A Marta Carmona Hernández, con cariño
Uno de los síntomas preclaros de envejecimiento de nuestro organismo es la progresiva (e imparable) pérdida de memoria. Trastorno o achaque del que se resienten todos aquellos cuerpos (orgánicos o no) de los que formamos parte, siguiendo nuestra natural condición de especie gregaria. Así, podemos diagnosticar, sin temor a equivocarnos, que este es un país viejo (y cada vez para más viejos), a tenor de la creciente amnesia que avanza paralela a su senilidad (no en vano, más de cinco siglos nos contemplan).
A pesar de los denodados, heroicos y loables esfuerzos del anterior gobierno (y, en concreto, de su cabeza visible, el inefable y afable José Luis Rodríguez Zapatero: Where are you, Scooby Doo?) por remover el pasado y sacar a la luz los crímenes horrendos de nuestros abuelos (que también son los suyos), España se despierta cada día con la desconcertante desazón de que ya no la reconoce ni la madre que la parió.
Pulverizado el consenso preconstitucional de la Transición, vivimos una realidad ciertamente olvidadiza, duopolizada a través de los espejos deformantes (y deformados) en los que converge la visión de las dos únicas lentes con las que nos empeñamos en mirar el mundo. Y la brecha que separa ambos puntos de vista no deja de crecer, condenándonos a una miopía casi absoluta.
España se está transformando en un paisaje ruinoso en el que, en línea con el desastre heleno, las autoridades preconizan austeridad y contención al tiempo que blindan sus nóminas y garantizan el porvenir de sus propios descendientes.
Este se está convirtiendo en un país indignado (e indignante) que ya proclama como valores supremos de su credo político: la crispación, la ignorancia y la jubilación anticipada. Un país depresivo (y deprimente), con tan poco pasado como presente, que deposita buena parte de sus esperanzas en la Unión Europea, que es como un carromato desvencijado, repleto de menesterosos, con las ruedas gastadas y del que apenas tiran un par de bueyes exhaustos, moribundos.
Pero, mientras asistimos, entre inanes e impotentes, a la voladura (descontrolada) del estado de bienestar, edificado sobre los escombros de una guerra cruel e innecesaria (como casi todas) y sobre los sacrificios y las privaciones de una generación cautiva y desarmada por el régimen de Franco, parece que prefiramos girar el cuello hacia otro lado, recoger velas y esconder la cabeza como el avestruz, a la espera de que escampe el temporal y de que vengan tiempos mejores (vendrán, ya lo creo, pero, tal y como augura san Juan, en boca de Rafael Sánchez Ferlosio, llegarán, sí, aunque serán peores y nos "harán más ciegos").
Por contra, también los hay que se rebelan contra esta pseudodemocracia, teledirigida desde Bruselas y Wall Street y endeudada hasta las cejas por la catastrófica gestión de una caterva de sinvergüenzas e incapaces, y plantan cara a la recesión, en la calle o en su centro de trabajo, con la protesta, con la pancarta y con la bronca.
Alimentada por el miedo, por la pasividad y por la demagogia, la crisis nos arrastra llevando consigo no sólo lo que fuimos sino también lo que jamás llegaremos a ser.
Esta semana mantuve un agridulce reencuentro con la mejor alumna que he tenido desde que estoy metido en la enseñanza: guapa, inteligente, despierta y atrevida. Tras haber aprobado la PAU con una nota media más que aceptable, el pasado verano se marchó a Alemania con el propósito de trabajar como niñera, aprender el idioma y meditar sobre su futuro inmediato. Ocho meses después, ha decidido quedarse allí. Y no volver. Por ahora.
Yo la miro, observo sus ojos, llenos de ilusión y de vida, y leo en su rostro una hoja en blanco, cubierta de promesas. Su boca dibuja una fantástica sonrisa que conozco bien y que tanto echo de menos y siento, por ella, una enorme alegría que me refresca con su optimismo y me purifica por dentro. Sin embargo, no puedo evitar un doble deseo imposible: tener veinte años menos y acompañarla en su viaje hacia la tierra del mañana.
jacarrillo
Muchísimas gracias por el aviso, amigo Pevalqui. Nos ha dado un motivo feliz para ir este domingo al kiosco y adquirir un ejemplar del ABC. Saludos cordiales y, de nuevo, gracias.
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pevalqui
Amigo José Amaro y a quien pueda interesarle, he tenido conocimiento a través de la radio mientras escuchaba a Isabel Sansebastián, que el próximo domingo el periódico ABC le hará un homenaje a Mingote. Por un precio de 1.99 euritos (dicen), te haces con el ejemplar dominical junto con un buen dossier con las viñetas más representativas del maestro.
PD.- No tengo comisión alguna. ¡ Qué conste en acta!
Saludos cordiales…
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Celia
Cuando lei la noticia de nuestro Rey MATANDO elefantes, me senti traicionada, triste, confundida…
El ser humano, el peor enemigo de este planeta. Acabaremos con todo, no nos merecemos nada.
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spica
Querido José Amaro, apruebo, como no podía ser de otra manera, absolutamente todo tu artículo, y además te puedo asegurar mis deseos otrora, de correr cuanto más lejos mejor y dejar a todos estos con sus políticas engañosas, sus mentiras, sus robos, y que se lo coman todo ello con papas. Mi consejo, no sea que le vaya mal por estos “infames” lugares, (lo que yo ignoraba, que imbecil e ignoto soy, es que Alemanes y Franceses fueran los culpables de todo lo que ocurre hoy en nuestra casa) se lleve por lo menos en lista de espera, billetes para los otros paraísos que te has dejado en el olvido, con una total y absoluta garantía de bienestar, cuales son: Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, y finalmente el de la cumparsita, que ya ha iniciado su particular viaje al infierno, destino del que es muy dudoso su retorno. Buen viaje a tu alumna, que le vaya bonito, y de momento, para lo que deja, que no mire para atrás.
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arodriguez
Querido Jose, para evadirse de tan turbulento panorma, nada mejor que un safari. Vete ahorrando.
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PedroLuis
"McCourt", creo que en esta ocasión el asunto es más grave de lo que todavía queremos (porque yo me incluyo entre esos) ver o apreciar.
En mi opinión, la cosa no es que alguien "se atreva a coger el toro por los cuernos", sino que realmente estemos dispuestos una mayoría suficiente a cogerlo. Llevamos demasiado tiempo esperando a ver si nos arreglan la "cosa", para que la "cosa" vuelva a ser como antes y así es difícil (nunca imposible) porque ese no parece ser el camino, ni tampoco parece tenerse claro cuál es el camino.
Mientras sigan imperando la trama burocrática actual, la corrupción generalizada, la mentira, y la falta de respeto a quien de verdad lo merece, creo sinceramente que hay poco que hacer.
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pevalqui
Es cierto que la economía, el país, está mal. Que leer la prensa es un ejercicio próximo al masoquismo. He leído incluso en algún blog, el establecimiento de un símil entre el Titanic y España.
Todo ello con el añadido del desatino borbónico, uno más, de darse "un break" para cazar elefantes al Sur de África, como buen monarca, y además al alcance de todos los bolsillos. Un claro síntoma de lo alejado que está la monarquía del sentir y sufrir del pueblo que él mismo representa, con casi seis millones de parados. Cientos de miles de familias en donde ninguno de sus miembros trabaja. Ni siquiera estamos en las "una de las dos Españas machadianas", sino en la impotente y desalentadora cotidianidad.
Me resisto con todo, a plegarme a visiones apocalípticas de signo negativo.
Aunque el espejo en el que nos vemos y a través del cual observamos a nuestros semejantes sea el que es.
Apostamos en su momento -no sólo Zapatero- en casi toda Europa por una política keynesiana. Hasta en Inglaterra tenían el "cheque bebé" y medidas muy similares a las adptadas por el anterior gobierno. El problema es que no se pinchó la burbuja inmobiliaria a su debido tiempo ni se quiso reconocer que existía una crisis económica, ni tampoco se supieron vender adecuadamente los cambios que se hicieron. Todo ello en un país que vivía esencialmente del ladrillo y del turismo.
Tampoco me gustan Alemania ni Francia, plegadas bajo el paraguas de una Europa neoliberal más preocupadas por el dinero que queda en vez de reconducir mejor el que aún tenemos, el que nos queda. y así con eso aprovechan para de un plumazo, acabar con tantos y tantos derechos conseguidos, metiéndonos el dedo en la boca, como si esas fueran las únicas soluciones.
Quiero terminar con una frase alentadora, del gran Bertold Bretch: "Hay hombres que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles".
Saludos cordiales…
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McCourt
Yo, aunque una cosa no quita la otra, estoy de acuerdo con don José Amaro y con ificrates.
Por un lado, el día a día cada vez se vuelve más tedioso. Da asco salir a la calle. Da asco oír las noticias de nuestro presente y futuro.
Pero tampoco podemos refugiarnos en el mañana, ni resignarnos al "esto es lo que hay". Pese a que a veces tropezamos con la misma piedra, creo que de esta situación se sacarán importantes conclusiones para que el día de mañana sea más difícil que esto se repita.
Eso… si alguien se atreve a coger el toro por los cuernos y encauzar esa cosa que se supone que se autoregula, y que realmente es aprovechada por unos pocos en su propio beneficio: la economía.
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ificrates
Yo no quiero vivir en un imperio confederado franco-alemán.
Me niego a la desesperanza y me niego a bajar los brazos.
Ni adoro a Alemania ni la creo tierra de promisión, tampoco a Francia. Su estupidez y su nacionalismo de mejillón, tanto el francés como el alemán nos han traido esto.
La realidad no cambia sola, no la cambian los que huyen de ella, fisicamente o mentalmente y no la cambian los que desertan de la lucha.
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PedroLuis
Tras la lectura de estos párrafos (nótese que no me pronuncio sobre su calidad conceptual y literaria), uno se queda así como medio pasmado, roto y descangallado.
Una sensación que en mi caso, no consigue borrar esa sonrisa alegre de la guapa y joven “niñera”. Seguramente porque en mi caso son 40 los años a salvar, para hacer las maletas y volar a la tierra de promisión. O tal vez porque me apena el que, una vez más, las mejores sonrisas e ilusiones nos veamos forzados a derramarlas lejos de este querido “paisaje ruinoso” en el que se ha (¿hemos?) convertido España.
No es bueno ser pesimista. No me gusta, sirve de poco. Pero cuesta tanto ser optimista, enseñar sonrisas y cuidar niños…
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