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El callejón
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España desvertebrada

En cuestión de minutos, el Congreso de los Diputados rubricó, con el voto mayoritario de la cámara, el inicio de una nueva fase en el proceso que, abierto hace siete años (justo con la llegada al poder del más nefasto dirigente que ha conocido este país en cuarenta años de régimen constitucional), tiene por único objetivo la completa desintegración del estado social, democrático y de derecho que tantos muertos, esfuerzos y sacrificios, costó consolidar, después de una cruel guerra civil, de una tiranía aún más despiadada, de una transición con no pocas zonas de penumbra y de la amenaza permanente con la que una banda de criminales nazis nos ha estado sojuzgando durante décadas, agazapada en la impunidad, el miedo y la cobardía.

La exitosa cruzada emprendida por el ex diputado Pedro Sánchez, que en apenas doce meses ha pasado de vagar en el extrarradio de su partido a reemplazar a Mariano Rajoy, trae consigo, como carga añadida al delirante deseo de legítima reivindicación individual cueste lo que cueste y caiga quien caiga, la imposible empresa de conciliar sectarismos incompatibles.

Se abre ahora, por tanto, un inquietante (como poco) periodo de incertidumbre que, casi con toda seguridad, habrá de horadar, con estrépito y contundencia de tuneladora, en las heridas abiertas dentro de la ya maltrecha integridad institucional, financiera y territorial de la nación española, que es patria común e indivisible y no concatenación de naciones, como algunos tratan de postular con el atrevimiento propio de ilusos e iluminados.

La historia recordará estos momentos, difíciles, duros, penosos (según la terminología dickensiana), temibles, con la paradójica simetría que se podrá trazar entre un entrenador de fútbol que dimitió con la lucidez y noble estela de un digno estadista y un ex presidente de gobierno (señalado con el estigma pestilente de la corrupción) que rechazó perder su condición de aforado con la grosera (y, en este caso, insensata) mezquindad de un entrenador de fútbol mediocre, que no renuncia a un solo céntimo de su finiquito y, sin embargo, prefiere que antes lo pongan de patitas en la calle, de un puntapié en el culo.

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