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El callejón
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Esperanza ya no quiere bailar chachachá

Emitido por TV3, “Polonia” es un espacio de humor donde se parodia sin la menor piedad a los personajes más destacados de la escena política nacional. En este sketch son objeto de burla Esperanza Aguirre, Albert Boadella y Alberto Ruiz Gallardón.

Fruto de la combinación de dos ritmos cubanos (el danzón y el montuno), el chachachá es un gozoso cóctel, ingeniado por un imaginativo violinista (Enrique Jarrín) hacia la mitad de la pasada centuria, en La Habana, apenas un lustro antes de que llegara el Comandante y mandara parar todo: el baile, la fiesta y el tiempo, sobre todo el tiempo, ya que la otrora Perla del Caribe duerme la eterna siesta del bloqueo, entre las ruinas de un régimen obsoleto (y totalitario) que ha convertido la Isla en una momia embalsamada en 1989, que fue cuando a la Revolución se le acabó el combustible.

            Pero sigamos con la música. El chachachá, que resulta un despreocupado hijo del mestizaje, alcanzó una notable popularidad sólo superada por otro híbrido de similar pedigrí: el mambo, con el que Dámaso Pérez Prado enseñó a bailar a la Norteamérica de la posguerra.

            En su vertiente ideológica (y política), y en un plano puramente metafórico, el chachachá puede considerarse una descuidada forma de abordar los asuntos de interés público sin que el ejecutante piense demasiado qué pasos ha de dar a continuación ni en qué dirección, siempre y cuando su pareja no pierda el compás ni se caiga con estrépito sobre la pista.

            En ese sentido, la desconcertante trayectoria del Gobierno presidido por Mariano Rajoy (que un día anuncia una cosa y al siguiente se desdice afirmando la contraria, para terminar haciendo lo que le dictan Bruselas, Merkel y el Fondo Monetario Internacional) ha acabado por marear a sus propios afiliados y por desencantar incluso a los más leales de sus votantes.

            La última en abandonar esta nave sin rumbo, capitaneada en medio del vendaval por un marinero de agua dulce que está haciendo buenísimo el adagio de Marx (Gruocho) de que "de la nada salimos para alcanzar la más alta cota de las miserias", ha sido la ya ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.

            Ella, precisamente ella, que encarnaba la versión castiza y carpetovetónica del Thatcherismo liberal. Ella, que era el brazo duro de la derecha de toda la vida; la alternativa franca y unidimensional, funcionaricida y verbenera, dentro de un partido que no se termina de creer que ahora mismo no se trata tanto de gestionar la crisis como de impedir la destrucción del país. Con o sin rescate.

            Harta de la indecisión y pasividad de sus propios jefes, Esperanza Aguirre (o la cólera de Dior) ha terminado haciendo lo que una inmensa mayoría de sus sufridos conciudadanos y conciudadanas desearían hacer y no pueden: autodespedirse.

            No obstante, no se preocupen. A diferencia de seis millones de españoles, a ella no le va a faltar trabajo. Ni pareja de baile.

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