Con el aura de infalibilidad que envuelve a todos los pensamientos fatuos, el sucesor de Mariano Rajoy Brey (mentor político del presidente actual y acaso el más nocivo, pusilánime y gandul de todos los inquilinos que han residido en el palacio de la Moncloa en los últimos cuarenta y tres años) accedió en la noche del lunes a ser entrevistado, en una de las estancias palaciegas (¿dónde si no ha de escenificarse la aparición del césar recién coronado?), por una pareja de periodistas que desempeñan su labor en Radio Televisión Española, o sea, el ente público que, con cargo a los presupuestos generales del estado, permanece al servicio del ejecutivo de turno con la eficiente lealtad de cualquier instrumento de propaganda oficial.
En una especie de vaniloquio pre-cocinado, donde el interpelado respondió a su libre albedrío a preguntas previamente pactadas, Pedro Sánchez articuló, una vez más, la consabida justificación de la constitución de ese engendro incomestible, de esa especie de hidra con veintidós cabezas que pretende hacer pasar por un gobierno de progreso, sobre la miserable falacia (en su cretina insensatez, este individuo ha de pensar que los millones de ciudadanos que no lo votamos antes, ni ahora, ni nunca, somos una famélica legión de indigentes mentales) de que la feroz criatura (compuesta por dóciles secuaces, tan ambiciosos, pedestres y sectarios como él) es fruto de la voluntad popular mayoritaria, expresada en las urnas, lo que no deja de ser una torticera y mezquina interpretación (absolutamente sesgada, manipuladora y partidista) de la aritmética electoral.
Hay que confiar en que sea esa misma realidad numérica, la que coloca al gobierno sanchista en una constante inferioridad parlamentaria (apuntalada por aquellos que quieren romper la baraja y hacer de la democracia un sayo con el que tapar sus propias y múltiples vergüenzas), la que impida que se rompa en mil pedazos lo que tanto costó consolidar: un estado social y democrático de derecho, basado en la libertad, la igualdad, la separación de poderes y el consenso. Cualquier grieta que se produzca en alguno de estos pilares tendría unas consecuencias nefastas e inmediatas en nuestras vidas y, lo que es peor, en el futuro de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos, que nos pertenecen, en la medida que somos nosotros quienes los hemos traído a este mundo (tan incierto, tan convulso, tan temible) sin haberles pedido permiso.