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El callejón
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Otra manera de vivir

Somos propensos los hinchas colchoneros a caer en el desánimo, a ver siempre la botella medio vacía y a creer, craso error, que el destino nos debe unas cuantas. Es una forma peligrosa de autocompasión, que, por sí misma, es el camino más corto que lleva a la mediocridad y al conformismo. Tal vez por eso, porque nos espeluzna ese tibio confort del que nada arriesga porque está cómodamente instalado en la zona noble de la clasificación y somos gatos escaldados tras habernos quemado en la hoguera de la decepción y de la más absoluta vulgaridad, a muchos de los aficionados que ya peinamos canas, este año que toca a su fin nos ha quebrado un poco la fe en El Cholo Simeone, que, no olvidemos (ah, la desmemoria, cuan ingrata resulta en el fútbol: zoco, bazar, rastro, en el que abundan casi tanto los charlatanes como los incautos complacientes con el engaño), ha cambiado la trayectoria de nuestro club como solo podría hacerlo un profeta del Antiguo Testamento.

De su mano, a su vera, con la incondicional convicción de un grupo de legionarios o de monjes, el núcleo duro, leal y fiel de sus jugadores, el equipo pasó, en apenas siete años, de ir en el vagón de cola de la Primera División a proclamarse supercampeón continental, al derrotar a un conjunto que, pese a todos los defectos que se le quieran achacar (porque los tiene, vaya si los tiene), llevaba la friolera de ocho finales ganadas de manera consecutiva.

Sin embargo, nada ni nadie es eterno y tras el doloroso trance de Turín, donde el Atlético, inofensivo, fácilmente vulnerable, zozobró con estrépito y sin tirar a puerta, superado por un rival con más palmarés que estilo de juego, se puso triste broche a una etapa magnífica y dio comienzo el tránsito hacia una nueva fase, caracterizada por los cambios (muchos se fueron y otros tantos vinieron) y la incertidumbre. Y en ésas estamos: en la indefinición, digo; o, más bien, en la falta de definición, ya que la cifra de goles anotados es la más baja en medio siglo y el centro del campo, tan definitorio en la singladura de cualquier escuadra balompédica que se precie, acusa más que ninguna otra línea del equipo las dudas, las indecisiones, los aciertos y errores del entrenador, cuyo liderazgo indiscutible sobre el césped empieza a ser cuestionado en la grada, dividida, como siempre en este país, en partidarios y detractores.

Es por ello que, en medio de este absurdo debate entre los que apoyan a Belmonte y los que defienden a Joselito, uno, que siempre ha tratado de huir del culto a la personalidad, trata de moverse en tierra de nadie, donde acaso se termina encontrando a casi todo el mundo, y de vivir su pasión sin ingerencias ni sectarismos, y agradece de corazón el último spot urdido por la agencia Sra. Rushmore, que nos recuerda a todos nosotros que lo que, en el fondo, nos une por encima de las diferencias es que, en realidad, no somos como ellos. Ni puñetera falta que nos hace.

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