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El callejón
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La gran familia

La gran familia

Son tantos y tantas (más ellos que ellas) que no caben en la foto y es que los limitados márgenes de la pantalla (antes negativo) se ven desbordados por semejante superávit de rostros (algunos, ciertamente, de una consistencia próxima al granito) y de sonrisas. Es la viva imagen (¿quién dijo que con más valor que mil palabras?) de este nuevo Gobierno que promete, por su conciencia y honor, cumplir fielmente las obligaciones de sus cargos, con lealtad al Rey, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, así como mantener el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros y de Ministras.

En una breve ceremonia, desarrollada con arreglo al más estricto protocolo (o sea, sin margen para la gracieta o la mueca irreverente) y huérfana de todo símbolo religioso, se completó el trámite formal que pone en marcha al primer ejecutivo de coalición de nuestra aún joven (frágil, vulnerable y, en muchos aspectos, indefensa) democracia. Su presidente (un mentiroso contumaz y patológico, cuya ambición, desmedida e incluso siniestra, es inversamente proporcional a su talento: se le desconocen otras virtudes que no sean la vanidad, la egolatría y el cinismo) ya ha anunciado, en una de esas comparecencias que son un arrogante soliloquio de lugares comunes, cuando no de sandeces, que este será un gobierno con “múltiples voces” y una “misma palabra”: la suya, que para algo es el máximo responsable de este tinglado, de formulación inédita, gestación acelerada y porvenir incierto.

Desde hoy, el tiempo empieza a contar y, más temprano que tarde, sabremos el alcance (y el más que presumible alto precio) de todas las hipotecas a las que Sánchez se ha comprometido con el único afán de aparecer junto al todavía Jefe del Estado en un retrato de familia que ya es historia.

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