cerrar
cerrar
Registrarse
Publicidad
El callejón
Publicidad

Viaje al principio del fin (del mundo)

La palmera Silvia Rivera Carrillo pasa estas fechas entrañables en Dindefelo, Senegal, junto a otros voluntarios que, como ella, decidieron dedicar su tiempo a la defensa y conservación de una comunidad de chimpancés, nuestra parentela directa.

"Nace Jesús si nace un hombre; y nace un hombre cuando nace un viento de rebeldía contra lo que está muerto. Es decir: nace un hombre cuando ha nacido un fuego para prender la antorcha ahogada por el dolor ajeno"

Luis Cobiella 

En la noche de hoy, en la que se conmemora el natalicio de un niño apátrida, pobre y perseguido, cuando el reloj marque las doce, habrán nacido alrededor de ciento treinta millones de seres humanos en los últimos doce meses. Sin embargo, siete millones de esos niños y niñas morirán, casi con toda seguridad, antes de cumplir los cinco años de edad, por carecer de las mínimas condiciones sanitarias.

Ciertamente, una especie que permite que un porcentaje tan elevado de su prole (superior al cinco por ciento) perezca porque, en realidad, no existe en ella una auténtica voluntad conservacionista de sí misma, está condenada a desaparecer de la faz de la Tierra en un plazo no excesivamente descabellado de tiempo.

Y se lo habrá ganado a pulso. Nos lo habremos ganado.

"¡Yo os maldigo a todos!", grita con desesperada impotencia el austronauta Taylor, al descubrir, en el estremecedor desenlace de la fascinante El planeta de los simios (1968), que, en el curso de su larga travesía por el espacio, la Humanidad había cedido a sus impulsos autodestructivos y dejaba una mutilada Estatua de La Libertad, enterrada en la arena de una playa (en la eterna orilla del tiempo perdido), como testimonio devastador de su atávica estupidez.

En esta fábula futurista, inspirada en la novela homónima de Pierre Boulle, los primates heredan la Tierra y evolucionan hasta desarrollar un lenguaje articulado y construir una suerte de homínida civilización que recuerda a la república de Platón, con su clara división en clases: los esclavos (los pocos hombres supervivientes al cataclismo nuclear y que son poco más que bestias, brutos, analfabetos), los ciudadanos (chimpancés), los legisladores (orangutanes) y los militares (gorilas).

Rebasada la fatídica fecha que presuntamente el calendario maya había fijado para el fin del mundo y una vez constatado el hecho cierto de que el Apocalipsis aún ha de esperar, el homo sapiens prosigue, con paso firme y seguro, su propio camino a la perdición.

Un buen ejemplo de ello lo da este país nuestro, todavía llamado España, que permanece, desde hace más de cuatro años, en la deriva más absoluta. Sin porvenir, sin apenas esperanzas, con una casta dirigente que ha ofrecido sobradas muestras de la mayor incapacidad, vileza y miseria intelectual, en el último año y medio ya superan los quinientos mil los paisanos y paisanas que han tenido que hacer las maletas y mandarse a mudar en búsqueda de una oportunidad, mientras aquí los nazionalismos independentistas pretenden despedazar con voracidad carroñera el cuerpo de un modelo de estado que agoniza entre los estertores gangosos que caracterizan a la monarquía juancarlista.

De ese medio millón de historias de frustración y sueños rotos podría hablarles con todo detalle de, al menos, tres casos, aunque permítanme que, por obvios motivos familiares, me centre en el que considero el más atípico de los tres: el de mi prima hermana Silvia Rivera Carrillo. Con cuarenta años cumplidos y una amplia experiencia en el ámbito de la enseñanza de cursos de formación y de gestión empresarial, el mes pasado decidió dejar atrás una vida que no la llenaba y emprendió su tercer viaje al corazón de África (a pleno corazón de las tinieblas) sin billete de vuelta.

Siguiendo los pasos de la naturalista y primatóloga inglesa Jane Goodall y bajo los auspicios de la organización no gubernamental que lleva su nombre, Silvia se encuentra ahora en un poblado a varios kilómetros de Dindefelo, localidad situada al sureste de Senegal, famosa por sus cascadas de más de cien metros de altura y que forman parte del Parque Nacional Niokolo-Koba, Patrimonio de la Humanidad y Reserva de la Biosfera de la UNESCO. El interior de este lugar, cuya belleza salvaje y abrupta tiene algo de paraíso remoto y legendario, alberga el hogar de una comunidad de chimpancés que viven en total libertad, con la ingenua despreocupación con la que lo hacían nuestros antepasados.

A pesar de las dificultades lógicas que entraña la existencia cotidiana en un sitio tan inhóspito y, en muchos aspectos, tan hostil, mi prima nos confiesa que es feliz porque está haciendo justo lo que siempre quiso hacer.

En la distancia que nos separa todos le deseamos lo mejor y la esperamos con los brazos abiertos, brindando a su salud y a la de la vieja parentela que con admirable altruismo ella ha decidido cuidar por el bien de ellos (los simios) y por el bien de todos nosotros (los descendientes de los simios).

Feliz Navidad a todos los hijos de Dios, sean o no primates.

Archivado en:

Publicidad
Comentarios (8)

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Publicidad

Últimas noticias

Publicidad

Lo último en blogs

Publicidad