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El callejón
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Cuando las calles pierden su indigno nombre

En mi rutinario trayecto hasta mi lugar de trabajo, cada mañana, en torno a las ocho menos cuarto (si la interminable huelga de empleados del tranvía no lo impide, en un bochornoso conflicto laboral que viene enquistándose desde el mes de octubre), afronto, a partir del andén de la avenida Príncipes de España, en Ofra, el descenso de aproximadamente un kilómetro hasta la fachada del Instituto de Educación Secundaria Tomás de Iriarte.

Se trata de una bajada en pendiente, que se realiza a lo largo de la principal calle del barrio de Las Delicias, uno de los veinticuatro que integran el distrito con mayor densidad demográfica de Santa Cruz de Tenerife: Ofra-Costa Sur.

En su parte alta, dicha vía, denominada Hernán Cortés, cuenta, en su acera derecha, siempre en sentido descendente, con una urbanización residencial, con tres bloques de viviendas unifamiliares, mientras que, en la esquina superior izquierda, nos encontramos con un amplio descampado, convertido, por obra y gracia del plan de urbanismo (¿), en un aparcamiento al raso, sin parquímetros, ni plazas delimitadas y atendido por un solícito personal, uniformado con los reglamentarios chalecos reflectantes, que custodia los vehículos a cambio de unas monedas.

Por esta misma acera, y en la siguiente esquina, se levanta el Complejo Deportivo Municipal de Las Delicias: con su pista de pádel, sus canchas de futbito y una pista de atletismo que circunvala las instalaciones, de cemento cuarteado y atravesado por cuchilladas de hierba silvestre, con cuatro calles estrechísimas, pintadas con el azul marino con el que se entintan los fondos de las piscinas públicas.

A esa altura de la calle, en la acera de enfrente, se halla la pared lateral de un centro donde se prestan servicios de asistencia social (a personas sin recursos) y, a continuación, se suceden las casas terreras (unas más cuidadas que otras, atendiendo al nivel socio-económico de sus propietarios o inquilinos), hasta que nos topamos con una tienda de baterías Tudor para coches, que es el único local comercial en todo este lado, si descartamos una guardería y el bareto que está justo al final y cuyas puertas de acceso dan a la carretera general del Rosario, que conduce a la residencia Nuestra Señora de La Candelaria.

Por su parte, la acera de la izquierda, por debajo del complejo deportivo, ofrece una serie casi ininterrumpida de locales cerrados (con carteles de se vende o se alquila), como los Almacenes Abril, cuyo letrero, desteñido, gastado, evoca el inequívoco anhelo de un pasado mejor. En este lado de la calle llama la atención el elevado número de viviendas descuidadas o en total abandono, así como el estanco Evita (en el que un matrimonio de renta antigua despacha víveres y revistas y hasta hacen fotocopias) o un garaje que fue tuneado hasta transformarse en venta de comestibles.

Después de cruzar la carretera, por el paso de cebra, a una orilla de la calle está la administración de lotería número 23 (El Búho) y, al otro, una clínica dental para bolsillos y dentaduras modestas.

Es a partir de esta esquina cuando la pendiente se vuelve más pronunciada y, en este tramo de la vía, que cambia su nombre al de Juan de Garay, casi todo gira en torno a los vehículos a motor: a la izquierda está la autoescuela Chinyero y en ambas aceras podemos encontrar varios talleres de coches.

Las casas, de una o dos plantas como máximo, son pequeñas, con verja y un mini patio con macetas en las que abundan las buganvillas.

Se trata este de un paisaje urbano por el que, a horas tan tempranas, apenas se tropieza uno con barrenderos, seguritas que regresan del turno de noche, estudiantes que suben hasta la avenida para ir a La Laguna o a los institutos de la zona, pacientes que se acercan con cautela al centro de salud de Las Delicias (junto al centro comercial Yumbo, que a principios de la década de los ochenta fue el equivalente a las Galerías Lafayette para los vecinos de Ofra) o con desempleados de larga duración que echan la mañana haciendo recados a la parienta, a la viejita o a algún colega que anda metido en el noble arte del menudeo.

Todos ellos ignoran feliz o infelizmente (qué más da) que su vida diaria transcurre por enclaves, calles y callejas, a las que un buen o mal día (según se mire) alguien decidió bautizar con los nobles o indignos nombres (esto último queda a gusto del consumidor o de su coeficiente intelectual) de Hernán Cortés, Malinche (intérprete y amante indígena del anterior), Pedro de Valdivia (fundador de Chile), Diego de Almagro (conquistador de Perú), Ponce de León (conquistador de Puerto Rico), Rodrigo de Triana (de oficio: descubridor), los Hermanos Pinzón (pioneros en el negocio de las hamacas), Francisco Pizarro, Fray Junípero Serra (principal evangelizador de California) o Juan de Garay (fundador de las ciudades de Santa Fe y Buenos Aires).

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