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El callejón
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El proceso²

A nadie se le escapa que, de un tiempo a esta parte, la situación política en España ha adquirido el tono y la atmósfera de una pesadilla kafkiana, en el sentido de que la concatenación de situaciones, decisiones y personajes inverosímiles ha terminado siendo aceptada por la opinión pública como algo cotidiano, absolutamente normal en su anormalidad.

Desde la aceptación de este principio, consistente en reducirlo todo al absurdo, se explica la escenificación del proceso al proceso, es decir, al procés: ingenuo y esperpéntico intento, por parte de fuerzas políticas dispares cuando no directamente antagónicas, de secesionarse del estado español, lo que no deja der ser el irrisorio empeño de convertir una comunidad autónoma, que goza de pleno estatus jurídico, en una especie de caricatura de la aldea de Astérix, haciendo de la nación española una suerte de imperio apostólico, romano y opresor, carente, para más inri, de la menor legitimidad, y en la que el orondo y rotundo Oriol Junqueras oficiaría el rol de un Obélix de mirada incierta.

Es por ello que resulta paradójico que, en medio de tamaña farsa, el presidente del tribunal encargado de juzgar a los encausados de causar tremenda patochada, el sexagenario Manuel Marchena, llamase la atención a los asistentes, ya que rompieron a reír en una leve brisa de carcajadas, durante el interrogatorio al que fue sometido el pasado jueves el ex consejero Joaquim Forn. El magistrado grancanario apeló al riguroso protocolo procesal que impide cualquier clase de murmullos aprobatorios o reprobatorios en la sala en la que se ha de impartir justicia en nombre del Rey.

Este proceso del proceso (o proceso al cuadrado) debería resolverse a la mayor brevedad posible, con la libre absolución de los inculpados, que tendrían que ser advertidos, como niños y niñas que han incurrido en una pequeña ruindad, de que estas cosas no se hacen: “La Constitució no es toca, nen, caca”.

Mientras todo esto sucede, en el Registro Mercantil número 5 de Madrid, en el Paseo de La Castellana, Mariano Rajoy Brey, ilustre registrador de la propiedad, sigue en la distancia el desarrollo de esta ópera bufa (puro café teatro para marinos, rufianes, busconas, estraperlistas y banqueros adúlteros de El Molino), sentado cómodamente sobre la silla ergonómica de su despacho, al tiempo que se entrega a una de sus pasiones predilectas: la lectura compulsiva de las páginas del diario Marca, órgano oficial de propaganda de la sinrazón de los amores y desvelos de nuestro penúltimo presidente de gobierno, el pP, o sea, el puto Panathinaikos.

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