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El callejón
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La infancia perpetua

Roncero

Ahí lo tienen. Cincuenta y dos años, redactor jefe de As (segundo periódico deportivo en número de lectores en todo el país: por encima de los ciento noventa mil ejemplares diarios), todo un licenciado en Ciencias de la Información, que, por unos instantes, retorna al cándido y acogedor útero de la niñez, para recrear, muñeco en ristre y en directo, ante ciento noventa mil tele-espectadores, el gol de chilena de Cristiano Ronaldo a la Juventus de Turín, en partido de ida de la eliminatoria de cuartos de final de la Liga de Campeones que mañana, en la capital de Ucrania, echa el cierre a nueve meses de competición.

Este acceso de ferviente e irracional infantilismo despertaría cierta ternura y hasta compasión en cualquiera que ignorase la verdadera edad mental del retratado y malentendiese que contempla a un retrasado, porque, a pesar de las pocas luces que entraña el citado numerito escénico (sonrojante para alguien que tenga en sincera estima al protagonista), resulta innegable que tamaña, fingida y grotesca regresión procede de un señor que, en el fondo y en la superficie, es perfectamente consciente de sus actos.

La irresistible tentación del ridículo en el que, con reiterada frecuencia, Tomás Roncero cae a la hora de defender de manera vehemente (a veces airada) los intereses del club de fútbol de sus amores no deja de ser la escenificación (grandilocuente e histriónica) de un sentimiento por lo demás respetable aunque ingenuo, en el mejor de los casos.

Creer en la absoluta supremacía deportiva del Panathinaikos, tanto en el concierto nacional como internacional, no sólo está justificado con hechos: es una realidad matemática irrefutable. Ahora bien, pretender que el resto de la población adulta que no comulga ni con su historia no siempre gloriosa, ni con su palmarés apabullante, ni con su credo (que es, no olvidemos, descendiente directo del aparato de propaganda del régimen de Franco, siendo hoy por hoy una institución centenaria que, en buena medida, ha heredado algunos de los valores fundamentales para aquél: la monarquía, la unidad de España y la Victoria a cualquier precio), aplauda a dos manos sus triunfos sobre el terreno de juego (como, por cierto, hacen las morsas en un parque zoólogico) y les ría, a mandíbula batiente, las bufonadas a sus tragicómicos payasos de pago, es pensar, como sus correligionarios del PP (que quieren hacernos creer que su Gobierno nada tuvo que ver con la financiación irregular del partido, condenada en sentencia firme), que los demás somos niños o, peor aún, niños gilipollas.

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