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El callejón
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Homo homini lupus

Según relata el periodista italiano, de origen turco, Nerin Emrullah Gün (1920-1987), cuando la soleada mañana del 29 de abril de 1945 los soldados de la 42 y 45 divisiones de las fuerzas armadas de EE.UU. irrumpieron en el campo de concentración de Dachau, se sorprendieron al encontrar a unos centenares de famélicos reclusos que les contemplaban con una desagradable mueca de horror y satisfacción, apenas trazada en sus rostros cadavéricos.

Poco después, aquellos reclutas bien alimentados y peor entrenados, que habían atravesado el globo de una punta a otra, como astronautas que arriban a un planeta en proceso de desintegración, se toparon con un escenario todavía más macabro y espeluznante: los hornos crematorios, repletos de piezas de carne humana carbonizadas y otras casi intactas, a medio arder.

Con los ojos inyectados en sangre y la mirada perdida entre la cordura y la repugnancia más incontenible, aquellos muchachos llegados del interior de Norteamérica, de localidades donde nunca se había oído hablar ni una sola palabra de Nietzsche ni de los Sabios de Sión, se lanzaron a cazar a los posibles responsables de semejante monstruosidad, mientras se gritaban unos a otros: “¡Para eso hemos venido aquí: a acabar con estos hijos de puta!”.

Casi setenta y cinco años después, me pregunto qué les pasaría por la cabeza a esos mismos hombres, muchos de los cuales se dejaron literalmente la piel en suelo europeo (enterrados en gigantescos osarios), para contribuir con su sacrificio a que, de tantas ruinas y cenizas, se erigiese un lugar mejor, si escuchasen los testimonios que están ofreciendo estas últimas semanas, en el Congreso de Washington, las mujeres inmigrantes cuyos hijos e hijas han fallecido durante su confinamiento en infames centros fronterizos (a la intemperie, pasto de los piojos, sin pañales, sin higiene, alimentados con bocadillos), abiertos en territorio estadounidense, para escarnio de la humanidad y vergüenza de quienes en su momento combatieron contra esa bestia inmunda que es el hombre, la peor de las criaturas que reptan (feroz, infeliz, miserable), sin posibilidad alguna de redención, sobre la rugosa, antigua y desgastada superficie de la tierra.

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