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El callejón
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Por qué sigue siendo el Boss

Con esta vibrante versión de “Tenth Avenue Freeze-Out” cierran sus conciertos Bruce Springsteen y la E Street Band en su actual gira mundial. El pasado martes, en Las Palmas, no estuvieron ni Danny Federici ni Clarence Clemons, ya fallecidos.

A Ito, con cariño, que me acompañó en el viaje a la Verdad el día de su cumpleaños

Estoy convencido de que Bruce Springsteen (Freehold, New Jersey, 1949) no tenía ni la más remota idea de la existencia de unas islas españolas, a dos mil kilómetros del continente europeo y al lado de África, hasta que en diciembre pasado, mientras retocaba la grabación de su último disco, Wrecking Ball (un cóctel molotov en forma de bola de demolición, recubierta de himnos airados y en la que se reconocen, con orgullo, las raíces del folk norteamericano y de la música negra de las que bebe el rock and roll), su road manager le señaló que, posiblemente, en la gira mundial de este año, habría que hacer escala en pleno Atlántico, para visitar un lugar llamado Gran Canaria.

El lunes por la tarde The Boss recaló en un hotel de Maspalomas tan solo horas después de haber dado un concierto en Sevilla y en el que se vació literalmente sobre las tablas del escenario del campo de fútbol de La Cartuja a lo largo de casi ciento ochenta intensos y agotadores minutos.

El viejo rockero, acompañado por su inseparable banda, con la que lleva tocando durante cuarenta años, se encontró la noche del martes, 15 de mayo, con un estadio moderno, y con una corta historia, que presentaba la mitad del aforo previsto. La multitud ocupaba la mayor parte de la superficie del terreno de juego (en el que la Unión Deportiva continúa errante su propia travesía del desierto) pero en el graderío había muchísimos asientos sin ocupar.

Arrancó el recital con media hora de retraso y un sonido bastante mediocre. Entre el público abundaban los espectadores noveleros y la parroquia de fieles devotos del artista de Nueva Jersey se apelotonaba, como enjambre pegajoso y confianzudo, en primera línea de fuego. Se notaba, por tanto, que de corear las letras iba a haber muy poco, así que Springsteen (igual que Obama) tiró de teleprompter y emprendió su particular cabalgada salvaje hacia el corazón de la noche, que es lo menos que se puede esperar de alguien que "ha nacido para correr".

Luego vinieron dos horas y cuarenta y cinco minutos dignos de ser vividos para ser recordados, ya que hoy (y hoy en día más que nunca) existen escasas, muy pocas posibilidades, de conocer de cerca algo genuinamente auténtico. En este tiempo exiguo, de mentiras absolutas y de medias verdades, cuando no de verdades ocultas, no abundan los tipos como Bruce, incapaces de engañar a nadie porque no se traicionan a sí mismos, y que se entregan a fondo, sin límites y sin excusas, con la generosidad de quien lo da todo y con la conciencia limpia de quien dice su verdad sabedor de que sólo la verdad nos hace libres. Y, a veces, como el pasado martes en Siete Palmas, también nos hace inmensamente felices.

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