A mi prima Lourdes Benítez Carrillo, con todo el cariño y mis sinceras disculpas por no haber podido estar
En el principio fue el átomo.
Bueno, casi. Antes estaban los fermiones y los bosones. Resulta que las primeras (los fermiones) son las unidades más diminutas en las que se puede descomponer la materia y las segundas (los bosones) son aquellas que se encargan de llevar las fuerzas o de provocar las interacciones entre las demás partículas subatómicas que conforman el universo. De este modo, los elementos del átomo (electrones, protones y neutrones) son fermiones, mientras que el fotón, el gluón y los bosones W y Z, responsables respectivamente de las fuerzas electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil, son bosones. Luego están los abusones, átomos que tras un larguísimo y complejo proceso evolutivo terminan derivando en un organismo pluricelular, de notable masa y poca o nula vergüenza, que gestiona, administra y arruina la vida de otros muchos organismos pluricelulares desde un despacho oficial y con cargo a los presupuestos generales del Estado (o de la comunidad autónoma). Aunque ésa es otra historia y no la que de verdad me ha traído hoy aquí, hasta esta pantalla.
La auténtica razón de este feliz y dichoso encuentro también tiene que ver con las partículas subatómicas y, concretamente, con la única y más poderosa fuente de energía que consigue que éstas se relacionen e interactúen entre ellas y que logra, en última instancia, que, en vez de un desbarajuste en infinita huida hacia ninguna parte, el cosmos sea el fantástico lugar en el que conviven los seres vivos y los cuerpos celestes.
Porque, admitámoslo o no, nada es fruto del azar o de la pura casualidad. Cada acto es siempre consecuencia directa de uno anterior y todo cuanto ocurre tiene que ver con una causa o motivo que lo precede. Y el universo no es producto de un accidente. Es resultado del misterio inextricable y maravilloso de la creación, que halla el sentido de su existencia en su propio origen.
A pesar de que algunos se nieguen a aceptarlo, todo acto de creación sólo es posible y se explica a sí mismo por la fuerza irresistible y centrípeta que lo invita a expandirse desde dentro hacia fuera y que los humanos llamamos amor.
Éste desestabiliza a los átomos, los alborota, los aturde, los enfrenta y los junta e hizo que las partículas subatómicas que integran a Lourdes y Tony se uniesen por vez primera, rompiendo para siempre los límites del espacio y del tiempo. Esperemos que por los siglos de los siglos.