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El callejón
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Emilio o de la Educación (con mayúsculas)

“Let’s sing with CLIL” es una canción del profesor Emilio Rosaleny, escrita hace dos años para los alumnos del tercer curso de ESO del grupo bilingüe del IES Tomás de Iriarte. Todo un ejemplo de enseñanza pública de calidad sin usar grandes recursos.

La salvaje matanza ocurrida en una escuela de Connecticut viene a demostrar, entre otras cosas, la naturaleza profundamente autodestructiva del ser humano y los gravísimos riesgos que entraña la explotación indiscriminada de nuestros instintos primarios (la violencia, el miedo, el rencor) en beneficio de una industria (la armamentística) tan rentable como todopoderosa.

Tal y como demuestra Michael Moore en su documental Bowling for Columbine (2002), en el que aborda desde múltiples (y confusos) ángulos el tiroteo acaecido en un instituto de Colorado, en 1999, en el que murieron quince personas (entre ellas, los dos estudiantes homicidas), Estados Unidos, con su mentalidad calvinista y su moral protestante, se edificó sobre la fe desmedida en la libertad individual y en el derecho a la felicidad para todo aquel que esté dispuesto a pagar su precio.

Patria del libre mercado, donde el modelo de producción capitalista alcanza su estadio superior de evolución (o de involución, según se mire), Norteamérica es una democracia hipotecada y al servicio de las grandes corporaciones que son las que dictan los intereses de los ciudadanos. Se trata de un pequeño mundo feliz huxleyano, que se retroalimenta de unos cuantos principios incuestionables y de un montón de mentiras que es la pseudorrealidad que fabrican los medios de comunicación controlados por quienes de verdad acaparan el poder con una voracidad omnívora, insaciable.

Frente a este sistema perverso, siniestro y simiesco, que potencia férreos liderazgos de clan y de tribu, personalistas y a la vez terriblemente impersonales (¿alguien cree en la sinceridad de las lágrimas del presidente Obama, mientras mostraba su contenida indignación por lo sucedido en el colegio de Connecticut? ¿no parecía más bien un falso gesto espontáneo, meticulosamente estudiado?), y que jamás ha pretendido defender una cosmovisión unitaria, integradora e igualitaria de la especie humana, lo único que impide que hayamos sucumbido finalmente a la maquinaria de autodestrucción que pusimos en marcha nada más abandonar nuestra, por otro lado, honrada condición de simples primates, en cuanto quedamos erguidos sobre nuestras extremidades inferiores, es el amor. Gracias a él continuamos aquí. Para bien o para mal. Y gracias a él no cedemos al desánimo o a la rendición incondicional que proponen estos tiempos difíciles y desalentadores.

Traspasada la frontera de los cuarenta tacos, uno empieza a reconocer, con meridiana claridad, unas pocas aunque valiosas verdades. Tal vez la principal y la más importante sea que sólo desde la práctica y la enseñanza del amor podemos retrasar la fecha de nuestra propia liquidación. Así pues, me cabe la infinita fortuna de haber tenido y de seguir teniendo grandes profesores. Lo son mis padres. Lo fueron mis abuelos y lo continúan siendo mis hermanos e incluso mis sobrinas. Y, cómo no, por supuesto, como no podía ser de otra manera, también lo son mis alumnos.

"Sólo te voy a dar un consejo: a los chicos trátalos con respeto y dales amor", me advirtió mi tío Anelio antes de que este ex periodista, ex redactor, ex blade runner, entrase en el complicado oficio de enseñante. Y he tratado de cumplirlo desde entonces.

En ese sentido, la labor docente, en la que en muchas más ocasiones de aquellas en las que te querrías ver metido llegas a sentir la enorme soledad del tigre en la jungla del aula, te permite compartir experiencias con auténticos maestros, benévolos ministros del noble apostolado de la docencia con mayúsculas. Tal es el caso de Emilio Rosaleny de la Rica, profesor de música del IES Tomás de Iriarte.

Emilio, que antes de dar clases se ganaba el pan como guitarrista profesional en compañía de su ex mujer, formando el dúo Emilio & Bassi (omnipresente en las ya míticas veladas del Búho Jazz Bar de La Laguna), es un padre abnegado de su único hijo (a quien cariñosamente llama "el Pitufo" y la criatura ha de andar por el metro ochenta y largos), es un enamorado de la bossa nova y de Montse Rodríguez (su musa, su "niña morena y ágil"), es un compositor imaginativo y brillante (que invirtió cinco años en la realización de Con la marea, un bellísimo álbum, lleno de color, candor, calor y de vida) y es un artista polifacético que lo mismo gana un certamen de microrrelatos con un destello genial ("Descubrí mi primera estrella cuando, por fin, fui capaz de despegar la vista del suelo. Y ya nunca volví a tropezar") que graba, en colaboración con los estudiantes y profesores del centro, un espectacular lipdub, inspirado en las canciones de Los Beatles, que parece una coreografía de Bob Fosse, apta para todos los públicos y adaptada al estilo desenfadado y juvenil de los chicos del distrito de Ofra.

De vuelta de un viaje de estudios a Salvador de Bahía, donde se empapó de la admirable labor educativa y de cohesión e integración social que se viene desarrollando en el barrio de Candeal desde hace décadas, bajo los auspicios del músico Carlinhos Brown, Emilio montó en su aula del Tomás de Iriarte un taller de percusión por el que, todos estos años, han pasado un sinnúmero de alumnos y alumnas que han recibido una formación de calidad, digna de una enseñanza pública que precisamente ahora atraviesa su peor momento.

Con cerca de veinte cursos académicos a sus espaldas, Emilio Rosaleny me confesaba el otro día su desencanto ante las dificultades cada vez mayores que encuentra para conectar con unos chicos cuyas inquietudes e intereses le empiezan a resultar demasiado ajenos a este profesor tranquilo, ingenioso, inquieto y con un fantástico sentido del humor.

No puedo negar que acogí su confidencia con cierta inquietud y con la incómoda sensación de desánimo de quien no puede evitar contemplar el futuro sin albergar excesivas esperanzas.

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