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El callejón
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A Luis lo que es de Luis

Primera de las tres entregas del programa "Informe Robinson", dedicado a la consecución de la Eurocopa de 2008. Este primer éxito de La Roja se debió al vínculo de confianza surgido entre un gran equipo de fútbol y su entrenador, Luis Aragonés.

"Luis Aragonés es el mejor entrenador que tuve en toda mi carrera y una persona maravillosa"

Luiz Pereira, internacional brasileño

Nadie, absolutamente nadie, en la historia del balompié mundial, ha logrado encadenar tres grandes campeonatos de equipos nacionales. Ni siquiera la escuadra brasileña, que asombró al planeta en 1958, en Suecia, y que llegó a alinear hasta cinco futbolistas en la línea ofensiva (Mario Zagallo, Didí, Vavá, Pelé y Mané Garrincha), y que revalidó la Copa Jules Rimet cuatro años después, en un Chile devastado por uno de los peores terremotos de la era contemporánea, ya que, entre medio, aquel conjunto fabuloso e irrepetible (tal vez sólo superado por la selección de 1970) fue incapaz de alzarse con la Copa América de 1959, que se llevó entonces Uruguay.

Quien más cerca ha estado de lograr tan extraordinaria gesta fue (como no podía ser de otra manera) la Alemania del Káiser Franz Beckenbauer y su fiel legión de caballeros teutones, quienes, contra todo pronóstico y tras obtener consecutivamente la Eurocopa de 1972 y el Mundial de 1974, la calurosa tarde del 22 de mayo de 1976 se estrellaron contra Checoslovaquia y la insólita desfachatez de Antonín Panenka, que anotó el penalti decisivo mediante una maniobra que es un prodigio de locura y genialidad a partes iguales.

Treinta y seis años nos contemplan desde que aquella pelota se posó en la portería del legendario Sepp Maier con la suavidad de una paloma blanca y, a partir de este fin de semana, la selección española afronta lo que parece un reto imposible. ¿Será capaz esta compenetrada orquesta de virtuosos solistas de mantener el alto nivel de su juego y repetir el título que tan brillantemente obtuviese en 2008, en Viena? La empresa no puede resultar más complicada.

A pesar de que el actual seleccionador ha mantenido casi intacto el bloque que hace dos años consiguió la Copa del Mundo, en Sudáfrica, la mayoría de los jugadores clave llegan a la cita de Polonia y Ucrania con demasiados partidos en sus piernas y con una tensión competitiva en el campeonato de liga que, por momentos, ha alcanzado una intensidad difícilmente tolerable para los integrantes del Real Madrid y del Barcelona, que constituyen la columna vertebral de La Roja. Así que, en buena medida, muchas de las posibilidades de éxito de este equipo (que sobre el terreno de juego es el gran favorito) dependen de lo que puedan aportar aquellos hombres que aún conserven una reserva de gasolina en el motor y mantengan la dosis suficiente de ambición que se precisa para la victoria.

Sin embargo, con independencia del resultado que nos depare este nuevo torneo continental, no conviene olvidar que el equipo español disfruta de su mejor momento y tiene la posibilidad de conseguir la triple corona porque, en la madrugada del 7 de septiembre de 2007, el anterior seleccionador, Luis Aragonés, tomó la decisión más valiente, difícil y comprometida en sus más de treinta años como entrenador de fútbol profesional.

La selección acababa de aterrizar en Barajas, procedente de Belfast, donde Irlanda del Norte la había humillado por tres a dos, en el segundo partido de clasificación para la Eurocopa de Suiza y Austria. La expedición se alojaba en un hotel próximo al aeropuerto para pasar la noche, antes de que todos regresasen a sus hogares a la mañana siguiente. El capitán del combinado nacional, Raúl González, que había exigido días antes a Luis que sancionase a varios compañeros que se habían incorporado tarde a la concentración previa al partido, le expresa al seleccionador su deseo de no dormir en el hotel: "Bueno, ¿me quedo o me voy a casa?", le espeta en actitud claramente desafiante, conocedor de que al míster no le gusta conceder privilegios a nadie.

"¡Váyase! Ya no puedo contar con usted para nada", le contesta (y le reprocha) Aragonés, quien no vuelve jamás a convocar al delantero madridista, cuyo palmarés con España permanecerá siempre en blanco, haciendo honor a su segundo apellido.

Muchos, demasiados (siempre son demasiados) forofos y obtusos le recriminaron (hasta límites verdaderamente insoportables) a Luis haber adoptado una medida tan drástica como justificada. Sin embargo, esos mismos integristas (raulistas, ronceristas) tuvieron que aceptar que, pese a tan significativa ausencia (los demás creemos que, en gran parte, gracias a ella), el combinado español empezó a encontrarse a sí mismo y descubrió que, a fin de cuentas, un equipo (igual que una comunidad o un país) no es más que la suma de las individualidades que lo forman y que trabajan, juntas y solidariamente, remando en una misma dirección.

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