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El callejón
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embestidura

A la luz (y las sombras, sobre todo, fuera de foco: donde se maquina y se negocia con el interés público como mercancía de primera necesidad, en un rincón apartado, al abrigo de containers que encubren a cambulloneros y contrabandistas) del insulso debate para designar al séptimo presidente de la aún púber democracia española; a la vista del pésimo nivel parlamentario ofrecido por uno y el resto; si nos atenemos al estrecho margen de maniobra que le queda a la fuerza política mayoritaria para conformar un gobierno estable y si observamos con detenimiento qué y quiénes están dispuestos a dar su brazo a torcer para apuntalar a dicho ejecutivo, que cuenta con un número tan exiguo de diputados en la cámara, más allá de las hipótesis y de los acuerdos, se vislumbra el limitado horizonte de una legislatura corta, nerviosa y escurridiza. Es decir, que el consejo de ministros que se empezará a desbrozar a partir de este jueves tendrá forzosamente un breve recorrido: así lo pronostican tanto la aritmética como la sospechosa catadura moral de los socios que ahora se brindan a Sánchez con la voracidad y el apetito de caimanes usureros.

Es por ello que tal vez habría que estirar la semántica y jugar con ella, como sus señorías hacen y deshacen a sus anchas con sus escaños, en virtud de la soberanía que les ha sido delegada, y considerar que estamos asistiendo a un nuevo e inédito modelo de embestidura, según el cual, el candidato se lanza con ímpetu taurino, acomete, arremete, ataca, descalifica y miente, con el firme y decidido propósito de alcanzar, al precio que sea, una dignidad o cargo al que legítimamente se ha hecho acreedor por mandato de las urnas.

Que Dios reparta suerte (y que también nos coja confesados).

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