Los grandes escritores (igual que todos los grandes creadores) no mueren nunca. Su obra sobrevive a quien le dio vida y permanece para siempre en el alma de los lectores, que se encargan de transmitir este fuego a sus coetáneos y a sus descendientes. En realidad, cada uno de nosotros es una réplica orgánica (carne y espíritu) de los hombres-libro que aparecen al final de Fahrenheit 451 y son depositarios de la palabra, don sagrado que nos fue otorgado por los dioses para gobernar el mundo y perpetuar la especie en el nombre del amor.
A diferencia de otros de su misma estirpe, el escritor Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 1920) disfrutó de una infancia sin caprichos, feliz y desocupada, en un pequeño pueblo del interior del país más grande de la Tierra, hasta que, a la edad de catorce años, sus padres se trasladan a Los Ángeles, poco antes de que esta ciudad se convirtiese en megalópolis. Durante toda su carrera como narrador, Bradbury conservó una cierta ensoñación nostálgica de la América rural de la que procedía y que tan maravillosamente supo retratar en muchos de sus relatos y en dos de sus mejores novelas: El vino del estío y Crónicas marcianas, que en el fondo son dos volúmenes de cuentos independientes, relacionados entre sí por un escenario y algunos personajes comunes.
Como fue un niño pobre, Bradbury se habituó desde chico a frecuentar las bibliotecas públicas, en las que alimentó su imaginación con la lectura compulsiva y reverencial de los grandes clásicos a los que luego homenajearía en sus propias obras maestras. Gran aficionado al cine desde la niñez, la adolescencia del autor de La feria de las tinieblas transcurrió en paralelo a la consolidación y auge de la primera forma de arte popular del siglo XX. De ahí que el autor norteamericano admitiese sin rubor que su literatura bebía tanto de Edgar Allan Poe como de Lon Chaney.
De carácter afable y dotado de un gran sentido del humor, Ray Bradbury era un hombre de profundas convicciones democráticas que hasta el último momento de su vida se mostró preocupado por la suerte que puede correr este planeta, entregado de lleno a la innovación tecnológica, por un lado, pero sometido a viejos prejuicios y nuevos miedos que impiden el progreso mental de la Humanidad.
Injustamente etiquetado dentro del género de la ciencia ficción, el hombre ilustrado que falleció la semana pasada fue un escritor con mayúsculas que nos ha legado un patrimonio de incuestionable calidad literaria, fruto de una sensibilidad exquisita y de un talento rebosante de gracia y de bondad.
Cuando, en 2008, mi amigo David Cánovas y un servidor nos planteamos la redacción de Historias isladas, que un año antes el Gobierno autónomo, a través de la empresa pública Canarias Cultura en Red, adscrita a la Consejería de Educación, Cultura y Deportes, nos había premiado en el Concurso de Ideas para la Escritura de Guiones de Largometrajes Cinematográficos y Películas para Televisión, se me ocurrió añadir una octava historia al proyecto de TV movie, que serviría de hilo conductor para las otras siete, que se desarrollaban en cada una de las islas del Archipiélago, sin aparente relación entre ellas (salvo el hecho de que todas tratan de explorar la condición insular de la naturaleza humana).
En homenaje a Bradbury, paso a ofrecerles a continuación Partículas celestes, que hubiera sido inconcebible sin sus libros, sin la odisea espacial de Arthur C. Clarke, sin la labor divulgadora de Carl Sagan y sin la música de Vangelis y del pianista Bill Evans, que sirvieron de fuente de inspiración.
Partículas celestes
SECUENCIA 1/ ENCADENADO DE IMÁGENES DESDE UN SATÉLITE
Abre de negro
La primera imagen de esta película de historias independientes entre sí, aunque conectadas a través del reducido y fragmentado espacio geográfico en el que convergen y se desarrollan todas ellas, muestra una panorámica de la Tierra tomada desde el exterior. Vista así, suspendida en el vacío y en medio de la inmensidad negra del cosmos, el planeta provoca una cierta sensación de desamparo, como si fuera un niño perdido en la oscuridad de la noche. Esta estampa de náufrago interestelar se superpone con otra instantánea más próxima del globo terráqueo, que ahora aparece en pantalla con todo su esplendor de esfera de cristal de color azul y manchas blancas y oscuras. Segundos después, esta segunda imagen se funde con un plano general del hemisferio norte de la superficie terrestre. La cámara describe un leve barrido -de izquierda a derecha- hasta llevarnos a la costa occidental africana, donde, en las proximidades del desierto del Sáhara, descubrimos las siete islas del Archipiélago Canario. Esta tercera instantánea da paso a una última imagen: el objetivo de la cámara se centra en la isla de La Palma, que pasamos a recorrerla de sur a norte, hasta detenernos en la parte superior del cráter volcánico -la Caldera de Taburiente- que esta isla alberga en su interior.
Fundido encadenado a
SEC.2/ OBSERVATORIO DEL ROQUE DE LOS MUCHACHOS / EXT./NOCHE
Panorámica nocturna del Observatorio del Roque de los Muchachos. [Ubicado a 2.400 metros de altitud, en el término municipal de Garafía, este complejo astrofísico cuenta con una de las baterías de telescopios más completas del mundo.] En plena noche, recortadas bajo la única luz de la luna, las siluetas de los telescopios ofrecen una estampa de misteriosa y fantasmagórica irrealidad.
Fundido encadenado a
Plano general del Gran Telescopio Canarias. Sobreimpresionado en pantalla, aparece el rótulo: Isla de La Palma, Observatorio del Roque de los Muchachos, a 2.400 metros de altitud. Gran Telescopio Canarias.
[Dotado de un espejo circular -compuesto por 36 segmentos- de casi diez metros y medio de diámetro, en la actualidad, este telescopio es el mayor del planeta y en su diseño, construcción y montaje han intervenido más de mil personas y un centenar de empresas de España, México y EE.UU.]
Fundido encadenado a
SEC.3/ SALA DE CONTROL DEL GRAN TELESCOPIO CANARIAS / INT./NOCHE
Primer plano de la pantalla del ordenador principal. Aparentemente sólo vemos una serie de manchas oscuras sobre un fondo negro. Sin embargo, de repente, un destello de luz parece brotar detrás de las siluetas oscuras. La cámara describe un suave paneo hacia la izquierda para mostrar, en primer plano, el rostro de la persona que observa el fenómeno. Se trata de un hombre de unos treinta y pocos años, de cabello rubio y lleva puestas unas gafas.
MICHAEL BOWMAN
(La luz procedente de la pantalla ilumina su cara, que describe una expresión de incredulidad)
¡Oh… My God…!
SEC.4/ OBSERVATORIO DEL ROQUE DE LOS MUCHACHOS-RESIDENCIA DE LOS ASTROFÍSICOS / EXT./NOCHE
Abre de negro
Panorámica nocturna del Observatorio del Roque de los Muchachos. En primer término, vemos la residencia donde se alojan los científicos.
Sobreimpresionado en pantalla, aparece el rótulo: Isla de La Palma, Observatorio del Roque de los Muchachos. Residencia de los astrofísicos.
Fundido encadenado a
SEC.5/ OBSERVATORIO DEL ROQUE DE LOS MUCHACHOS-SALÓN DE LA RESIDENCIA DE ASTROFÍSICOS / INT./NOCHE
En el centro de la sala encontramos al científico MICHAEL BOWMAN, acompañado de otros tres colegas. Ellos, al igual que el público que los rodea formando una especie de corro, están vestidos con elegancia pero sin mucha formalidad. Un par de pasos por delante del cuarteto se halla un señor de sesenta y tantos años, de cabello blanco y vestido con un terno azul con corbata a juego. Se trata de FRANCISCO SÁNCHEZ, el director del Instituto de Astrofísica de Canarias. SÁNCHEZ, que en el momento de empezar la acción está improvisando un breve discurso, está a punto de realizar un brindis. Ése es el motivo por el que todos los presentes llevan una copa en la mano.
FRANCISCO SÁNCHEZ
(En plena intervención, que lleva a cabo utilizando un correcto inglés)
Sin ánimo de ponernos trascendentales, podemos decir que el descubrimiento de la estrella Ray Bowman por parte de uno de nuestros equipos de investigación supone para este observatorio en particular y para la astrofísica en general un corto pero significativo avance… En cierta medida, con cada hallazgo que realizamos en este campo de la ciencia, por pequeño que sea, damos otro pasito más en esa búsqueda a ciegas que es el conocimiento del universo…
(Volviéndose para dirigir su mirada a los cuatro científicos que están tras él)
Desde el Instituto de Astrofísica de Canarias les felicitamos, nos felicitamos, y les transmitimos el orgullo que para la comunidad científica de este país significa poder contar con investigadores de su talla… Reciban, nuevamente, mi más cordial enhorabuena y mi más sincero agradecimiento, doctores Clarke, Floyd, Herbert y Bowman…
(FRANCISCO SÁNCHEZ hace una especie de gentil reverencia que es correspondida, entre sonrisas, por los cuatro hombres que acaba de mencionar y por una breve y respetuosa SALVA DE APLAUSOS del público asistente)
Y, sin más palabrería, alzo mi copa…
(Levantando la copa en un gesto imitado por todos los demás)
Permítanme que brinde por ustedes y por nuestra nueva estrella… Por la nebulosa Ray Bowman… Salud, señores…
FRANCISCO SÁNCHEZ bebe fugazmente de su copa, al igual que hace el resto de la concurrencia.
FRANCISCO SÁNCHEZ
Y como dicen en mi tierra: Que no sea la última…
Tras pronunciar estas últimas palabras en español, SÁNCHEZ se gira en redondo para abrazar con cierta efusividad, y uno por uno, al equipo de cuatro investigadores, quienes se muestran tan afectuosos y cordiales como él. Por su parte, el público que ha estado presente en el acto comienza a disolverse y a juntarse en pequeños grupos en torno a la media docena de mesas con bandejas de canapés que hay repartidas por la sala.
La cámara fija su atención en MICHAEL BOWMAN quien, después de cruzar unas cuantas frases con FRANCISCO SÁNCHEZ, QUE NO PODEMOS ESCUCHAR DEBIDO AL CRECIENTE RUMOR DE CONVERSACIONES EN VARIOS IDIOMAS QUE LOS ASISTENTES HAN EMPEZADO A MANTENER ENTRE SÍ, comienza a alejarse del centro de la sala y a caminar hacia un punto aún indeterminado de la estancia.
En su recorrido por el salón, BOWMAN, que trata de avanzar con cierta dificultad entre la gente que casi se apelotona como una masa compacta alrededor de las mesas, pasa al lado de un corro de científicos que CONVERSAN EN FRANCÉS y están dando buena cuenta de las raciones de croquetas y de tortilla española que hay sobre la mesa. Al reconocer a BOWMAN, uno de estos investigadores alza su copa en señal de saludo, ofreciendo una afable sonrisa. BOWMAN le devuelve el gesto con un cariñoso toque en el hombro y luego, tras depositar en la mesa la copa que lleva, prosigue su camino hacia el otro extremo de la sala.
El siguiente grupo con el que tropieza está compuesto por cuatro italianos, que departen animadamente en medio de expresivos aspavientos y EN UN TONO DE VOZ LIGERAMENTE ELEVADO. Al pasar junto a ellos, uno de los científicos repite el brindis en su honor que acabamos de verle hacer al colega francés y BOWMAN sonríe con cordialidad. El italiano le guiña un ojo y vuelve a enzarzarse en la charla que estaba manteniendo con sus paisanos.
A punto de abandonar la zona de las mesas, en donde se concentra el grueso de los presentes, BOWMAN se ve obligado a sortear a un grupo de astrofísicos daneses y holandeses. Al verle, uno de los contertulios no duda en dirigirse a él.
CIENTÍFICO DANÉS
(A BOWMAN)
¡Eh, Michael! ¡Michael! ¡Aquí!
MICHAEL BOWMAN
(Que por unos instantes parece que trata de hacerse el despistado aunque finalmente tiene que girar su rostro ante la insistencia de su colega)
¿Qué? ¡Ah!…
CIENTÍFICO DANÉS
(Que se acerca a BOWMAN hasta conseguir cogerle del brazo)
¡Felicidades, Michael!… Enhorabuena a ti y al resto del equipo. Habéis hecho un trabajo sensacional.
MICHAEL BOWMAN
(Con una sincera expresión de gratitud)
Oh, muchas gracias, Lars. Te lo agradezco… Eres muy amable.
CIENTÍFICO DANÉS
Me imagino que estos días estarás muy saturado de trabajo…
MICHAEL BOWMAN
(Quitándose importancia)
Bueno, ya sabes… Hemos tenido que atender muchas llamadas de la prensa. Es una noticia muy golosa…
CIENTÍFICO DANÉS
Sobre todo en estas fechas de verano… Cómo se nota que los periodistas andan ahora un poco secos de material…
MICHAEL BOWMAN
(Sonriendo)
En efecto. Tú lo has dicho, Lars…
CIENTÍFICO DANÉS
Y, mientras tanto, el resto del año no nos hacen ni caso… En fin, qué se le va a hacer. Ni tú ni yo, ni ninguno de los que nos encontramos aquí, nos dedicamos al fútbol o a la política. Si no, seguro que tendríamos a los reporteros encima las veinticuatro horas…
MICHAEL BOWMAN
Ni hablar… Mejor es que nos ignoren. Otra semana como ésta y me cambiaría de profesión, te lo prometo…
(La simpática confidencia es compartida por ambos investigadores con una sonrisa)
CIENTÍFICO DANÉS
Bueno, Michael, en cuanto todo este jaleo acabe y tengas un momento libre me echas una llamada y quedamos, porque me gustaría comentar contigo un par de cosas sobre mi proyecto de los púlsar.
MICHAEL BOWMAN
(Asintiendo)
Por supuesto… En unos días espero volver a la normalidad y te llamaré sin falta, Lars…
CIENTÍFICO DANÉS
(Con gran satisfacción)
Gracias, Michael, eres un amigo… Y felicidades…
(El colega danés levanta su copa en señal de brindis y apura de un trago el contenido)
A tu salud…
MICHAEL BOWMAN
(Dándole unos golpecitos amistosos en la espalda)
Gracias a ti, Lars…
BOWMAN se aleja de su compañero danés, quien asiente agradecido y se reincorpora al grupo con el que estaba conversando antes. Por su parte, BOWMAN encamina sus pasos hacia el otro lado de la sala, donde se encuentra una especie de terraza.
Al llegar a la terraza, BOWMAN descubre con evidente agrado que, por fin, se ha quedado solo, lo que se refleja en el SONORO SUSPIRO que exhala nada más salir fuera. EN SILENCIO, BOWMAN contempla el paisaje de absoluta oscuridad que rodea al complejo del observatorio.
Fuera APENAS OÍMOS COMO UN LEVE MURMULLO LAS CONVERSACIONES PROVENIENTES DEL INTERIOR DE LA SALA Y EL ROCE DE UNAS COPAS CON OTRAS. Por contra, en el exterior, la noche ofrece un espeso muro de COMPLETO SILENCIO. BOWMAN alza su cuello con mucha lentitud para observar con calma la pantalla del firmamento, en una larga panorámica de abajo hacia arriba. Visto así, el cielo es un interminable lienzo negro, atravesado por infinitos alfileres luminosos.
BOWMAN permanece en esta posición silenciosa y contemplativa durante unos segundos. De repente, tras él, vemos aproximarse con extremo sigilo la silueta de una persona, procedente de la sala. Tardamos unos instantes en descubrir que se trata de una mujer de una edad similar a la de BOWMAN (tiene por tanto treinta y pocos años) y, al igual que él, también es rubia. Viste un discreto traje de jersey sobre camisa de cuello de pico, falda a juego y zapatos de tacón. La mujer, CUYOS PASOS NO PUEDEN PASAR DESAPERCIBIDOS para BOWMAN, se detiene justo detrás de éste, a un metro de distancia.
HELEN BOWMAN
(A Bowman)
Yo creía que esta fiesta era en tu honor…
MICHAEL BOWMAN
(Sin darse la vuelta)
Sabes perfectamente lo que me interesan a mí esta clase de honores…
HELEN BOWMAN
(Con sarcasmo)
Pues ya podrías disimular un poco… Cualquiera diría que no tienes nada que ver con lo que se está celebrando…
MICHAEL BOWMAN
(Que continúa dándole la espalda)
Es que para mí no hay nada que celebrar, cariño. Todo esto es trabajo y punto. No entiendo por qué tenemos que montar este alboroto por haber hecho bien lo que se supone que tenemos que hacer bien… Mi padre hizo su turno de ocho horas al día en la planta central de Stanford, durante treinta y siete años, y nunca le hicieron ninguna fiesta por hacer bien su trabajo…
HELEN BOWMAN
(Que se acerca hasta él para apoyar su cabeza sobre su espalda y para abrazarle)
Eso es una estupidez, Michael, y lo sabes… ¿Por qué no dejas de compadecerte de ti mismo por un momento y disfrutas de esta noche? Creo que tus compañeros se lo merecen. No tiene ningún sentido que te escondas de los demás… Pareces un niño. Un niño repelente y malcriado…
MICHAEL BOWMAN
(Sosteniendo las manos de ella con dulzura y formando con ellas y con sus brazos un cordón de afecto sobre su cintura)
Siento comportarme como un imbécil, Helen, pero sabes que siempre me ocurre lo mismo cuando llego al final de una investigación… Me siento tan vacío… De repente te das cuenta de que todo el tiempo, todos los meses, todos los años que has invertido en alcanzar un determinado objetivo, no han servido para nada…
(Levanta la vista hacia el firmamento)
¿Te importa echar un vistazo ahí arriba?…
(Helen separa ligeramente la cabeza de la espalda de él para elevar su mirada al cielo)
Eso es lo que yo llamo un baño de realidad… ¿Sabes lo que hemos conseguido después de dos años de trabajo, Helen? Identificar un punto entre los cientos de miles de millones de puntos que se encuentran esparcidos ahí fuera… No creo que eso sea motivo suficiente para celebrar una fiesta, ¿no te parece?
HELEN BOWMAN
(Sonriendo, irónica)
Si lo miras con tanto optimismo, lo mejor será que te dediques a otra cosa, cariño… Hum… No sé. ¿Qué te gustaría hacer? ¿Cantar? ¿Bailar? ¿Pintar? ¿Tocar el piano? ¿Y por qué no invertir en bolsa? ¿Qué te parece? Es una activad fascinante… Imagínate por un segundo todos esos cientos de miles de millones de acciones en juego, subiendo y bajando a una velocidad frenética, dando bandazos de un lado del mundo al otro, como moscas subidas en la montaña rusa de Brighton…
MICHAEL BOWMAN
(Dándose la vuelta y encontrándose, cara a cara, con el rostro de su mujer. Ella sonríe, divertida. Él sonríe también)
Te quiero…
HELEN BOWMAN
Y yo a ti, cielo…
Los dos se funden en un beso largo y cálido. Tardan unos segundos en separarse.
MICHAEL BOWMAN
(Mirándola fijamente a los ojos)
Si no fuera por ti, sería un capullo integral.
HELEN BOWMAN
(Sin perder el luminoso arco de su sonrisa)
Lo sé. Detesto a los capullos…
(Ambos ríen con complicidad)
Y no quiero estar casada con uno… No lo soportaría…
MICHAEL BOWMAN
(Sin parar de reír)
Yo tampoco…
Las risas y las buenas vibraciones entre ambos se prolongan durante unos instantes. Hasta que el semblante de ella se ensombrece, adquiriendo un rictus de preocupación.
HELEN BOWMAN
(Adoptando un tono serio)
De todas formas, cariño, tengo que decirte algo que creo que no te va a gustar…
MICHAEL BOWMAN
(Con evidente extrañeza)
¿Qué?
HELEN BOWMAN
(Muy seria)
Me refiero a tu hermano, Michael. No creo que para ti haya sido una buena idea ponerle su nombre a la estrella… Ha sido un gesto maravilloso por tu parte, cariño, pero todavía sigues teniendo esa herida muy reciente… Demasiado reciente…
MICHAEL BOWMAN
(Con estupor)
¿Cómo?
HELEN BOWMAN
(Mostrándose extremadamente cuidadosa, sopesando cada palabra)
El recuerdo de Raymond te hace mucho daño, cariño…
MICHAEL BOWMAN
(Contrariado)
No sé a cuenta de qué viene ahora hablar de mi hermano, Helen…
HELEN BOWMAN
(Con ambas manos le acaricia las mejillas con ternura)
Poco a poco, Michael, poco a poco… No te precipites. No tengas prisa, cariño… Deja que las cosas sigan su ritmo natural, que los recuerdos no te mortifiquen más de lo que deben hacerlo… Porque, de lo contrario, no vas a parar nunca de sufrir, mi amor, y eso no tiene sentido… Raymond sería el primero en reprochártelo…
MICHAEL BOWMAN
(En un gesto de inequívoco malestar, le retira a ella las manos de su cara)
No te entiendo, Helen. No entiendo qué pretendes con sacar a relucir a mi hermano aquí, en este preciso momento… De verdad, me dejas de una pieza. Hace un instante me reprochabas que me estuviese comportando como un niñato y creo que se han invertido los papeles, cariño. Creo que ahora eres tú quien se está comportando como una niña mal educada que no sabe lo que dice…
HELEN BOWMAN
(Moviendo la cabeza de un lado a otro, en gesto de rechazo)
Lo sabía… Sabía que te lo ibas a tomar mal… Pero tenía que decírtelo, cariño. Lo siento. No puedo permitir que te expongas a caer en otra depresión, compréndelo… No puedes permitírtelo, no debes permitírtelo… Olvídate de volver atrás. Tienes que mirar hacia delante, mi amor. Tienes que entender que no nos queda otro remedio que seguir adelante… Todos somos como este puñetero universo, Michael, todos caminamos en la misma dirección… Tú mismo me lo has repetido miles de veces: no somos más que partículas celestes en imparable expansión hacia el infinito…
MICHAEL BOWMAN
(Mostrándose frío y cortante, mientras mira a su esposa con la desconcertada expresión de quien cree estar ante un demente)
Creo que el champán se te ha subido a la cabeza, Helen. Será mejor que nos vayamos…
Rápidamente, MICHAEL BOWMAN se marcha de la terraza y vuelve a entrar en el salón. HELEN BOWMAN se queda sola, bajo un cielo cubierto de estrellas que ella también observa en COMPLETO SILENCIO. Sus ojos brillan con intensidad en medio de la noche. Dos lágrimas comienzan a deslizarse por sus mejillas.
Fundido en negro
SEC.6/ SALA DE CONTROL DEL GRAN TELESCOPIO CANARIAS / INT./NOCHE
Abre de negro
Primer plano de la pantalla del ordenador. Vemos una serie de manchas oscuras sobre un fondo negro del que brota un leve y constante destello de luz. La cámara realiza un suave paneo hacia la izquierda para mostrar, en primer plano, el rostro del científico MICHAEL BOWMAN. Éste, con signos evidentes de cansancio, se quita las gafas y se lleva los dedos índice y pulgar al punto del tabique nasal que más soporta la presión de de sus lentes. BOWMAN se pellizca con suavidad en dicha zona y respira hondo.
SEC.7/ OBSERVATORIO DEL ROQUE DE LOS MUCHACHOS / EXT./NOCHE
Plano general del Gran Telescopio Canarias.
Sobreimpresionado en pantalla, aparece el rótulo: Isla de La Palma, Observatorio del Roque de los Muchachos, Gran Telescopio Canarias.
En el exterior, recortada bajo la única luz de la luna, la silueta del telescopio se agranda como una presencia fantasmagórica que empequeñece y parece a punto de devorar la minúscula sombra móvil, señalada en la oscuridad por un pequeñísimo punto rojo, incandescente, que camina de un lado a otro.
Descubrimos que se trata del propio MICHAEL BOWMAN, vestido con un grueso anorak, que, cigarrillo en mano, da un corto paseo por la terraza exterior para estirar las piernas. EL SILENCIO ES ABSOLUTO y sólo se ve interrumpido por EL RUIDO QUE HACEN LOS ZAPATOS DE BOWMAN AL CAMINAR POR LA GRAVILLA DE LA TERRAZA.
De repente, el científico se para. A lo lejos descubre dos puntos de luz que se aproximan a cierta velocidad. El PERCEPTIBLE RUIDO DEL MOTOR revela de inmediato que se trata de un COCHE QUE SE ACERCA. En unos instantes, el automóvil llega hasta el lugar donde se encuentra BOWMAN, quien permanece en el mismo sitio, fumando el cigarrillo con aire impasible. Las luces largas del vehículo se proyectan sobre el hombre, a quien deslumbran por unos segundos. El coche se detiene a tan sólo unos pocos metros del científico y el RUIDO DEL MOTOR CESA. Los faros del vehículo se apagan. Se abre la puerta del conductor y alguien sale. Cierra la puerta. La persona se acerca hasta BOWMAN. ESCUCHAMOS EL RUIDO QUE HACEN SUS PASOS SOBRE LA TIERRA Y, DESPUÉS, SOBRE LA GRAVILLA DE LA TERRAZA. La poca luz no impide, sin embargo, que reconozcamos a quien acaba de llegar. Es HELEN BOWMAN. Ella también lleva puesto un polar.
MICHAEL BOWMAN
No te esperaba.
HELEN BOWMAN
(Acercándose hasta él y dándole un tímido beso en la mejilla)
Hace una noche muy agradable…
MICHAEL BOWMAN
(Sin dejar de fumar)
Sí. A pesar del frío se está muy bien aquí fuera.
(Se produce una primera PAUSA. Él parece que no tenga muchas ganas de hablar)
HELEN BOWMAN
Pareces cansado, Michael.
MICHAEL BOWMAN
(Dando una nueva calada al cigarrillo)
Lo estoy. Creo que empiezo a necesitar unas vacaciones.
HELEN BOWMAN
(Que acerca su mano hasta el rostro de él, para acariciarle la mejilla)
No es necesario que esperes hasta octubre.
MICHAEL BOWMAN
(Que no responde a la caricia de ella y se limita a apurar el cigarrillo con las últimas caladas)
No puedo. Hace tiempo que tenemos establecidos los turnos y no quiero perjudicar a nadie.
(Ella está a punto de decir algo pero finalmente opta por guardar silencio, quizás a la espera de que sea él quien continúe la conversación. Pero su marido prefiere terminar el cigarrillo y arrojar la colilla lo más lejos posible. NUEVA PAUSA)
HELEN BOWMAN
(Ha dejado de acariciarle y consigue hablar después de un gran esfuerzo)
Creo que al final voy a hacer lo que te dije.
MICHAEL BOWMAN
(Por primera vez la mira a los ojos, dejando de mostrarse esquivo)
¿El qué?
HELEN BOWMAN
(Bajando la mirada, como si le diese vergüenza)
Irme a Inglaterra, a pasar unos días con mis padres.
MICHAEL BOWMAN
(Mostrando una cierta indiferencia)
Ah, ya…
HELEN BOWMAN
(Levantando los ojos que, de repente, se abren expectantes)
Tal vez sea lo mejor para los dos, ¿no crees?
MICHAEL BOWMAN
(Con aparente frialdad)
Sí… Quizás tengas razón.
(OTRA PAUSA DE VIOLENTO SILENCIO irrumpe entre ellos. HELEN parece ahora muy tensa, nerviosa)
HELEN BOWMAN
(La ansiedad de su voz revela una desesperación contenida)
Aunque… No sé, cariño… No estoy segura.
MICHAEL BOWMAN
(Frío, cortante)
¿De qué no estás segura, Helen?
HELEN BOWMAN
(Visiblemente alterada)
Yo no quiero irme, Michael.
MICHAEL BOWMAN
(Con estupor y un tanto airado)
¿Cómo? No te entiendo, Helen. Hace un momento me has dicho que lo mejor para los dos es que te fueras a Inglaterra por un tiempo y ahora me vienes con que no te quieres ir… Por todos los demonios, cariño ¿se puede saber qué es lo que deseas de verdad?
HELEN BOWMAN
(Haciendo un esfuerzo angustioso por ahogar el llanto)
Yo te quiero, Michael.
MICHAEL BOWMAN
(Se acerca a ella y la abraza con un afecto tierno, casi fraternal)
Y yo a ti…
(HELEN busca cobijo en el pecho de su marido y, durante unos segundos, los dos permanecen abrazados, EN COMPLETO SILENCIO)
MICHAEL BOWMAN
(Acariciando con suavidad el cabello de su esposa)
Tampoco hay que darle más importancia a esto, querida. Todas las parejas pasan por un momento de crisis. Y, queramos o no, la nuestra ya está aquí. Se ha instalado entre nosotros… Lo que no podemos permitir es que eche raíces y acabe por enfrentarnos como a dos desconocidos… Tal vez una separación nos ayude y acabe con esta sensación de haber llegado a un punto de no retorno… ¿Me entiendes, cariño?
(Arropada entre sus brazos y con el rostro escondido sobre su pecho, HELEN mueve ligeramente la cabeza en sentido afirmativo. Luego, OÍMOS SU LLANTO SOFOCADO)
MICHAEL BOWMAN
(Sin dejar de acariciarle el pelo, moviendo a su vez la cabeza en sentido negativo)
Ay, Helen, Helen… Mi querida Helen, mi dulce Helen… No llores, por favor… Esto no es el fin del mundo… Por ahora…
(El hombre sonríe con ánimo de rebajar la dolorosa tensión del momento)
HELEN BOWMAN
(Moviendo la cabeza de un lado a otro, en gesto de rechazo, y sin dejar de llorar)
Lo siento…
MICHAEL BOWMAN
(Comprensivo, cálido, intenta hablar con toda la dulzura de la que es capaz)
No, Helen, deja de culparte. Aquí nadie ha hecho nada malo… Por favor, cariño…
(Ambos permanecen fundidos en el abrazo durante unos instantes. SE PRODUCE OTRA PAUSA en la que, paulatinamente y con mucha suavidad, la mujer recupera poco a poco el dominio de sí misma hasta conseguir separarse de su marido)
HELEN BOWMAN
(Levantando la cabeza y mirándole con los ojos empapados en lágrimas. Su rostro dibuja una tibia y tímida sonrisa)
No puedo irme, Michael. Ahora no puedo… No soy capaz…
MICHAEL BOWMAN
(Mirándola con el rostro iluminado por una sonrisa entre compasiva y comprensiva)
Bueno, no hace falta que sea ahora. No tenemos ninguna prisa, ¿no?
(HELEN asiente sin dejar de sonreír. MICHAEL, con suma delicadeza, trata de secarle las lágrimas que corren por sus mejillas, con el dorso de su mano derecha. Ella responde a tan delicada caricia con un leve beso entre los dedos de él. Lentamente, MICHAEL BOWMAN baja el cuello y acerca su rostro al de HELEN. Los dos se sumergen en un beso limpio, sereno, agradable, que dura unos largos e intensos segundos)
MICHAEL BOWMAN
(Levantando de nuevo su cabeza y elevando la vista al cielo)
Realmente este es un sitio espléndido para mirar las estrellas. Es como estar al borde de un acantilado pero, en lugar del mar, tienes delante de ti al universo.
HELEN BOWMAN
(Abre muy despacio los ojos, como si no quisiera despertar de un sueño, y mira también hacia arriba)
Sí… Es increíble… Todo está lleno de estrellas…
La cámara muestra una espectacular panorámica del trozo de firmamento que está contemplando el matrimonio Bowman: una ventana al infinito del cosmos, repleta de puntos luminosos.
Fundido en negro
PedroLuis
Don Anelio, yo que de cine se poco más que sentarme en una butaca (últimamente en un sillón de mi casa, si acaso) para ver como pasan los "machangos" (y machangas, claro), pienso lo mismo que usted…
Tal vez porque sólo seamos "partículas celestes en imparable expansión hacia el infinito…" Vamos a ver adonde llegamos, porque eso no lo veo escrito en el guión del Sr. Carrillo.
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ificrates
Blade Runner está basada en "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" que es una novela de Philip K. Dick.
No se porque elige Blade Runner para homenajear a Bradbury.
Hay varias obras de Bradbury adaptadas al cine, incluso escribió algunos guiones originales.Tambien hay versiones para TV de obras suya. Fahrenheit 451, por ejemplo, la dirigió Truffaut. Hay cortes disponibles en la red.
http://www.youtube.com/watch?v=M9n98SXNGl8
No me parece que un autor encasillado en un genero sea por eso un autor menor.
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arodriguez
Querido Jose, me pregunto qué hubiera sido de ti y de nosotros si hubieras nacido en un país y en una ciudad con escuela de cine y con una industria cinematográfica de verdad. Eres cinéfilo de los que ocupan todas las filas de la sala de proyección, y, más aun, eres cineasta. Cineasta, sí.
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