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El callejón
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El principio del fin y vuelta a empezar

Al borde del medio siglo de existencia, uno, si ha de ser sincero, no esperaba vivir tantas cosas y en tan poco tiempo: el primer entierro de Franco; el estreno de La guerra de las galaxias; el rocambolesco 23-F; la caída del Muro; un par de genocidios, eso sí, a mucha menor escala que la Shoah pero igual de deleznables; unas cuantas pandemias no erradicadas; el Doblete de 1996; el 11-S, desde la redacción de un periódico hoy tan extinto como la prensa verdaderamente libre; la muerte de Fidel Castro o, sin ir más lejos, el acceso a la Casa Blanca de Donald Trump, que fue como el anticipo, decepcionante y hortera, del Armagedón que vienen pronosticando las más remotas civilizaciones de este planeta desde que el hombre se emancipara de sus congéneres simios, que, ya entonces, decidieron proseguir su camino sin necesidad de trabajar (salvo que los esclavicen en jaulas y laboratorios), ni de cotizar a la seguridad social.

Lo que en absoluto este servidor esperaba asistir es a la reedición, entre siniestra y espeluznante, de la alianza contra natura de fuerzas políticas -en buena medida y en el peor de los sentidos- herederas o depositarias de aquellas que hace ochenta y tres años despeñaron a este mismo país por el abismo de la destrucción y de una fractura que costó cauterizar la vida de un millón de personas y el sacrificio jamás compensado de al menos dos generaciones.

Con la insensata determinación que nubla el desquiciado raciocinio de los iluminados (“La luz en demasía ciega”, solía decir mi bisabuelo Anelio, zapatero remendón y anarquista, que sufrió un lustro de presidios sin cometer ni un solo delito), Pedro Sánchez ha puesto en grave peligro la integridad territorial de la nación española (“Patria común e indivisible”, según reza la Constitución vigente) y, además, ha hecho añicos la división de poderes: piedra angular del estado de derecho y límite, etéreo e irrenunciable, que separa una democracia como la nuestra (con todas sus flaquezas y vulnerabilidades) del régimen dictatorial del que procede y al que nadie en su sano juicio le apetecería volver.

El -cuando menos- bochornoso incidente acaecido en la embajada de México en La Paz, en el que se vieron implicados cuatro miembros del Grupo Especial de Operaciones del Cuerpo Nacional de Policía y la encargada de Negocios y embajadora ad interim de España en Bolivia, refleja el sesgo inequívoco e inquietante de una forma de proceder más propia de la TIA, de Mortadelo y Filemón, que de un cuerpo diplomático como marcan los cánones.

En su frenética y desenfrenada carrera a ninguna parte, a Sánchez no le ha temblado el pulso a la hora de negociar con partidos políticos cuyos postulados ideológicos son una repulsiva y retrógrada mezcla de supremacismo nacionalista, republicanismo secesionista y cleptómano y neoestalinismo bolivariano y, al mismo tiempo, de presionar lo indecible a todas las instancias judiciales para apuntalar un gobierno de progreso en el que ni él mismo cree: como lo demuestra el hecho, más que preocupante -por su naturaleza opaca y por lo reincidente-, de impedir la presencia de periodistas durante la firma y posterior exposición pública del acuerdo suscrito con el líder de Podemos, encarnizado rival devenido ahora en camarada fiel.

¿Cuánto durará este falso idilio entre ambos personajes, de tan dudosa catadura moral? ¿Hasta dónde piensa tensar la cuerda el todavía presidente en funciones? ¿Acaso cree que podrá legislar a golpe de decreto y talonario? ¿Cómo piensa devolver los favores prestados y a qué interés?

Mucho me temo que en las actuales circunstancias, por cierto, no muy distintas a las de 1936, en lo que se refiere a nuestro nulo papel en el escenario internacional, nos aguarda un lúgubre panorama de doce meses de incertidumbre y zozobra: de un futuro incierto que es, a la vez, principio y fin, alfa y omega, eterno retorno a un origen y un pasado infames que sólo pueden concitar el oscuro deseo de regresar a nostálgicos con serios problemas mentales.

Que la Fuerza (y la salud) nos acompañen.

Las vamos a necesitar. Y a raudales.

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