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El callejón
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Una carcajada en la oscuridad

De todas las muestras de protesta cívica que se han producido en el último año contra el intolerable estado de cosas en este país me quedo con estas bulerías dedicadas al escándalo de Bankia. Las cuelgo aquí en homenaje al profesor Francisco Granero.

"En el aula del instituto eres sargento instructor, rabino, paño de lágrimas, ordenancista, cantante, erudito de poca monta, administrativo, árbitro, payaso, consejero, controlador de vestuario, director de orquesta, apologista, filósofo, colaborador, bailarín de claqué, político, psicoterapeuta, bufón, guardia de tráfico, sacerdote, madre-padre-hermano-hermana-tío-tía, contable, crítico, psicólogo, el último asidero"

Frank McCourt, El profesor

            Ahora que la realidad se ha vuelto una canallada, cuando el Estado mima a un torturador de la SS y le concede el tercer grado penitenciario, mostrando una compasión que jamás ha tenido con los ladrones de gallinas; justo en el momento en que se afronta el peor otoño que se recuerda en la corta historia de nuestra joven democracia (cuando la política alcanza las mayores cotas de ineptitud, demagogia y mediocridad); precisamente ahora, que se nos viene encima un inicio de curso con los peores augurios para un cuerpo docente desprestigiado, desmotivado y con escasa autoestima, va y se nos muere Paco Granero, profesor de Matemáticas en el Instituto de Educación Secundaria Poeta Viana.

A Paco la muerte, que casi siempre es una putada, lo vino a buscar en mitad de la noche, un poco a traición y en la soledad con la que venimos y nos vamos de este mundo. Y uno, que tuvo la gran suerte de tenerlo como director y compañero de fatigas en las trincheras de la enseñanza, se resiste a resignarse, a aceptar que Paco se haya ido así, sin más, como un soplo de viento o un suspiro. Porque no es admisible que perdamos a una persona que era incapaz de hacerle daño a nadie, que quería y entendía su oficio desde incluso antes de sacarse las oposiciones hace más de veinticinco años, mientras que aquí tanto malnacido continúa haciendo la puñeta a los demás.

No es justo que la vida se quede sin gente como Paco. No, es del todo punto intolerable. El escritor Stephen King se muestra convencido de que la mayoría de los seres humanos son decentes y estoy de acuerdo con él. Sin embargo, me niego a aceptar que, sistemáticamente, se vayan antes aquellos que resultan los más inofensivos, los más generosos, los mansos que -según las Escrituras- un día heredarán la tierra, y aquí permanezcan siempre, disfrutando de una inmerecida prórroga y hasta de beneficios penitenciarios e indulgencias repugnantes, una relación interminable de individuos infames, malignos, perniciosos, crueles, despiadados.

Pero hoy no quiero acordarme de quienes contribuyen a que este efímero lapso de la vida, Manola, la vida, sea un auténtico purgatorio sin redención posible. Me he sentado aquí, frente al portátil, únicamente para recordar a una de esas personas que no pueden albergar odio en el alma porque saben que, a la larga, éste es un veneno que acaba pudriéndolo todo.

Risueño, paciente y tolerante, Paco Granero asumió la dirección del Poeta Viana en una tesitura delicada y trató de hacer su trabajo lo mejor que pudo: sin recursos, sin apoyo de la Consejería y con el respaldo de unos cuantos compañeros que le fueron leales. Aunque la Administración hacía tiempo que le había puesto la X al centro y lo había condenado a un cierre inevitable. Superado por las circunstancias y por la desagradable certeza de sentirse impotente frente a unos superiores que torpedearon su gestión una y otra vez, Paco abandonó el cargo en la directiva y se refugió en su verdadero hábitat, el aula, y en sus alumnos, sus aliados naturales, con quienes mantuvo durante toda su carrera una relación caracterizada por el respeto, la empatía, la comprensión y el cariño.

Un puñado de ellos se acercaron el otro día hasta el tanatorio para rendir un último homenaje a quien había sido su profesor, su maestro, su amigo, cuya sonora carcajada, que indefectiblemente acompañaba a los chistes malos que solía contar a la menor oportunidad, jamás podré olvidar. Sobre todo, la calurosa tarde de finales de junio del año pasado, cuando su escandalosa risa irrumpía en medio de la oscuridad expectante del salón de actos del instituto, en la representación de Lisístrata, con la que Paco tanto disfrutó. "No me reía tanto desde que vi por vez primera a los Les Luthiers", me confesó al día siguiente.

Y ahora, que Paco ya no está entre nosotros y no puede compartir sus inconsolables cuitas por el aciago destino del Tenerife o sus mil y una anécdotas (en primera persona) como Simbad el viajero, me gustaría creer que su buen humor, su calidez, su ternura y su curiosidad de eterno adolescente han guiado sus pasos por el breve túnel que lo ha de haber llevado a la dulce eternidad de los justos.

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