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El callejón
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¡¡¡Que vienen los Guokinííí!!!

Este fotomontaje, que circula por la red, no precisa de más comentarios. Habla por sí solo. ¡Qué miedorrr!

Arde el bosque y, mientras tanto, los altos cargos de las administraciones públicas involucradas en las tareas de extinción se cruzan acusaciones de incapacidad, impericia y falta absoluta de previsión. Y menos mal que en Canarias no hay ciervos (aunque sí demasiados siervos y siervas) porque, si no, a estas alturas nos habríamos cargado a los nietos de Bambi y a toda la parentela de Tambor.

Todo esto de los incendios forestales (provocados o fortuitos) resulta tan dolorosamente vergonzoso que lo mejor que se puede hacer es tomar nota e invocar a todos los dioses del firmamento para que, más temprano que tarde, la izquierda en este país se organice en torno a una plataforma cívica, integrada en exclusiva por profesionales de valía y honradez contrastadas, con vocación de servicio público por tiempo limitado, que proponga la reforma del actual régimen constitucional desde principios democráticos tan añejos como la libertad, la igualdad, la justicia, la tolerancia y el pluralismo. Hasta que ese día llegue (tal vez nunca lo haga) permaneceremos malviviendo en esta especie de pseudoapocalipsis que se alimenta, como un cáncer en imparable proceso de metástasis, del miedo, de la ignorancia, de la mediocridad, del resentimiento y, sobre todo, de la cobardía.

Cada día es más real el verso de Dámaso Alonso, en Insomnio, cuando el poeta exhala como un quejido aquello de que "Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)". España empieza a recordar el paisaje ruinoso de un mundo destruido por un anómalo virus que ha transformado a sus habitantes en muertos vivientes, en walking dead, despojados de toda dignidad y arrastrados a la rapiña y al pillaje.

Mi sobrina, Ainara Carrillo González (a la que le estamos legando un futuro sin mañana), que estos días cumple tres años de edad, denomina a los zombis de pega (redivivos gracias al embrujo de ese mago del maquillaje y de los efectos especiales que es Greg Nicotero y cuyas inquietantes andanzas televisivas pronto entrarán en su tercera temporada) con el inocente apelativo de "Guokiní", al mismo tiempo que ella imita su torpe forma de caminar, arrastrando una pierna pegada al suelo, y emite un gruñido de lo más jocoso, acompañado de una mueca con la que es imposible partirse de risa.

Lo que, por suerte, mi ahijada ignora es que, para nuestra desgracia y la suya, los muertos vivientes existen y lo peor de todo es que no descansan y van a conseguir, a golpe de real decreto, que este país termine siendo un erial en el que ya no pueda sembrarse ni siquiera la semilla de la esperanza.

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