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El callejón
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¿Cómo están ustedes?

Grabación del programa decimo noveno de “El Gran Circo de RTVE”. Era el verano de 1975 e intervienen en este mítico espacio televisivo los payasos Gaby, Fofó, Miliki y Fofito. Entre número y número se escucha en off al realizador rumano Valerio Lazarov.

"Me duele profundamente que una palabra tan hermosa como payaso sea utilizada como insulto para descalificar a alguien"

Emilio Aragón Bermúdez (Sevilla, 1929-Madrid, 2012)

-¡Bieeen!

-¡Más alto, que no se oye! ¿Cómo están ustedeeeess?

-¡Bieeeeeeen!

Y la infancia era un eterno sábado por la tarde que nunca queríamos que terminase.

Y esperábamos una semana entera y medio programa (con todas sus canciones y números circenses incluidos) para reírnos a carcajada limpia con la aventura y con las barrabasadas que aquellos tipos grotescos y sin el menor sentido del ridículo le gastaban a Fernando Chinarro, que luego resultó que se trataba de un actor que en verdad se llamaba Fernando Chinarro y que era un payaso buenísimo aunque no se pintara la cara.

A Chinarro lo vi el pasado domingo, viejo y encorvado, a la salida del tanatorio donde se honraba a Emilio Aragón Bermúdez.

"Que nos espere en el Cielo y que sea por mucho tiempo", dijo con una sonrisa malévola pero tierna, inofensiva, como desquitándose sin ruindad de todas aquellas trastadas en las que era siempre la víctima propiciatoria.

Cuentan que no hay nada más triste que la melancolía del clown, condenado a portar la máscara de la felicidad como una maldición de los dioses, tal y como se demuestra en la célebre anécdota que tuvo por protagonista a Karl Adrien Wettach (1880-1959), de quien se dice que, sumido en una profunda depresión, acudió a la consulta del psiquiatra:

-No se preocupe, señor. La vida tiene todo el sentido que queramos darle -le explicó el galeno-. Para empezar, esta misma noche se va ir usted a ver un magnífico espectáculo que hay en la ciudad. Actúa Grock, el mejor payaso del mundo. Le garantizo que va a pasar una velada estupenda y, después, se va a sentir mucho mejor. Incluso sus problemas no le parecerán tan graves como piensa.

-Lo siento, doctor, pero esa terapia no me va a servir de nada.

-¿Cómo está usted tan seguro?

-Porque yo soy Grock, señor.

Cuentan que Miliki sólo era simpático con sus hijos y luego con sus nietos. Y con los niños enfermos a los que visitaba solo o en compañía de sus hermanos. Y con todos los niños que hoy lamentan su muerte porque es como si con él también se muriese un trozo imprescindible de su infancia, que es lo único que nos queda cuando todo se ha ido por el desagüe del olvido.

Por eso, me importa un bledo que digan que no eras perfecto, Miliki.

¿Quién carajo lo es?, les pregunto a aquellos que te acusan de haber sido un poco déspota, tacaño y mezquino.

Y qué más da, insisto. ¿Quiénes somos para juzgar a los demás? Eso es trabajo de los jueces, que, por cierto, cada vez lo hacen peor.

Anticápitos, espútidos, tanto fariseísmo me pone nervosio.

Descansa en paz, insigne bufón, y dale recuerdos a Fofó y a Gaby.

Los echamos de menos.

Ya sabes: cuando llegues allá arriba, tú te acercas a San Pedro, tranquilito, las manos a la espalda, y le tarareas aquello de "nananianananianananá".

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