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El callejón
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De ganadores y otros perdedores

El Tenisca nunca camina solo. El domingo más de dos mil aficionados lo arroparon desde las gradas. Entre ellos se encontraban (de izquierda a derecha): Friedrich Häagen Dazs VollDamm, Radamel Colchonero y Jacarrillo [Foto de Walter Benjamin].

"El fútbol puede llegar a ser tan cruel como la vida, Manola, la vida…"

La cita, con el añadido de rigor, es de Luis Aragonés, quien, a pesar de haber propiciado el salto de calidad que hizo de la selección nacional de fútbol la superpotencia que hoy es, en lugar de la comparsa que siempre había sido, fue depuesto del cargo por haber desterrado de la Roja y para la posteridad a Raúl, una estrella sin estrella, egocéntrico delantero centro e insolidario jugador solitario, y viene como anillo al dedo para sobrellevar la insoportable frustración de ver cómo las puertas del ascenso se le han cerrado a la S. D. Tenisca por séptima vez (cuatro de ellas con la agravante de que te priven del sueño, aunque sea merecidamente, en tu propia casa), en algo que empieza a parecerse a una maldición gitana (más bien pluma roja), que hay que conjurar al precio que haya que pagar, ya que los de Mirca vamos camino de igualar a los Red Sox de Boston, a quien un resentido Babe Ruth auguró que, tras su marcha en 1919, jamás ganarían las series mundiales de béisbol (casi acierta: tardaron ochenta y seis años en saborear las mieles del triunfo).

Pero lo del Tenisca no es nada comparado con la caída libre a los dominios de Lucifer que viene protagonizando el C. D. Tenerife, empeñado en inmolarse y desaparecer quizás con el fin de resucitar cual ave Fénix en este Jardín que cada día es menos de las Hespérides y más de los dehesperidicios. Al club palmero le queda el consuelo de haber luchado hasta el último aliento, compitiendo en inferioridad de condiciones físicas, técnicas y presupuestarias. Por eso, el pasado domingo, sus aficionados, que soportamos con estoicismo japonés un solajero que uno sólo recordaba haberlo vivido en la pantalla del Parque del Recreo, al inicio de la reposición de Lawrence de Arabia, una vez finalizada la contienda, aplaudimos con sincero afecto a unos chicos que lo habían dado todo (lo que tenían y lo que no) por un triunfo que les fue nuevamente esquivo y ovacionamos con espíritu deportivo al digno rival, que se llevó el premio con total merecimiento.

Los muchachos de Javier Vales salieron victoriosos en la derrota porque nunca se resignaron y tuvieron incluso la oportunidad de jugársela al cara o cruz de los penaltis aunque la suerte les sigue dando la espalda.

Qué se le va a hacer. Otra vez será.

Escribió Hemingway que el hombre no ha nacido para perder, sino para la pelea. Y este pequeño gran equipo de fútbol es una viva demostración de tales palabras.

Caso aparte es el de la selección española. Obligada a ganar y, además, a hacerlo bien, esta escuadra fabulosa está condenada al fracaso. Porque cuando la victoria se convierte en el único fin nos olvidamos de que el verdadero triunfo radica en saber disfrutar del trayecto hasta llegar a la meta, ya que, para entonces, el éxito se ha transformado en un espejismo engañoso y la derrota es una herida que tarda en cicatrizar.

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