cerrar
cerrar
Registrarse
Publicidad
El callejón
Publicidad

No profanéis el sueño de los muertos

A Neil Simon, in memoriam

Si nada ni nadie lo remedia, un día de estos, al amparo de la noche, sin luz ni taquígrafos, como macabros expoliadores de cementerios, sombras apenas atisbadas en los fotogramas de una añeja cinta de terror en blanco y negro (con el perfil inconfundible de Boris Karloff, Peter Lorre o Vincent Price), un equipo de técnicos procederán a extraer lo que quede del general Francisco Franco Bahamonde, sepultado bajo tonelada y media de granito hace ya casi medio siglo.

El gobierno que preside Pedro Sánchez Pérez-Castejón, con escaso margen de maniobra a un lado y a otro del espectro parlamentario y con mayoría absoluta del PP en el senado, ha de hacer verdadero encaje de bolillos para tratar de sacar adelante cualquier medida legislativa que se le tercie y, con los presupuestos cerrados para el presente año (negociados y sellados por su predecesor), afronta el horizonte de 2019 con la firme y decidida voluntad de agotar la legislatura al precio que sea.

A falta de mejores recursos, proyectos y programas que mostrar a l@s encuestad@s del CIS, una vez agotada la lógica expectación que había despertado su fulminante llegada al poder, al líder socialista (que no necesitó de acta de diputado para suceder a Mariano Rajoy) apenas le quedan algunos golpes de efecto en su chistera de charlatán del Far West, o unos pocos trucos de prestidigitación ideológica o maniobras de pirotecnia propagandística con los que tratar de convencer a cientos de miles de indecisos de que él sí encarna la regeneración ética, la reflotación moral y el cambio de timón que necesitaba la nación española, a la deriva en un océano de escándalos y de pérdida de fe ciudadana en la clase dirigente.

Y, enfrentado a semejante tesitura, qué mejor decisión que exhumar los restos del Caudillo del lugar que otros escogieron por él para su eterno descanso, devolvérselos a sus familiares (como quien entrega un objeto con solo valor sentimental para los descendientes del finado) y tratar de vaciar de cualquier interés simbólico una necrópolis donde reposan para siempre (aunque eso, a partir de ahora, está también por ver) más de treinta y tres mil personas, fallecidas durante la guerra civil, la mitad de las cuales mal enterradas, previamente, en innumerables fosas comunes.

El régimen anterior, llegado el supremo instante del fin biológico del mismo individuo que le insufló vida (aunque para ello al tirano, como a todos los de su funesta calaña, no le tembló el pulso a la hora de ordenar suprimir, encarcelar o torturar a miles de compatriotas e incluso de correligionarios suyos), no supo qué hacer con él. Los aturdidos jerarcas del franquismo optaron por enterrar a su máximo prócer en el interior de un engendro arquitectónico que es todo en uno: abadía, basílica, camposanto y mausoleo, mamotreto y parque temático del nacionalcatolicismo; y que ni siquiera su principal promotor quiso para sí como última morada.

Ahora, cuando un importante porcentaje de españoles y españolas con derecho a voto nacieron con posterioridad al 20 de noviembre de 1975, Pedro Sánchez (que vio la primera luz en 1972), en un gesto absolutamente inútil e improcedente, pretende que volvamos la vista atrás y que nos reconciliemos con un tiempo, repleto de infamias recíprocas, que muchos, muchísimos, no vivimos, entre ellos el propio Sánchez. Particularmente, el único recuerdo que guardo de ese largo capítulo de la historia es el funeral del ex Jefe del Estado y jamás, en los cuarenta y siete años de vida que me contemplan, he sentido el menor interés en visitar su tumba.

La todavía necesaria reivindicación y dignificación de las víctimas de la dictadura franquista (muchas de ellas aún enterradas en osarios anónimos o en cunetas) pasa por un adecuado, documentado y riguroso proceso de búsqueda y localización de las mismas, y por su lícito desenterramiento (con cargo a los fondos públicos del Estado), a fin de que sus familias puedan honrarlas como se merecen. Eso es lo que de verdad procede en un país civilizado, que había superado -o eso al menos creíamos hasta hoy- la más traumática y desgarradora de las divisiones, gracias a que apostó en su día por la convivencia cívica y democrática.

Por el contrario, la exhumación de los huesos del Caudillo no deja de ser una solemne torpeza, propia de mentecatos ávidos de popularidad barata y de pirómanos inconscientes de que con ello reavivan, de manera insensata y egoísta, los rescoldos de antiguos odios y resquemores que llevaban cincuenta años extinguidos.

Para completar el esperpéntico cuadro ya solo falta que, una vez levantada la pesadísima losa de tonelada y media, bajo la cual parecía haberse puesto el definitivo cierre a treinta y seis años horrendos, los fúnebres operarios no encuentren nada o, lo que es peor, descubran que el cadáver de Franco permanece incorrupto.

¿Qué ocurrirá entonces?

Publicidad
Comentarios (7)

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Publicidad

Últimas noticias

Publicidad

Lo último en blogs

Publicidad