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El callejón
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El gran defecador

Yo me cago en dios, y me sobra mierda pa cagarme en el dogma de la santísima y virginidad de la Virgen María […] Me cago en la Virgen del Pilar y me cago en todo lo que se menea”

Estas frases, trazadas con singular furia excretora sobre la superficie invisible de su muro en Facebook, el 5 de julio de 2017, por el insigne actor y productor de teatro Willy Toledo (Madrid, 1970), pueden ser constitutivas de un delito contra los sentimientos religiosos, según el titular del Juzgado de Instrucción número 11 de Madrid, que ha dictado el correspondiente auto de procedimiento abreviado.

Tales comentarios, vertidos en dicha red social y tomados como prueba incriminatoria por parte de la Asociación de Abogados Cristianos, fueron la escatológica y airada fórmula de la que sirvió el conocidísimo intérprete (más famoso por su activismo político, en favor de nobles causas humanitarias como el régimen castrista o la república bolivariana de Venezuela, que por sus trabajos en los platós o en los escenarios) para mostrar su repulsa por la apertura de juicio oral, por idéntico motivo, contra tres mujeres que, el 1 de mayo de 2014, portaron en procesión una gran vagina, por varias calles de Sevilla, en un acto reivindicativo llevado a cabo por la Hermandad del Coño Insumiso.

A mis cuarenta y siete años de edad, todos ellos desarrollados dentro de la práctica (intermitente, espaciada, libre) de la religión católica, lejos de profundizar en la creencia en Dios, mis dudas sobre ciertos dogmas (incluido el de la Inmaculada Concepción) no sólo se acrecientan sino que amenazan con socavar los pocos restos de fe que aún quedan en lo más hondo de mi consciencia. Por contra, mi convicción de que la estupidez humana resulta, cuanto menos, inabordable (ya que, al igual que el universo, está en permanente expansión) encuentra cada día nuevos elementos de juicio sobre los que sustentarse.

A estas alturas de la historia (unos dos mil años después de la crucifixión del Hijo de Dios), deberíamos haber aprendido que hombres y mujeres son libres de expresar lo que quieran, de creer en quien les dé la gana y de defecar (metafóricamente) sobre aquello o aquellos que les plazca.

Convertir ciertas obscenidades y mamarrachadas en materia de injustificado encausamiento penal es estigmatizar tales procacidades y elevar a sus autores y autoras a la categoría de mártires absurdos, de héroes y heroínas blasfemos y de adalides repulsivos de la libertad de opinión.

Porque, mal que les pese a unos y a otros, somos libres de pensar lo que queramos. Así como de decir y hacer gilipolleces, indignas de ofender a nadie con el suficiente sentido común para estar por encima de tan infantiles provocaciones.

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