aparenta veintipocos años y, aunque viste con similar formalidad, su ropa resulta un poco más juvenil y con menos pretensiones de elegancia. La cara de esta chica denota, sin embargo, incertidumbre y tensión.

En segundo lugar, está el CAMARERO, que permanece detrás de la barra sin poder estar quieto: recoge vasos y cubiertos de un lavavajillas y provoca UN FORTÍSIMO ESTRUENDO. Se trata de un hombre de unos cincuenta años que se mueve con gestos precisos y muy medidos, EN CONTRASTE CON LO RUIDOSO DE SU TAREA.

En tercer lugar, vemos a un CHICO de unos treinta y tantos. Éste viste con vaqueros y un jersey a juego. Está sentado en la mesa más próxima a la barra, leyendo un periódico deportivo que abre a sus anchas, con una coca cola Light a medio beber en un vaso y un sándwich del que da cortos y espaciados bocados. El CHICO está tan concentrado en la lectura del diario que no repara en el CAMARERO cuando éste sale de la barra y pasa a su lado, para colocar, con escrupuloso orden, los servilleteros en las mesas.

SALVO POR EL LIGERO ALBOROTO que provoca el CAMARERO con su actividad y el SONIDO DE LAS NOTICIAS DE LA RADIO, NO SE OYE NINGÚN OTRO RUIDO en esta cafetería. Por las ventanas entra la primera luz de la mañana.

La MUJER DE UNOS CUARENTA AÑOS hace una seña al CAMARERO. Éste se acerca de inmediato.

CAMARERO

Buenos días…

MUJER MADURA

(Tomando la iniciativa, segura de sí misma)

Hola, qué tal… Yo quiero un café solo, ¿y tú?

CHICA JOVEN

(Tímida, algo cortada)

Yo… Que sea una infusión… Y… si puede ser, una manzanilla, por favor…

(Como justificándose ante la otra)

Es que ando un poco revuelta…

CAMARERO

Un café solo y una manzanilla, muy bien…

El CAMARERO se da media vuelta y se dirige a la barra. Las dos mujeres se quedan en COMPLETO SILENCIO. Pronto, NO TARDAMOS EN ESCUCHAR EL APARATOSO RUIDO QUE HACE LA MÁQUINA DE CAFÉ AL SER PUESTA EN FUNCIONAMIENTO.

MUJER MADURA

(Impaciente por ir directamente al grano)

Bueno… Supongo que te estarás preguntando por qué hemos quedado hoy tan temprano…

(La joven la mira asintiendo ligeramente con la cabeza)

Bien… Pues antes de empezar quiero que sepas que no me gusta nada todo esto, ¿eh? Que te quede muy claro… Ah, y tampoco quiero que veas en esto nada personal, ¿de acuerdo?

(La muchacha vuelve a asentir sin dejar de mirar a la otra)

Ya somos mayorcitas y no creo que haga falta que te recuerde que lo que tengo que decirte ahora debes entenderlo desde el punto de vista exclusivamente profesional… Así que te estoy hablando como tu supervisora, no vayas a pensar otra cosa…

(La chica, que está muy nerviosa, trata de controlar su miedo restregándose una mano contra otra, encima de la mesa)

Ha sido casi un año y, no te creas, son muchas horas de estar juntas ahí, trabajando codo con codo las dos… De verdad, esto no es nada fácil para mí… Pero, ya ves, la dirección de la empresa tiene otro criterio… Yo no lo comparto, en absoluto… Yo las cosas no las hago así… No es mi estilo…

CHICA JOVEN

(Haciendo un esfuerzo notable por contenerse y por mostrar serenidad)

Sí, sí, claro… Te entiendo…

MUJER MADURA

(Tratando de mostrarse falsamente cordial)

Bueno, pues no sabes lo que me alivia oírte decir eso. Es como si me quitaras un peso enorme de encima, la verdad…

Repentinamente, la puerta del bar se abre y dos individuos se precipitan en su interior con rapidez: se trata de un HOMBRE MADURO y un CHICO JOVEN.

El HOMBRE MADURO aparenta andar entre los cuarenta y los cuarenta y cinco años. Alto, corpulento, con una constitución casi atlética, lleva el cabello peinado al milímetro con brillante gomina y va vestido de forma impecable, con un maletín de ejecutivo, de piel auténtica, y con esa clase de traje que distingue a quien tiene un trabajo importante y también a quien ha hecho de la buena apariencia su marca de fábrica.

El CHICO JOVEN, en cambio, a pesar de que también viste de traje y va perfectamente peinado, con sus veintitantos años, quizá treinta, todavía conserva en su rostro algo de ingenuidad y frescura adolescente. No es demasiado guapo ni demasiado feo. La diferencia esencial con el HOMBRE MADURO es que, si se despojara del traje, el CHICO JOVEN podría pasar por una persona normal de la calle. El HOMBRE MADURO, sin embargo, no, porque su elegante manera de moverse y sus ademanes calculados y algo autoritarios lo delatarían como el típico individuo que se cree con clase y presume de haberse hecho a sí mismo, aunque a imagen y semejanza de otros.

El HOMBRE MADURO se dirige a la barra directamente. El CHICO JOVEN, que ha entrado detrás de él, le sigue. El CAMARERO, que está detrás de la barra, termina en ese momento de preparar la bandeja con el café y la infusión que le han pedido las dos mujeres de la mesa.

HOMBRE MADURO

Ponnos…

(Se vuelve hacia CHICO JOVEN)

¿Tú qué quieres? 

CAMARERO

Perdonen, en seguida los atiendo…

(El camarero corre con rapidez para dar la vuelta a la barra y coger la bandeja)

HOMBRE MADURO

(Que no puede ocultar su contrariedad)

Joder…

CHICO JOVEN

Un cortado.

HOMBRE MADURO

¿Qué?

CHICO JOVEN

Un cortado. Quiero un cortado.

HOMBRE MADURO

Ah… Vale. Espera que termine el inútil ése…

Los dos hombres SE QUEDAN EN SILENCIO, mientras aguardan a que el camarero sirva las bebidas a las dos mujeres. El CHICO JOVEN dirige la mirada a la mesa y ve, por vez primera, a la CHICA JOVEN y a la MUJER MADURA. La CHICA tiene la cabeza ligeramente agachada y apenas la levanta cuando el camarero le sirve la taza de manzanilla. Por un instante vemos sus ojos, tristes y apagados. La joven trata de esbozar un amago de sonrisa al camarero, que sirve el café a la otra mujer y se vuelve raudo hacia la barra. Por su parte, la MUJER MADURA está hablando ahora por el teléfono móvil y se lleva la taza de café a los labios, sin prestar atención a nada de lo que ocurre a su alrededor. El CHICO JOVEN también ve al otro CLIENTE que hay en el bar y que continúa leyendo sin levantar la vista del periódico.

HOMBRE MADURO

(Al camarero, que vuelve a estar en su puesto, detrás de la barra)

Un cortado y uno solo.

El CAMARERO asiente y se gira hacia la máquina de café, que comienza a manipular para atender el pedido. El HOMBRE MADURO se queda unos instantes mirando al CHICO JOVEN fijamente, hasta que éste retira la mirada, un tanto azorado. Entonces, el HOMBRE MADURO consulta su reloj. Al ver la hora, durante unos segundos, su rostro permanece inexpresivo, sin delatar lo que piensa.

HOMBRE MADURO

Mierda, en cinco minutos tengo que salir… He quedado aquí al lado con los nuevos…

CHICO JOVEN

(Como saliendo también de sus propios pensamientos)

¿Qué? Ah… ya… ¿Y cuántos son?

HOMBRE MADURO

No sé… Me dijeron que mandarían unos cuantos… Será un grupo reducido… Mejor. Así, lo que les tengo que decir les llegará más fácil y más directo, porque son pocos… Comunicación interpersonal, lo llaman… Bah, gilipolleces…

En ese instante, la máquina de café SE PONE A BRAMAR CON UN RUIDO INFERNAL QUE APENAS DEJA ESCUCHAR las palabras del HOMBRE MADURO.

HOMBRE MADURO

Joder…

Pausa. El HOMBRE MADURO vuelve a mirar al CHICO JOVEN fijamente.

HOMBRE MADURO

Mira, no me gusta perder el tiempo y tampoco quiero que tú lo pierdas, ¿no? Así que seré sincero contigo. Habrás notado últimamente que tú y yo ya no hablamos tanto como al principio. ¿Te acuerdas?

CHICO JOVEN

(Que no puede evitar una cierta inquietud)

Bueno… Sí… Más o menos… ¿Por qué?

HOMBRE MADURO

Eso me preocupa, ¿sabes? Me preocupa que tú y yo hayamos perdido esa… complicidad. Ese buen rollito que teníamos cuando empezaste con nosotros. ¿No opinas lo mismo?

CHICO JOVEN

(Que sigue la conversación un tanto desconcertado)

Sí… Sí… Tienes razón…

HOMBRE MADURO

Pues eso. Que yo he notado que en las últimas semanas no hemos como distanciado un poco. Y no creo que eso sea bueno. Ni para ti, ni para mí…

(La máquina ha alcanzado UN NIVEL DE RUIDO INSOPORTABLE. El HOMBRE MADURO, evidentemente molesto, se vuelve hacia el CAMARERO)

Oye, perdona…

(El CAMARERO no parece oírle; además, está de espaldas llenando las dos tazas de café. El HOMBRE MADURO eleva la voz)

Perdona, ¿es normal que esa máquina haga tanto ruido?

(EL CAMARERO sigue sin oírle. El HOMBRE MADURO insiste)

¡Oye!

Entonces, el CAMARERO se vuelve hacia el HOMBRE MADURO y le mira con gesto de extrañeza.

HOMBRE MADURO

¡Que si es normal tanto ruido!

(El CAMARERO no parece entenderle del todo. Le mira pero se encoge de hombros. El HOMBRE MADURO eleva más la voz, casi hasta gritarle)

¡Que si puedes quitar la máquina!

CAMARERO

¡Es que la máquina es vieja!

El HOMBRE MADURO mira por encima del hombro del CAMARERO y ve las dos tazas de café que ya están llenas.

HOMBRE MADURO

¿Son los nuestros?

CAMARERO

Sí.

HOMBRE MADURO

Pues tráelos, ¿vale? Que no tenemos todo el día…

CAMARERO

(Con desagrado)

Ya va, hombre, ya va… Que estoy yo solo…

HOMBRE MADURO

(Dándole la espalda al CAMARERO y dirigiéndose, en voz baja, al joven)

Pues no te quiero ver con el bar a tope, imbécil…

Mira, chaval, tienes un potencial de cojones. Se lo dije a los de la casa desde el primer día que te vi… Me dije a mí mismo: "¿Ves a ese chico? ¡Joder, si es como tú hace quince años, tío! Si lo tiene todo para triunfar. Si lo lleva escrito en la cara"… Y ¿sabes que me dijeron? ¿Sabes lo que me contestaron los de personal? Pues que no, que no te veían, que les parecías un poco… ¿Qué palabra utilizaron? Un poco… individualista. Eso es, individualista… Y yo que no… Que creía en ti, que te veía con un huevo de posibilidades en la empresa… Y al final les convencí y, mira por donde, entraste a trabajar con nosotros… Ya ves… ¿A que no tenías ni idea de todo esto?

El HOMBRE MADURO vuelve a mirar fijamente al CHICO JOVEN, que se queda callado, como intentando procesar toda la información que está recibiendo. Entre ambos hombres se abre una pausa de un SILENCIO TOTAL hasta que las manos del CAMARERO irrumpen interponiéndose entre los dos y dejan sobre la barra, delicadamente, las dos tazas de café.

El HOMBRE MADURO le guiña un ojo al CHICO JOVEN, que no sale de su asombro.

HOMBRE MADURO

(Mientras abre su sobre de azúcar)

Lo de tu potencial lo digo en serio, ¿eh? ¡Hostias! Que yo empecé como tú, aquí donde me ves. Al principio, yo también era un rebelde, ¿sabes? Me gustaba ir por libre. No le aguantaba ni ésta a nadie, no le pasaba ni la más mínima a ningún capullo, y ya me importaba una mierda que fuera mi jefe o un compañero con más nivel que yo… Lo que no le permito ni a mi padre no se lo consentía a ningún hijo de puta, fuera quién fuera… Claro, y así me fue… Pero eso sólo fue al principio… Con el tiempo, ves las cosas de otra manera, maduras, creces y cambias de actitud… Eso fue lo que hice: cambié de actitud y, ya ves, me ha ido de puta madre…

CHICO JOVEN

(Que empieza a reaccionar)

Hombre, es que yo creo que si algo se puede hacer mejor, ¿por qué no vas a decirlo? Aunque sea tu jefe.

HOMBRE MADURO

(Que revuelve el café con la cucharilla)

Que sí, hombre, que sí, que en eso estamos de acuerdo. Pero si no se trata de quién tiene razón… De lo que se trata es de marcar las diferencias, ¿me sigues? De dejar claro dónde estás tú y dónde están todos los demás. Dónde estás tú y dónde está tu jefe… Dónde estás tú y dónde estoy yo…

CHICO JOVEN

(Con actitud de arrepentida sumisión)

Mira, si estás ofendido por algo que yo te haya dicho o he hecho algo que te ha molestado…

HOMBRE MADURO

(Cortándole)

¡Bah! Descuida. No tiene importancia. A tu edad es normal ser impulsivo, joder… ¿No te acabo de contar cómo era yo cuando tenía más o menos tu edad? Es ley de vida, joder… Luego, uno aprende a controlarse… Al final, todo se reduce a eso. A ir aprendiendo poco a poco… El puto autocontrol de los budistas, chaval… Ese es el secreto. No hay otro… Después está la cuestión de la actitud… Créeme cuando te digo que ante ti tienes un futuro de cojones… Pero mucho futuro, de verdad. Mira, tú eres muy bueno. Y esa es la materia prima. La semilla. Luego está la actitud, que es el agua con que se riega, ¿me sigues?

CHICO JOVEN

Sí.

HOMBRE

(Después de darle un trago a la taza)

Tú vas a llegar lejos en este negocio, te lo digo yo… Lo que tienes que hacer es relajarte un poco, echar el freno, y… (Adoptando un tono de cierta confidencialidad) como decía mi abuelo, de vez en cuando, caga p"a dentro, coño… Sabes a lo que me refiero, ¿no? A veces uno tiene que comerse el orgullo, sobre todo cuando está empezando, como tú… Si te dicen algo, lo haces. Aunque no estés de acuerdo. Si tienes que decir sí, pues dices sí, joder… Y, ojo, que no te hablo de obediencia, ni de servidumbre, ni de puñetas… Porque puede parecer que obedeces… Sí, que obedeces como si fueras un perro o un esclavo, pero no. No se trata de ese tipo de obediencia. Ese tipo de obediencia, cuando no se tienen cualidades como las que tú tienes, ese tipo de sumisión sí que lleva a la esclavitud, a trabajos de mierda por un sueldo de mierda…

(Hace un gesto discreto señalando al CAMARERO y adoptando, a continuación, un tono más directo y agresivo, casi de reproche)

Te hablo de que aquí, en el puto mundo real, si obedeces cuando tienes que obedecer y te callas cuando hay que callar, al cabo de un tiempo, serás tú quien des las órdenes y los demás a obedecer… Y a callar… Ésas son las reglas. Y no hay otras.

El CHICO JOVEN se queda mirando su taza de café, de la que no ha probado ni un sorbo. El HOMBRE MADURO coge la suya, se la lleva a la boca y le da un larguísimo trago. Acto seguido, la deposita vacía junto a la otra. Echa un nuevo vistazo a su reloj. Durante unos segundos, GUARDA SILENCIO y su rostro vuelve a la inexpresividad del principio, manteniendo los ojos clavados en el CHICO JOVEN.

HOMBRE MADURO

Bueno, entonces contigo terminamos hoy.

El CHICO JOVEN abre los ojos como platos y empalidece, mirando al HOMBRE MADURO, sin poder salir de su asombro.

CHICO JOVEN

(Con un hilo de voz)

¿Qué?

Al fondo, en la mesa de las dos mujeres, la MUJER MADURA hace una seña al CAMARERO para que lleve la cuenta. La CHICA JOVEN, cabizbaja, da vueltas con la cucharilla a la infusión que no ha probado aún. El otro CLIENTE del bar, que continúa absorto en la lectura del periódico, da un último bocado a su sandwich.

HOMBRE MADURO

Me han dicho que tienes el finiquito listo. Y sin ningún problema, ¿eh?… Creo que has estado once meses, menos los tres de prácticas, ¿no? Pues ya tienes todos los papeles preparados… Ahora mismo, en cuanto salgas de aquí, puedes pasar a recoger el talón.

CHICO JOVEN

Pero…

(El CHICO JOVEN baja la mirada, como asimilando lo que le está ocurriendo. Luego vuelve a subirla)

Ya… claro.

El CHICO JOVEN vuelve a mirar la taza de café.

El CAMARERO se acerca con la cuenta a la mesa de las dos mujeres. La MUJER MADURA saca unas monedas de su cartera, se las da al CAMARERO y hace un gesto que significa que se puede quedar con el cambio. El CAMARERO asiente en un gesto de agradecimiento. La mujer se levanta. El CAMARERO le retira la silla. La MUJER responde con una sonrisa la gentileza del hombre.

HOMBRE MADURO

Bueno…

(Mira su reloj)

Joder, a lo tonto se me ha hecho tarde… Seguro que ésos ya están ahí fuera.

El CHICO JOVEN alza lentamente los ojos hacia él, pero no dice nada.

HOMBRE MADURO

En fin, chaval. Adiós…

El HOMBRE MADURO le da un leve golpecito con la mano en el hombro y se va en dirección a la puerta del bar. Allí coincide con la MUJER MADURA, a la que abre la puerta y deja salir en primer lugar.

MUJER MADURA

(Sonriendo)

Gracias…

HOMBRE MADURO

(Galante)

No hay de qué…

La MUJER MADURA sale del bar. El HOMBRE MADURO no puede evitar echar una mirada un tanto grosera hacia el trasero y las piernas de la mujer. Finalmente sale del bar, cerrando la puerta tras él.

En el interior, el local vuelve a quedar sumido en el MISMO SILENCIO que al inicio de la historia. Un SILENCIO, SÓLO ROTO POR EL SONIDO DEL PROGRAMA DE RADIO QUE SE ESTÁ EMITIENDO EN ESTOS MOMENTOS.

Por unos segundos, el CHICO JOVEN permanece ahogado por completo en la humillante situación que acaba de sufrir, con la mirada fija en el café frío sobre la barra.

CHICO JOVEN

(Saliendo de su mutismo y dirigiéndose al CAMARERO)

Perdone… ¿Tiene tabaco? Hace casi un año que lo dejé…

CAMARERO

(Negando con la cabeza)

Lo siento, pero ya no vendemos. Además, está prohibido fumar aquí dentro…

Con una sonrisa de insulsa y absurda satisfacción, el CAMARERO señala hacia un cartel que está colgado en varios puntos del local, en los que se indica expresamente tal prohibición. El CHICO JOVEN dirige la mirada a los otros clientes que quedan en el local: el joven que lee el periódico sentado junto a la barra y la CHICA JOVEN, que continúa sentada, sola, cabizbaja y circunspecta, en la mesa del fondo.

El CHICO JOVEN se acerca primero hasta el CLIENTE de la mesa más próxima.

CHICO JOVEN

Disculpa… ¿Fumas?

CLIENTE

(Sacando por vez primera su cara del periódico)

¿Qué?

CHICO JOVEN

¿Tienes tabaco?

CLIENTE

No, gracias…

El CLIENTE prosigue su lectura absorbente del diario. El CHICO JOVEN dirige sus pasos hasta donde está sentada la CHICA JOVEN.

CHICO JOVEN

Perdona… ¿Tienes tabaco?

La CHICA JOVEN levanta la cabeza. Descubrimos que tiene los ojos enrojecidos y empañados por las lágrimas.

CHICA JOVEN

¿Qué?

CHICO JOVEN

(Sorprendido ante el evidente estado de conmoción en el que se encuentra ella)

No, nada… Perdona… Si tenías tabaco… ¿Fumas?

CHICA JOVEN

(Que trata de sobreponerse un poco y se pasa una mano para secarse las lágrimas que le cubren las mejillas)

Ah… Sí… Espera…

(La joven abre su bolso y del interior saca una caja de cigarrillos. Se la ofrece. Él coge uno)

CHICO JOVEN

Muchas gracias…

CHICA JOVEN

(Esforzándose por sonreír)

De nada… Puedes cogerlos todos, si quieres…

CHICO JOVEN

No, gracias, no… Con uno es suficiente…

El CHICO JOVEN se aleja de la mesa de la CHICA JOVEN, que vuelve a intentar un amago de sonrisa. Luego ella escarba en su bolso. El CHICO JOVEN ve cómo ella saca un pañuelo del bolso y con él se seca las lágrimas.

El CHICO JOVEN hace ademán de salir a la calle pero, a su espalda, OYE AL CAMARERO.

CAMARERO

(Desde la barra)

¡Eh, chaval! No te marches, que todavía me debes los dos cafés…

CHICO JOVEN

(A punto de abrir la puerta)

¿Qué?

CAMARERO

Son dos con treinta… Los cafés: el tuyo y el de tu amigo…

CHICO JOVEN

Ah… Perdone…

El CHICO JOVEN se acerca hasta la barra. Saca la cartera y pone las monedas sobre el mostrador, que el CAMARERO recoge.

CHICO JOVEN

Lo siento…

El CAMARERO no responde. Se limita a contar el dinero mientras se acerca a la caja registradora. El CHICO JOVEN se va.

CHICO JOVEN

Adiós, buenos días…

El CHICO JOVEN tampoco obtiene respuesta alguna. El CAMARERO ha abierto la caja e introduce el importe exacto en cada ranura. El CHICO JOVEN se aproxima a la puerta del bar y, antes de abrirla, se gira para volver a mirar a la CHICA JOVEN, que permanece en la misma actitud de tristeza y de resignada y contenida desolación.

El CHICO JOVEN abre la puerta y sale al exterior.

Seguimos al CHICO JOVEN hasta que sale fuera. Se trata de una calle cualquiera, a primera hora de la mañana. En los alrededores no pasea casi nadie. TAN SÓLO OÍMOS EL RUIDO DE LOS COCHES QUE PASAN. Las aceras parecen recién barridas.

En la puerta del bar, el CHICO JOVEN trata de encender el cigarrillo y se da cuenta de que tampoco tiene mechero, así que, después de jugar con el cigarrillo unos segundos entre los dedos, decide tirarlo lejos. Al lanzarlo, el CHICO JOVEN descubre en la esquina de la calle, cerca del bar, al HOMBRE MADURO. Ahora está rodeado por un grupo de cuatro o cinco CHICOS JÓVENES, casi clónicos al CHICO JOVEN: todos llevan maletines de ejecutivo y visten parecidos trajes grises, también van peinados de idéntica forma, con gomina y el pelo de punta y el acné en el rostro de dos de ellos revela que no sobrepasan los veinte años. Están reunidos en torno al HOMBRE MADURO, a quien escuchan con toda atención, EN COMPLETO SILENCIO y con gestos rígidos y solemnes. El HOMBRE MADURO se está dirigiendo a ellos con la autoridad de un general a sus tropas.

HOMBRE MADURO

(Señalando a los edificios que les rodean)

Y, ahora, para acabar, escuchadme muy bien: ahí dentro hay decenas, cientos de mujeres aguardando a que llaméis a sus puertas. Están solas y, lo que es más importante, se sienten solas desde hace demasiado tiempo…

(Los CHICOS JÓVENES se miran entre ellos, con gestos de aprobación y algunas sonrisas)

Por eso, en cuanto os vean, no van a dudar en dejaros pasar a sus casas. ¿Entendido?

(Los CHICOS JÓVENES asienten, orgullosos, seguros de sí mismos)

Lo tenéis todo para ganaros su confianza: tenéis clase, tenéis juventud y, sobre todo, tenéis actitud. La actitud del buen vendedor. Porque, antes que nada y por encima de todas las cosas, sois vendedores, ¿de acuerdo? ¿Qué sois? Vendedores. ¿Y los buenos vendedores qué tienen? Actitud. Y con esa actitud vais a conseguir vuestro objetivo esta mañana. ¿Cuál es vuestro objetivo?

(Se agacha para abrir el maletín. Por unos instantes, nuestro protagonista desaparece del cuadro. Cuando vuelve a levantarse, tiene un objeto en la mano)

Que esas mujeres quieran tener, que digo quieran tener, que deseen, que no piensen en otra cosa que no sea el nuevo colchón de látex de Max Confort y vosotros vais a conseguir que quieran esto más que ninguna otra cosa en el mundo. ¿Entendido?

(El HOMBRE MADURO muestra en alto el folleto publicitario con la fotografía del colchón: en ella vemos una imagen del producto: un colchón -en apariencia de lo más vulgar y común- junto al rostro de una reluciente AMA DE CASA)

Ah… Y, antes de que se me olvide, ya sabéis la norma: ¡nada de tabaco! A partir de ahora, prohibido fumar en horas de trabajo. Vuestro aliento es vuestra tarjeta de presentación… ¿De acuerdo? Pues no lo olvidéis…

(Los CHICOS JÓVENES asienten con una sumisión infantil)

Y recordad: Max Confort… Si no duermen en él, no sueñan, porque eso es precisamente lo que nosotros les ofrecemos: más descanso, más comodidad y más y mejores sueños… Convertíos es sus sueños… Y no os olvidéis de una cosa: ¡Actitud, joder! ¡Que sois vendedores! ¡Los mejores vendedores! ¡Y esas mujeres están deseando comprar, coño! ¡A por ellas, cabrones, que os están esperando!

Los CHICOS JÓVENES, enfebrecidos, se apresuran a coger sus maletines. Durante unos segundos, todo es caos, pero pronto los chicos comienzan a dispersarse en diferentes direcciones, trajeados, peinados, orgullosos de sí mismos, hinchados de ego.

El HOMBRE MADURO los contempla con una media sonrisa, orgulloso también, mientras saca una cajetilla de tabaco del bolsillo de su chaqueta. A continuación, se marcha en dirección contraria a la que se encuentra el CHICO JOVEN, que ha contemplado toda la escena desde varios metros de distancia y desde un discreto segundo plano.

El CHICO JOVEN, cuyo rostro expresa una total indiferencia ante lo que acaba de ver, también se dispone a marcharse pero, antes, dirige una última mirada al interior del bar. Allí ve a la CHICA JOVEN, que continúa sola, encerrada en un mutismo conmovedor que transmite una profunda tristeza y una sensación de innegable desamparo.

Durante unos segundos, el CHICO JOVEN observa esta imagen de la muchacha dentro del bar, que es como un trozo de vida cotidiana retratado por Edward Hopper.

Finalmente, el CHICO JOVEN comienza a andar, alejándose lentamente de la puerta del bar. De repente, después de dar una docena de pasos, se detiene. Se queda de pie, pensativo, en medio de ninguna parte. Pasan unos pocos segundos hasta que decide retroceder. Vuelve al bar. Abre la puerta y entra.

Tras él, queda la calle, por la que empieza a transitar más gente, BAJO EL RUIDO INCESANTE DEL TRÁFICO DE LA MAÑANA.

FUNDE A NEGRO.

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