Hay algo íntimo, casi telúrico, que hace que el hombre, que el conjunto de los hombres, sienta la muerte de un niño, de cualquier niño, con un dolor propio, inconsolable. Acaso en la precocidad (y crueldad) del fin abrupto de una vida en ciernes el adulto entrevea el desenlace inevitable de su propia existencia y atisbe el inexplicable absurdo de una lucha perdida de antemano por todos y por todas.
La tierna poesía, emocionante e ingenua fe, que desprende la viñeta de nuestro muy querido Jorge Crespo Cano (indiscutible Mingote de cuitas y dichas colchoneras), es la firme esperanza a la que se aferran cada día tantos seres humanos, cual espejismo optimista con el que se consuelan los mansos que vagan por este desierto, purgatorio yermo y casi interminable, en el que la arena del tiempo nunca cesa de caer.
Otros prefieren interpretar la moraleja sin cuento de esta pesadilla de trágico final, desde el lado del altruismo, del esfuerzo formidable, de la pugna feroz, inquebrantable, aleccionadora, de los cientos de profesionales que no han dejado de intentarlo hasta encontrarse con lo previsible, llevados tal vez por la convicción de que, en el fondo, no somos más que organismos perecederos, imperfectos, unidos por un leve hilo de camaradería que nos lleva, como Sísifo, a excavar, una y otra vez, a ciegas, buscando la luz al final de este pozo que es nuestra bendición y nuestra condena.
lleon
Una tragedia que fue utilizada de manera lamentable por los medios de comunicación, en especial las transmisiones en directo de todos los telediarios
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pevalqui
Una tremenda fatalidad que nos ha tenido en vilo y encogido el corazón, con una final tan macabro como previsible en el que ha quedado patente una vez más-, si algo positivo podemos sacar de todo este triste suceso-, la solidaridad y generosidad humana.
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