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El callejón
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Reencuentro con Fernando Savater

Fue una mañana de marzo, viernes, en uno de los amplísimos salones de corte dickensiano del hotel Mencey. Se encontraba en la isla para participar en un acto público, una entrevista en directo con el periodista local Alfonso González Jerez, y, de paso, promocionar su último libro entonces, Las preguntas de la vida, su enésimo ensayo concebido para divulgar la filosofía entre los jóvenes y también entre los menos jóvenes.

Estábamos en 1999, apenas dos años después del repugnante asesinato (uno más entre el millar de crímenes infames de ETA) del concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco, y que desencadenó una oleada de indignación y repulsa sin precedentes en nuestro país. En aquella conversación que mantuvimos y que luego traté de reflejar en las páginas de la revista La fábrica, no le hice ni una sola pregunta sobre el mal llamado conflicto vasco: dado que ambos pensábamos lo mismo, hubiese sido desperdiciar unos minutos preciosos con un señor que tantas cosas de interés tenía (y tiene) que decir sobre muchos y muy variados temas.

Transcurridas casi dos décadas del citado encuentro, aún recuerdo con especial agrado el carácter afable de Fernando Savater; su genuino sentido del humor, que cosquillea con el batir de alas de una mariposa en todo cuanto escribe; su inteligencia aguda, afilada, nunca ofensiva; sus excelentes modales, aprehendidos en los marianistas de Aldapeta y de su señora madre, que fue maestra nacional; y su barba recortada, su mirada estrábica y su camisa de estampados coloristas y diseño psicodélico que tanto lo emparentan con Allen Ginsberg.

Inquieto, contestatario, lector voraz, curioso e impertinente, hombre de una cultura enciclopédica, hedonista confeso e intelectual de férreas convicciones cívicas, que antepone siempre a cualquier interés egoísta o al silencio cobarde que otros escogen desde una neutralidad que es, a la vez, cómoda y cómplice, he vuelto a reencontrarme con Fernando Savater, recientemente, a través de la lectura, urgente e indignada, de Contra el separatismo: airado, lúcido, clarividente y eficacísimo remedio contra la pandemia de estulticia y estupidez que amenaza con demoler la nación española, patria común e indivisible de cuarenta y seis millones de seres humanos, unidos por una constitución que proclama como valores superiores la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Justo aquello que pretenden dinamitar una minoría de energúmenos, desaprensivos, insensatos y traidores que, encima, pretenden llevar la razón de la sinrazón y subvertir el actual estado social y democrático de derecho, para arrastrarnos, de nuevo, por el fango y el lodo de la involución totalitaria.

Vamos, hombre…

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