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El callejón
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Cuarenta años en noventa minutos (coda)

A Félix Poggio (padre), Sergio Hernández Sanfiel, Richy García Ducha y a los otros dos mil y pico aficionados tenisquistas que estuvieron allí y nunca perdieron la fe ni la esperanza

Cuarenta años después y, de nuevo, pegado a la radio.

Entonces, como en el cortometraje Campeones, donde padre e hijo comparten el taquicárdico final de la Liga de 1971 (en la que el empate entre Atlético y Barça, en el Vicente Calderón, le puso en bandeja el campeonato al Valencia entrenado por Di Stéfano), viví el duelo por el ascenso a la Tercera División Nacional, disputado en el estadio de Bajamar por la Sociedad Deportiva Tenisca y el Puerto Cruz, en el asiento de copiloto del Simca 1300 de mi abuelo Anelio, junto a Manuel Bethencourt: ex futbolista profesional, primo hermano de mi abuela materna y a quien todo el mundo conocía como Manolo “El Chino”.

Cuatro décadas después de aquella tarde, que hoy evoco con emocionada nostalgia, que es el barniz siempre fresco que cubre nuestros más queridos recuerdos, volví a pegar el oído al dial y a seguir, entre expectante y angustiado, las noticias que llegaban desde el Virgen de Las Nieves, de la mano de La Palma Radio. A medida que Marcelino Hernández relataba la película de los goles que iban cayendo en favor del cuadro local una especie de serena felicidad se apoderaba poco a poco de mi cuerpo, hasta que el pitido postrero del árbitro (juez neutral y peninsular de la contienda) puso fin a una temporada agónica que la entidad palmera debe por todos los medios no volver a repetir.

Al menos, el apuro, el incómodo y desesperante trance de permanecer todo el año en el vagón de cola de la categoría, ha servido para despertar el corazón de una afición que, salvo una fiel e inquebrantable parroquia de cientos de seguidores que siempre han estado ahí, apenas ha salido esporádicamente de su cómodo letargo, en los últimos veinte años. Ya es hora de que un buen porcentaje de la hinchada tenisquista asuma que los equipos existen en tanto en cuanto existen sus aficionados y, como quedó demostrado el pasado domingo, son ellos y también ellas quienes les dan el único aliento vital que éstos necesitan.

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