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El callejón
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Mi Atlético

Gracias a la magia de la tecnología y al talento digital del doctor José Miguel Carrillo Santana, el colaborador de este periódico, Jacarrillo, aparece aquí, en una improbable alineación del Atlético de Madrid de finales de la década de los setenta.

Dedicado con especial cariño a Sergio Acosta Zurita y a todos los niños que como él son los únicos que en su clase lucen con orgullo el uniforme del Tenerife

"El Atlético de Madrid ha sido y lo es todo para mí. Una religión, un estado de ánimo. Es la vida, mi vida. Entré de niño y aquí sigo […] Hay que sentir los colores y cumplir con tu obligación, dar al club lo que se merece. Al Atlético hay que tomarlo como es. Como una novia o una mujer. Hay que aceptarlo, quererlo, cuidarlo y convivir con él hasta el final […] Ser rojiblanco es un sentimiento y contra los sentimientos no se puede luchar. Ser del Atleti es un dogma de fe […]  y nos hace mirar al pasado con orgullo y al futuro con optimismo. Luchando como hermanos, defendiendo nuestros colores y derrochando coraje y corazón, como reza nuestro himno. Amén"

Adelardo Rodríguez, el jugador que en mayor número de ocasiones (551) vistió la camiseta colchonera a lo largo de diecisiete temporadas 

"Quien ame las emociones que se haga del Atlético. Aquí encontrarán para dar y tomar. Y el infarto, a poco que se descuiden"

Vicente Calderón, presidente del club del Manzanares (1964-1980, 1982-1987) 

"Soy del Atlético de Madrid porque es el equipo que más se acerca a la realidad, a la vida"

Juan García Hortelano, escritor 

            En un país en el que ya nadie cree en nada porque nadie cree en (casi) nadie y todos nos hemos vuelto un poco nihilistas y contemplamos cuanto ocurre alrededor con una especie de perpleja y descreída indiferencia, con extrañamiento, como si nos hubiésemos apartado de nosotros mismos para que, en un futuro que hoy parece más ingrato y remoto que nunca, no nos pregunten dónde estábamos ni qué hicimos entonces, reconforta que aún se conserven ciertos valores (a la baja, pero valores al fin y al cabo, qué coño) como la honestidad, el altruismo, la honradez profesional, la palabra dada o la lealtad, que es de lo que quería hablarles (¿hay alguien ahí, al otro lado de esta pantalla?) en esta ocasión.

            Me ha conmovido el último anuncio con el que el (muy depauperado y lastimoso) Club Deportivo Tenerife pretende captar abonados para esta temporada en la que recién acaba de empezar a rodar la pelota. La fotografía, que cuelga en algunas marquesinas de las paradas del tranvía, muestra en primer plano el rostro iluminado de un niño que, desde la esquina inferior izquierda del encuadre, mira hacia arriba (uno no sabe si en actitud de súplica o de temor reverencial y, en el caso del Tete, irredento, que diría el maestro Salvador García Llanos). En su mejilla derecha luce, como posaría una mariposa, un corazón en azul y blanco y, sobre su cabeza y presidiendo todo el cartel, junto al escudo de la entidad chicharrera, se puede leer un mensaje que llama a la ternura y a la adhesión sin condiciones: Cómo no te voy a querer.

            Mi más sincera enhorabuena para el padre o madre de la idea. No se puede expresar con menos elementos y con mayor acierto el compromiso de fidelidad que se adquiere cuando en plena niñez decidimos ser de un equipo de fútbol. Hagan la prueba ustedes mismos. ¿A cuántos tipos conocen que a los cuarenta tacos no defiendan los colores que un día cualquiera de su infancia escogieron respaldar? No niego que los haya, porque de todo hay en la viña del Señor, pero la inmensa mayoría de aficionados, forofos o no, rara vez cambian de acera. No esconderé la mano. Yo mismo lo intenté. Tendría nueve o diez años y, harto de que el Atlético no superara la línea de la mediocridad que caracterizó su trayectoria entre 1977 (fecha en que obtuvo su penúltimo campeonato de Liga) y 1983 (cuando Hugo Sánchez la empezó a enchufar y gracias a sus goles y a la sabia mano del tándem Luis Aragonés-Joaquín Peiró nos hicimos con la Copa de 1985), una mañana llegué a la plaza de Santo Domingo con la noticia de que me había pasado al Barcelona. El arrebato me duró menos de veinticuatro horas.

            En mi fuero interno era consciente de que aquella deserción constituía una indignidad, una traición en toda regla. Además, ¿qué pintaba yo apoyando al Barcelona? Encontré una foto de unos años antes, sacada en la época en la que todavía no sabía ni leer ni escribir, y allí estaba yo: comiendo nísperos en la azotea de la finca de mi bisabuelo Pancho Gibrán, junto a mi tío Anelio, vestidos ambos con el uniforme rojiblanco y el escudo del oso y el madroño bordado en el pecho, a la altura del corazón (como dice Iselín Santos Ovejero: el escudo primero se lleva encima y luego va por dentro). Esa fotografía me devolvió, como un espejo, la verdadera imagen de mí mismo y nunca más quise saber de ninguna otra escuadra que no fuese el Atlético, mi Atlético, pasara lo que pasase.

            Transcurridas más de tres décadas de aquella breve pérdida de fe, aquí estamos, horas antes de afrontar una nueva final de la Supercopa de Europa, frente al Chelsea de Londres, el club mimado por la gente guapa y multimillonaria de la City, presidido por un magnate ruso (que como todos los ricos que vienen del frío posee un inquietante pasado y negocios que navegan sobre aguas turbulentas) y que cuenta en sus filas con "El Niño" Torres, nuestro Niño, que ya se ha hecho mayor, ha madurado y hoy tratará de derrotarnos con clase y elegancia y no sin cierto dolor por ambas partes. Pero así se escriben las grandes historias de amor, las que merece la pena vivir: con placer y sufrimiento ("Amas aquello que te destruye y destruyes lo que amas", Oscar Wilde).

            Y así también es el cariño verdadero: un compromiso de lealtad para toda la vida.

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